La puntica no más

Mar, 22/11/2011 - 00:01
Ahora que el presidente Santos habló en Londres sobre la necesidad de enfrentar el debate de la legalización de las drogas, se han dado todo tipo de expresiones de ap

Ahora que el presidente Santos habló en Londres sobre la necesidad de enfrentar el debate de la legalización de las drogas, se han dado todo tipo de expresiones de apoyo o rechazo a esta perspectiva. Están los que aprueban la apertura total, un mundo sin prohibiciones, los que se asustan por una posible epidemia de adicciones si llegara a darse la legalización y los “moderados” que aceptan legalizar algunas drogas suaves, como la marihuana.

Bienvenido sea el debate, pero sería ideal que lográramos despegar dos cosas que se mantienen unidas como siameses y que por estar pegadas no se pueden mirar con objetividad: La adicción y la prohibición.

Separémoslas entonces: La adicción es una enfermedad como lo reconoce claramente la psiquiatría. No se genera porque una droga sea legal o ilegal. Cuando alguien es adicto necesita tanto su vicio que no le importa si lo puede comprar en un estanco con estampillas, o tiene que matar para adquirirlo. Simplemente su dependencia lo obnubila y no se detiene ante nada, ni nadie.

La prohibición, por otra parte, es una medida judicial que convierte en delito la producción, el comercio y el consumo de una sustancia cualquiera. Pero, como al prohibir la droga, no se puede prohibir que existan adictos, entonces la medida punitiva convierte en delincuente a todo el que participa en la cadena: al que la produce, al que la trafica y al que la consume.

Los productores, dejan de ser campesinos, los vendedores dejan de ser comerciantes y los consumidores dejan de ser adictos, todos se transforman en delincuentes y narcotraficantes y aparecen otras actividades que nada tienen que ver con que haya adictos, pero si con que haya prohibición, oficios igualmente ilegales, como el lavado, los ejércitos al margen de la ley o los políticos corruptos. Ninguno de estos oficios existiría si la droga fuera legal, todos retornarían a su lugar original: al campo, al comercio y a las consultas médicas para curarse de la adicción. Los otros, lavadores, guardaespaldas y políticos corruptos desaparecerían porque no habría negocio con que pagarles o simplemente no se necesitarían.

No hay adicción porque haya prohibición o porque no la haya. La adicción es algo derivado de otras cosas, la personalidad, la situación emocional, el tipo vida, etc. Y la prohibición no aumenta esta predisposición al consumo, ni la disminuye, solo la agrava. Y la agrava, porque a la enfermedad de la adicción, le agrega otros problemas como la delincuencia y la inseguridad, esas sí derivadas de la prohibición.

Cuando el whisky se legalizó en Estado Unidos no hubo más gringos alcoholizados, solo hubo más personas a salvo de las garras de la mafia que controlaba ese tráfico. Un siglo después, el whisky se sigue consumiendo legalmente y el porcentaje de alcoholismo se mantiene estable.

Pero me preocupa más que en este debate lleguen a triunfar las posiciones tibias, esas que afirman que lo que hay que legalizar son las drogas suaves. Se parecen a los hombres que para convencer a una mujer que se les resiste, le ofrecen que se controlarán y que solo meterán “la puntica no más”. Eso siempre termina mal porque el “control a medias” no es control, ni es placer. ¡Es pura paja!

Legalizar unas drogas y otras no, es tan inútil como esa mentira piadosa. Quedaría intocadas las mafias de la cocaína, la heroína y las drogas sintéticas; es decir los narcos tranquilos porque el negocio sigue. Se le daría contentillo a unos pocos con yerba legal y barata, pero me temo que escasa, porque con la legalización, el precio de la cannabis se vendrá abajo y ningún campesino querrá sembrarla, preferirán seguir sembrando coca y amapola, que así sea delito o precisamente por eso, las pagan mucho mejor.

Entonces que el debate siga, pero por favor que sea a fondo, nada de apenas la puntica.

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