Las mujeres son locas y los hombres son idiotas, es una idea que se repite con frecuencia. Y puede ser cierta, especialmente con aquellos hombres que no piensan precisamente con la cabeza que tienen entre las orejas.
Pero hay mujeres y hombres que sí padecemos de una enfermedad mental, y al reconocerlo, somos estigmatizados por la sociedad. Yo reconozco que soy Bipolar II, que es una variación más suave de lo que se conoce hoy como Bipolar I y anteriormente como enfermedad maníaco-depresiva, precisamente por la característica que tiene de pasar de estados de ánimo de energía exuberante, hiperactividad, creatividad, rumba continua, baja necesidad de dormir, a profundos pozos de depresión, tristeza e incapacidad de hacer las tareas mínimas para funcionar en el mundo real.
La diferencia entre ambas es que el Bipolar I pierde contacto con la realidad, puede alucinar y oír voces. El ciclo maníaco en el Bipolar II se llama hipomanía, o sea una manía de menor grado. Tanto el Bipolar I como el II experimentan cambios en el estado de ánimo entre la depresión y la manía, que se llaman ciclos, los que generalmente duran años. Con la ayuda de antidepresivos y estabilizadores del estado de ánimo de última generación la persona mejora y puede llevar una vida normal.
Wolfgang Amadeus Mozart, Ludwik Van Beethoven, Winston Churchill, Marilyn Monroe, Platón, Agatha Christie, Vincent Van Gogh, Kurt Cobain, Abraham Lincoln, Elizabeth Taylor, Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald, Jimmi Hendrix, Isaac Newton, Hans Christian Andersen y Virginia Wolff, entre otros, se cree que sufrieron de enfermedad bipolar de la personalidad. Su genialidad se veía interrumpida con profundos estados de melancolía, que curaban con alcohol, drogas o suicidio. De hecho 15% de los bipolares acaban suicidándose.
Mi enfermedad comenzó con depresiones que eran cada vez mas profundas, la primera a los 19 años, cuando todavía estaba en la universidad. Me mejoraba por algunos años y después regresaba la melancolía. Un largo período de estabilidad mental se vio interrumpido en 1992 cuando en compañía de otros socios fundamos la revista Dinero. Felipe López había decidido diversificar Publicaciones Semana y ante el éxito de un número piloto que escribí casi en su totalidad, decidimos lanzarnos al agua junto con Jorge Ospina. Era el comienzo de mi primer episodio de hipomanía pero yo no lo sabía. Muchos años después recibiría el diagnóstico correcto.
Mientras construíamos la revista tomé las riendas y con inusitada energía escribía cerca de cinco piezas por ejemplar, editaba todos los artículos y columnistas, revisaba el lay-out, ponía los pie de fotos y los destacados y manejaba la colocación de la pauta publicitaria. Trabajaba hasta las 12 de la noche y en días de cierre llegábamos hasta las 3 de la mañana. Dormía cuatro horas al día, pero con somníferos porque si no, no podía pegar el ojo. Perdí cerca de 15 kilos. Pero al final exploté, y Jorge Ospina, mi socio tomó más responsabilidades.
Los siete años que trabajé en Dinero fueron una hipomanía perpetua. Pero después vino el derrumbe. Llegó otra vez la depresión, sumada a situaciones externas que me llevaron físicamente a no poder levantarme de la cama y a automedicarme con alcohol. Esta vez, con una buena siquiatra, Prozac y litio salí de la depresión para entrar nuevamente en la locura de la Dirección de la Dian. Otra etapa de hipomanía que duró nuevamente siete años, para caer, esta vez, en la peor depresión que he tenido, donde no hacía sino dormir, no podía hablar, a duras penas podía caminar, cuando estaba despierta me sentaba mirando el vacío y prácticamente me convertí en un vegetal.
El diagnóstico era siempre depresión hasta que dos años después, viviendo en New York, me volví loca de remate, saliendo con toda clase de desconocidos, corriendo riesgos terribles, tomando bastante alcohol y finalmente haciéndome echar del trabajo. Pero di con un doctor que me diagnosticó con lo que era y me recetó un coctel de medicinas que me compuso y me ha mantenido bien hasta ahora. Llevo cinco años relativamente estable y se cómo manejar mi enfermedad, especialmente evitando el alcohol que se lleva al diablo el efecto de las medicinas.
Voy a tener que continuar el tratamiento toda la vida y escribo sin tapujos porque no entiendo el estigma que hay sobre la salud mental. Además de ser bipolar II soy hipertensa, epiléptica y tengo cataratas. ¿Y qué? ¿Vamos a estigmatizar a alguien porque tiene presión arterial alta? A lo mejor he sobresalido precisamente por ser bipolar con sus períodos de intensa creatividad y productividad sin pretender ni mucho menos compararme con los genios mencionados arriba, con los que solo comparto el diagnóstico de una enfermedad mental.