La semana pasada tuve la oportunidad de hacer un recorrido por la maravillosa geografía colombiana y la desastrosa red vial nacional. Allí encontré, regados por el camino, los puntos que ha perdido Santos en la favorabilidad de las encuestas.
Después de un viaje de casi dos mil kilómetros pude constatar en vivo y en directo por qué algunos (tan desagradecidos) piensan que Juan Manuel no es el mejor presidente de la historia de Colombia. Y es que recorrer este país por carretera es una odisea comparable a subir Monserrate de rodillas o ir hasta el Santuario de las Lajas con piedras dentro de los zapatos.
Empecemos por La Línea: Nadie puede desconocer que se le está trabajando, especialmente en el tramo Calarcá–La Línea, pero de ahí en adelante lo que uno encuentra son tramitos, con obritas inconclusas, que hacen casi imposible la movilidad. Las otras, las grandes obras, como el cacareado túnel o los viaductos están ahí, sin concluirse, testigos mudos de un proceso ineficiente, que ya toma más de diez años.
Los pacientes conductores ya saben que deben pagar su cuota de sacrificio y parar en un trancón, como mínimo, a la subida o a la bajada. Ni protestan, resignados apagan el motor y se bajan a mear, pero estoy segura que mientras lo hacen desdicen en su pensamiento de la labor del Ministro de Transporte y de su jefe, el Presidente.
Sigamos con las entradas o salidas de Bogotá. Esto sí es la debacle. La Autopista Sur y su conexión con la Concesión Bogotá–Girardot es como una caricatura de vía. Llena de huecos, mal señalizada, intervenida a pedazos, más parece una carreterita de vereda que una troncal de semejante importancia.
La salida a Faca hasta cierto punto, donde comienza la doble calzada, está igual de mal que la Autopista Sur, y la entrada por la Autopista Norte, aunque menos dramática también tiene problemas. Todas estas grandes troncales presentan las mismas características: tramos maravillosos, que parecerían del primer mundo, intercalados con tramos espantosos, sin terminar, en los que sin explicación alguna nos meten como un embudo de cuatro o tres carriles en uno solo, destartalado e insuficiente donde se generan trancones monumentales.
Probé también algunas vías secundarias, como Faca–La Mesa o Duitama–Pantano de Vargas y de estas mejor ni hablar, son caminos de herradura, despedazadas y olvidadas a su suerte, que es ninguna. Y como andaba de parranda con unos amigos estudiamos la posibilidad de viajar hasta Valledupar al Festival Vallenato. ¡Oh, desilusión! Los informes sobre las vías fueron tan dramáticos que ni lo intentamos.
Para concluir de recoger los puntos que ha perdido el Presidente en las encuestas, fui testigo de los estragos del invierno en Boyacá y Cundinamarca. Caras desconsoladas de campesinos, lecheros, agricultores y habitantes de las veredas, gentes con el agua al cuello y los bolsillos vacíos, gentes a las que si les pregunta qué opinan de la gestión del primer mandatario, seguramente contestarán con una palabra de grueso calibre.
Cómo hubiera querido enviarle a Santos una foto de cada hueco, de cada casa inundada, de cada campesino desconsolado para que él y sus asesores entiendan qué le está pasando al gobierno y por qué se ha recibido con tanta desconfianza su propuesta de vivienda. ¿Cómo espera que le crean ahora que va a hacer cien mil viviendas y las va a regalar a los más pobres, si en estos dos años, se ha visto tan poca ejecución en las vías, en el apoyo a los damnificados del invierno y en el campo? Vías como la de La Línea son, entre otras, las venas rotas de su popularidad, señor Presidente.