La undécima hora del undécimo día del undécimo mes

Mié, 23/11/2011 - 00:01
Este año, 2011, pudimos hablar del undécimo día del undécimo mes del undécimo año.  Pero, ¿quién recuerda, le pregunto a mis estudiantes, la más famosa “und

Este año, 2011, pudimos hablar del undécimo día del undécimo mes del undécimo año.  Pero, ¿quién recuerda, le pregunto a mis estudiantes, la más famosa “undécima hora del undécimo día del undécimo mes” cuyo centenario celebraremos en siete años? A pesar de todas las pistas ninguno recuerda el Armisticio que finalizó las hostilidades de la I Guerra Mundial en 1918. Sorprende y duele que los millones de muertos en las distintos holocaustos del siglo XX hayan pasado al olvido tan rápidamente. Solo nos interesan las misteriosas profecías mayas cuyo término, creo, es el próximo 21 de diciembre del 2012.

Para Colombia es importante entender la diferencia entre Armisticio y Paz.  Por ejemplo, al buen y deseado Armisticio siguió la pésima Paz de Versalles firmada un año después. Este último tratado fue causa principal de la continuación de la guerra europea en la II Guerra Mundial.  Porque si el apagar los cañones es un hecho y momento preciso en la  historia (11a. m. del 11/11/1918) la paz es nunca es perfecta y debe ser construida y reconstruida permanentemente. Por algo las Bienaventuranzas del Evangelio de Mateo hablan de “quienes trabajan por la paz” no de quienes firman tratados o de expertos en la paz.  Podemos dejar de dispararnos y matarnos aunque no desaparezcan las condiciones que supuestamente nos llevan a hacerlo.  Ojalá los actores del conflicto colombiano entendieran esto, sino nuestros hospitales seguirán atendiendo mutilados hasta que seamos quién sabe cuando y cómo un utópico país ideal.

Pero en este espacio se habla de medicina, no de conflictos políticos, por tanto recordemos cuál es la herencia médica de aquella lejana I Guerra Mundial.  Pues aún en los desastres más grandes de su historia la humanidad no ha dejado de dar respuesta médica a ellos.  Respuesta casi siempre insuficiente y parcial pero con empatía y valor, por eso las guerras han producido adelantos médicos importantes.

La Gran Guerra de 1914-1918 fue guerra de atrición o desgaste de grandes ejércitos estacionarios enfrentados con poderosa artillería.  Por ejemplo el mortero de asedio Dicke Bertha, Berta la Gorda o la Gran Berta, producido por los Krupp en Alemania. No era una guerra de ejércitos livianos en movimiento. Por tanto los heridos eran muchos y concentrados en áreas pequeñas. La batalla de Verdún fue llamada el Molino de Carne. La medicina militar había progresado lo suficiente para que muchos sobrevivieran a pesar de sus grandes heridas, haciendo necesario evacuar los soldados a grandes  hospitales tras el frente de fuertes y trincheras.

Aunque la separación y selección de heridos (triage) se hacía desde las guerras napoleónicas se perfeccionó en la I Guerra Mundial. Esa crítica operación de decidir si uno se va a salvar con primeros auxilios  o va a morir a pesar del tratamiento o puede salvarse con tratamiento adecuado (grupo éste al que se le va a poner todo el empeño médico) cambió por completo la medicina de urgencias. Su tecnificación se la debemos en gran parte a la guerra de trincheras de la I Guerra Mundial y llevó a salvar muchas vidas de jóvenes con grandes heridas de artillería.

Lo anterior produjo la segunda gran herencia de ese horrible conflicto, la cirugía plástica reconstructiva. El hospital de la Reina María en Sidcup, Inglaterra, fue el más famoso centro para la reconstrucción quirúrgica de la cara.  El cirujano más famoso de ese centro, Dr. Harold Gillies, publicó en 1920 la “biblia”  de la cirugía de cara, “Plastic Surgery of the face” basándose en su experiencia durante la guerra. Las ilustraciones de aquellas cirugías, pues no había fotografía a color. Se hacían en vivo y al pastel para reproducir con exactitud los colores de heridas y cicatrices  Admirable la labor de aquellos ilustradores médicos, otro oficio médico artístico que va desapareciendo.

Pero no todo era reconstruir caras, manos, piernas pues era necesario rehabilitar también la psique de miles de  jóvenes soldados que habían vivido ese infierno. El psicoanálisis y la terapia sicológica cobraron gran impulso durante la guerra y la postguerra.

Por primera vez, y esto es importantísimo, la renuencia a combatir no fue juzgada simplemente como cobardía y empezó a verse como enfermedad: primero se llamó neurastenia o nervios débiles, luego shell shock o neurosis de guerra y ahora se denomina stress postraumático.  Si el soldado experimentaba esos graves problemas sicológicos por el fuego enemigo se clasificaba como W, de wound, herida; si era sólo bajo fuego del ejército propio se clasificaba como S, de sickness, enfermedad.

Ojalá en nuestro país comprendamos la necesidad de detener armas y minas y vivamos un armisticio como el de aquel undécimo mes. Y que en la paz, esa gran obra social que vendrá después, podamos integrar y rehabilitar todas nuestras víctimas, heridos o enfermos (que todos lo estamos por la violencia).

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