Según Stendhal la belleza es una promesa de felicidad. Me atrevería a añadir que el dolor, y no la fealdad, es la promesa de infelicidad. El poder intimidatorio del dolor lo comprobamos al sentirlo en carne propia, pudiendo incapacitarnos hasta dejarnos postrados. Pero hay otra manera aun más poderosa con la que ejerce su inmenso poder y es la de generar la expectativa del dolor y del sufrimiento. El dolor está siempre al acecho dispuesto a golpear de nuevo mientras estemos vivos.
El dolor está aliado a los miedos. Sin la terrible expectativa del dolor nuestros temores desaparecerían. Una pérdida sin el dolor que causa, sería apenas una despedida, tan sólo un adiós. Tanto la enfermedad como la vejez tienen en el dolor a su mejor aliado para imponerse y doblegarnos.
Cuando nos vemos moviéndonos con mucho cuidado, casi haciendo el ridículo, podemos deducir que estamos intentando no despertar al dolor. Un movimiento inadecuado puede desencadenarlo y con la sola perspectiva de ser víctimas de nuevo de sus ataques, nos coloca en una situación de inferioridad frente a él. De igual forma la promesa de un alivio puede desencadenar decisiones que rayan con la ridiculez y nos puede llevar a extremos de sumisión a los que de ninguna manera estaríamos dispuestos si no fuera por la presión del dolor.
El dolor siempre anuncia un daño mayor, lo que lleva a hacerlo más poderoso, añadiendo al que ya sentimos un dolor en otra dimensión ya sea la de una pérdida irreparable, la de la misma muerte o la de dolores en el alma ante los que nos vemos en un estado de fragilidad inmenso, de desamparo total.
La promesa de infelicidad es la mayor fuerza del lado oscuro de la existencia. No hay infelicidad sin dolor. Cualquier sentimiento cercano a la infelicidad como la melancolía o los estados anímicos negativos como la depresión, están fuertemente unidos al dolor. Sin dolor, ni sufrimiento podrían convivir con la melancolía o la depresión no solamente quienes las padecen sino también quienes hacen parte de su entorno.
Cuando el dolor es utilizado como arma de persuasión no valen ahí argumentos ni razones. Por ejemplo: ¿Qué es lo que prometen los terroristas cuando quieren persuadir de sus supuestas buenas intenciones cuando se sientan a negociar con sus víctimas? Únicamente la promesa de no seguir causándoles dolor. Como el verdugo que al torturar inflige dolor para persuadir, no resarciendo el daño causado en su víctima sino simplemente con la promesa de interrumpir el dolor. Tampoco asegura que no volverá a torturar, se reserva ese privilegio para mantener a su víctima en estado de sumisión.
Los colombianos, y el mundo entero al tolerarlo, estamos siendo víctimas de nuevo al ceder ante las pretensiones de los terroristas. Con ello no estamos sino postergando, abriendo un paréntesis de tiempo, aplazando el dolor, doblegándonos ante él. Cuando el dolor es muy intenso quien lo padece deja de asociarlo con su causa. Desembarazarse de ese dolor llega a ser tan acaparador en su mente que no le importan las consecuencias ni las pérdidas que acarreen salir del sufrimiento causado por el dolor.
Decir hoy, luego de cinco décadas de sufrir los horrores causados por los terroristas, que encontraremos la paz si claudicamos ante las FARC significaría doblegarnos ante el dolor. La promesa de un cese al fuego sin la entrega de las armas es una falsa ilusión, un postergar el sufrimiento, es entregarnos a la sumisión y al miedo. Es dejar empeñada nuestra existencia y la de las generaciones futuras.
Acaba de ocurrir el despiadado ataque al periódico Charlie Hebdo en París, cometido por terroristas musulmanes con el que pretenden vengar a su Profeta luego de las caricaturas publicadas por este diario satírico hace unos años. El terrorismo no tiene fronteras. El terrorismo no perdona. El terrorismo es el mismo allá que acá y el mundo olvida esa realidad cuando mira con beneplácito lo que el terrorismo está haciendo con Colombia
Las argucias del dolor
Jue, 08/01/2015 - 11:03
Según Stendhal la belleza es una promesa de felicidad. Me atrevería a añadir que el dolor, y no la fealdad, es la promesa de infelicidad. El poder intimidatorio del dolor lo comprobamos al sentirlo