Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, como dicen que dijo el militar prusiano Karl Von Clausevitz, y si en Bogotá triunfó la política del amor, lo que sigue para Gustavo Petro y su combo progresista es comenzar ya la guerra del amor. Porque es más fácil despertar que seguir estando solos y más fácil es decir: Nosotros, como dice Piero, la guerra del amor, la de la paz, la de Lennon, la de Jesucristo.
Porque el triunfo de la política del amor tomó por sorpresa a una sociedad curtida en la política del odio. Y ya empieza a ser ridiculizado por los bufones de turno, los genios de la opinión publicada y los malhumorados columnistas del humor. El amor como política aún no cabe en la cabeza de los pragmáticos, todavía no es comprensible para muchos intelectuales y ni siquiera la han aprendido a masticar varios de los propios progresistas.
Esta guerra del amor que implica que es tiempo de cambiar desde adentro de nosotros. Es la guerra que ganamos recibiendo lo que damos y la guerra que perdemos si algún día somos menos. En esta guerra del amor, somos muchos, somos todos, y es ahora y para siempre y la ganamos todos. Esta guerra la ganamos si derrotamos la política del odio. Esa política en la que todo vale para perpetuarse en el poder y en la que para ganar la guerra se violan los derechos, se juega con la vida, se acaban las fronteras, se fabrican asesinos y se falsea la verdad.
Sobre todo porque los que sí temen a la política del amor son los enemigos de la paz, que no quieren una salida negociada al conflicto, no conciben la vida como concepto sagrado y ven en la victoria de Petro pasos de animal grande. De hecho, su triunfo ya ha empezado a ser combatido desde los corazones heridos de la ultraderecha y los sentimientos de rabia de algunas víctimas de la violencia que aún no han logrado superar el espíritu revanchista y la sed de venganza de los pregoneros del odio.
La intolerancia y el desamor todavía cunden por montones en una sociedad en la que cada vez que se da un paso adelante parece estar condenada a dar dos pasos atrás. El malestar de quienes querían que ganara Peñalosa, no por buen gerente sino por aliado de Uribe, y habían comenzado a recurrir a la guerra sucia contra Petro, no por mal candidato sino por su pasado guerrillero, ha despertado tal furia en un sector radicalizado de la población que no por minoritario deja de ser preocupante.
No es sino ojear los comentarios frente a la noticia de la muerte de Alfonso Cano y lo que le tocaba al concejal petrista, Roberto Sáenz, hermano del extinto jefe de las Farc. Ante una petición respetuosa de su familia para darle cristiana sepultura al líder guerrillero, respondieron energúmenos en El Espectador cerca de 500 comentarios en los que hasta los cachacos y los rolos son motivo de desprecio y maltrato verbal por cuenta de haber elegido un exguerrillero en la alcaldía. Con lenguaje lumpezco y desobligante un 90 por ciento de los comentarios hiede a rencor y transpira violencia.
Los insultos y suspicacias de quienes comentan on line, hacen gala de toda clase de sentimientos y resentimientos que expresan la política del odio. Hasta el punto de que no distinguen precisamente que Roberto es la antítesis de su hermano porque decidió apostarle a las vías democráticas. Y le reclaman supuestamente que nunca se pronunció en contra de la violencia que representaba Alfonso Cano. Asumen que no le dijo a su hermano Guillermo León, que reflexionara y propiciara el diálogo y la desmovilización de las Farc para construir país y equidad por las vías de la reconciliación y la no violencia.
El motivo que ha cometido Roberto es haber descubierto que en su patria no hay justicia. Haber apoyado a Petro en contra de los corruptos, en una sociedad donde los hambrientos piden pan y los molestan las milicias. En un país donde paras y guerrillos son sanguinarios en toda generación y donde existe quien defensa no tiene con las dos manos vacías. El motivo de Roberto es ir en contravía de la política del odio de izquierdas y derechas y optar por luchar contra la intolerancia y la exclusión. Ahora tiene que enfrentar los correos tempranos de la extrema derecha que quieren estigmatizarlo. Roberto es un hombre que hace rato esperaba una noticia, o que se negociara la paz o que caía su hermano.
Ahora se le pide contestación con barbarie y alevosía. Y tendrá que mandar cartas que se propalen por toda la población para invitar a los cómplices de su hermano a dejar de matar a sangre fría. A parar la extorsión, el secuestro, los cilindros explosivos y las minas quiebrapatas. A que apuesten a las especulaciones de politólogos, violentólogos y expertos en conflicto con sus aventuradas hipótesis de que la muerte de Cano es el comienzo del fin de las Farc, para que sea por vía de la salida negociada y no por que quisieron terminar como cayó muerto su hermano.