La maravillosa levedad

Vie, 08/07/2016 - 14:15
Desde muy joven en mi carrera literaria aprendí que uno no se sienta a escribir la gran obra.

Entendí que se escriben cosas (a veces novelas, a veces cuentos y relatos, a veces poemas) algunas de
Desde muy joven en mi carrera literaria aprendí que uno no se sienta a escribir la gran obra. Entendí que se escriben cosas (a veces novelas, a veces cuentos y relatos, a veces poemas) algunas de las cuales pueden tener lo visos de grande por la forma o por lo que dice. O no tenerlos en ninguna. Lo que uno hace como escritor es sentarse a escribir, por lo general algo que lo ha conmovido o le ha suscitado conmociones de identificación, y con ese arsenal tratar de llegar a los lectores. Por ejemplo, escribirle cartas a un dios antiguo, ya casi desconocido u olvidado, y con esas cartas matizar reflexiones sobre sucesos y objetos cotidianos, algo tan aparentemente anodino e intrascendente, pero con toda una carga de conocimientos y sabiduría, de poesía, textos breves, a lo sumo tres páginas los más largos, es una maravilla. Esto lo pienso con la reciente lectura del libro de un escritor que vino a la Feria Internacional de Libro de Bogotá, libro que gracias a mis hijos tengo en mis manos porque, tres meses después de pasado el evento ferial, no es posible encontrarlos en nuestro medio. Y esas cartas a una deidad antigua conforman el libro “Cartas a Poseidón” del escritor holandés Cees Nooteboom (La Haya, 1933), verdadero deleite para un lector ansioso como yo. No es un escritor inflado para hacer el espectáculo de las ventas y de las promociones, sino uno que, a los ochenta y tres años y candidato a Nobel, tiene una obra sólida que hasta ahora comienza a ser conocida en nuestro medio. Él mismo refiere en una entrevista que el texto se lo motivó una servilleta con la que le sirvieron en un restaurante un vaso de licor, papel desechable que tenía impreso el logo del lugar y representaba a Poseidón, dios del mar y de las aguas. Le bastó esa imagen para traer el dios al presente, indagarlo, ponerlo a actuar, reflexionar sobre nuestra vida contemporánea y la existencia de tantos dioses que ya no son aquellos que, como los griegos, se mezclaban con los hombres, tenían hijos con ellos, y fueron desplazados por dioses implacables, únicos, distantes, crueles, que someten al ser humano a la falsedad y a la frustración. De los setenta y seis textos que conforman el libro, veintitrés son cartas a la deidad griega. Los otros nos deleitan con temas tan simples como un burro o un ratón, una calle, una obra de arte, y en todos ellos, en su aparente simpleza, hay una reflexión profunda, nos evidencia los conocimientos de un hombre que puede ir de la observación llana con la realidad al contenido filosófico de la historia de las cosas. Maravillosa obra.
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