Por. Héctor José Arenas A.
Profesor: Proyectos Especiales
Colegio en Concesión: Gimnasio Sabio Caldas en Arborizadora Alta en Ciudad Bolívar.
La educación, quien no lo sabe, es ante todo una obra de infinito amor
José Martì
Las experiencias de concesión en el sector educativo de Bogotá son diversas. Algunas han funcionado bien en el sentido de ofrecer espacios educativos integrales que resuelven necesidades impostergables de niños, jóvenes y madres y padres de familia. Hace falta avanzar mucho, pero varias experiencias han logrado avanzar bastante en tareas esenciales, con los recursos existentes. La jornada única en las concesiones: de siete de la mañana a tres de la tarde, favorece a niños, jóvenes y madres y padres de familia. En el sector público no concesionario, la mayor parte de los horarios diarios son de seis horas. Las dos horas de diferencia, sumadas, generan cada año diferenciales significativos. Todos los estudiantes de los colegios en concesión no superan el 4% de la matricula del estudiantado de los colegios públicos. El trabajo consciente y sostenido sobre mejoras en la nutrición es clave en sectores sociales donde hay hambre y mala nutrición. La atención y el cuidado de niños violentados en sus hogares son esenciales en atmósferas en las que la violencia intrafamiliar es una realidad no excepcional y monstruosa, en espacios donde un número considerable de niños tienen sus padres en la cárcel. El ofrecimiento de entornos pedagógicos laicos, privilegiando el respeto profundo a la libertad y la responsabilidad, y estimulando las iniciativas estudiantiles y docentes, son decisivas en la construcción de formas de convivencia con menos violencia, que además se traducen en el hecho de que los colegios en concesión tengan tasas más bajas de deserción escolar. El ofrecimiento de becas para estudios superiores, experiencias educativas en el exterior, y la capacitación en oficios demandados, son fundamentales en jóvenes que quieren y carecen de recursos para adelantar estudios superiores o necesitan trabajar al egresar por la urgencia de percibir ingresos básicos. La fluidez en la administración de algunos colegios en concesión, desligada de las trabas burocráticas y legales que ralentizan la gestión pública, ha sido un factor importante en el buen desempeño de varias concesiones. La recreación de los proyectos educativos a partir de grupos de maestros profundamente comprometidos con su quehacer en algunas concesiones, es indispensable para que la educación genere capacidades básicas, ayude a identificar vocaciones y aptitudes, y no esté desligada de las condiciones concretas de vida en las que se desenvuelve el proceso educativo. Por estas razones, varias concesiones son defendidas fieramente por estudiantes, maestros y madres y padres de familia. Hay concesiones que no sólo no han tomado un céntimo por administrar los colegios, sino que han invertido cientos o miles de millones de pesos de su bolsillo para ofrecer una mejor educación. A esto no se le puede llamar privatización. Las concesiones son educación pública con un modelo administrativo de cooperación con un ente privado con tradición en el servicio. Lo público no es sinónimo de excelencia o bondad por ser público. Basta acercarse a lo que ha sucedido con la universidad distrital para saber que es necesario potenciar lo público no estatal, o lo público con mecanismos eficaces de control ciudadano. Hay que tener el valor de reconocer falencias o errores, revisar crítica y creadoramente lo que sucede en la educación pública, y no escudarse en discursos que atentan contra lo que sería deseable: un sistema educativo público capaz de hacer mucho con poco, capaz de ofrecer una educación acorde a nuestra tierra, que quiebre el circulo de la pobreza y geste generaciones que nos emancipen de la miseria y concepción equivoca de la existencia. En el sector público, sin contabilizar el pasivo pensional, cada niño cuesta a los contribuyentes 3.100.000 al año. En las concesiones, hoy, cada niño cuesta al año a los contribuyentes: 2.112.000. Un preso le cuesta a los contribuyentes 13.000.000 de pesos al año, reveló la revista Semana hace unos días. Más allá de la contundencia brutal de las cifras, esta lo que no tiene precio: crear nidos en los que se espiguen vidas creadoras y felices, o sostener un sistema que incuba metódicamente carne de manicomio, mortuoria o carcelaria. Los colegios en concesión tienen también graves falencias que deberían ser enfrentadas en un proceso constructivo: la inestabilidad de los cuerpos docentes, el alto número de estudiantes por salón de clase: entre 40 y 45; en los públicos que no son de concesión el promedio es de 40; hay otros retos, compartidos con el sector público no concesionario, que exigen un trabajo creativo y sostenido: recrear las atmósferas educativas en el horizonte de un país en paz, laborioso, creador, digno, honesto. El debate sobre las concesiones se ha ideologizado, sin examinar en concreto como funcionan. Hay sectores que las juzgan en bloque y las contemplan como una punta de lanza de la privatización, y no como una experiencia de cooperación público-privada de infinitas posibilidades en una situación de tránsito hacia la paz largo tiempo anhelada. ¿Por qué no centrar la deliberación en examinar y demoler los obstáculos que impiden que hoy en día el sector público ofrezca lo mejor que ofrecen las mejores concesiones? ¿Por qué, pese a los discursos, la administración distrital no puede ofrecer hoy a todos los estudiantes del sistema público lo mejor que ofrecen las mejores concesiones? ¿Por qué no sustraer la educación del ámbito de intereses y apetitos burocráticos y electorales, y ambiciones pecuniarias? ¿Por qué no concentrarse en lo esencial: crear un sistema educativo capaz de gestar una nación libre, digna, justa, creadora, prospera, en el curso de dos generaciones? ¿Por qué no avanzar en la idea de un pacto social en que de la mano de las niñas y los niños, dejemos atrás las formas de pensar y valorar que nos han conducido a la inclemente destrucción de la naturaleza y al feroz enfrentamiento fratricida, abierto o soterrado, y alcancemos, en cambio, los umbrales de la deliberación ética y la cooperación creadora en torno a quienes recién llegan y encuentran el desastre imperante? No debería suceder que la experiencia de concesión sea acogida o desechada, sin examinar públicamente sus beneficios y sus debilidades. Un examen público podría ayudar en la tarea esencial: una educación que favorezca el retorno al cuidado de la tierra, y la construcción de una vida económica, política, y cultural desligada de la violencia, de los privilegios sin responsabilidades, y de la premiación sistemática de toda suerte de componendas por sobre la labor abnegada.