¿Le daría usted una pistola a un loco?

Comenzaría por preguntarme si, en un momento de arrebato, le entregaría un arma a un desquiciado sin pensar en las consecuencias que podría acarrear. No es una pregunta tan absurda como pareciera y no es infrecuente que caigamos en ese error garrafal como cuando permitimos que alguien borracho o alterado conduzca un carro. Cuando se trata del ingreso de un joven en una escuela de aviación se toman muchas precauciones y, entre ellas, se verifica la estabilidad emocional del aspirante a piloto. Pero esto no es tenido en cuenta cuando se trata de dirigir un aula de clase, por poner un ejemplo. Ahora, si no se examina el estado mental de quien tiene en sus manos la dirección de un curso, las cosas se agravan si le damos un arma para que haga con ella lo que le parezca. Con seguridad quien esté verdaderamente apto para cumplir esa sagrada misión rechazará de plano el arma pero el desquiciado la recibirá con gusto y podríamos imaginar las graves consecuencias de nuestro desvarío. Eso justamente es lo que está ocurriendo en Colombia: Juan Manuel Santos, al que conocemos de sobra por su incapacidad física y mental de dirigir un país y al que ninguno de nosotros quisiera de director del curso de alguno de nuestros hijos, pretende, con una de sus jugadas siniestras dictadas de quien sabe dónde y por quien sabe quién, que le otorguen poderes especiales -lo que sería lo mismo que darle una pistola a un profesor loco que dirige un curso en un colegio-. Permitiéndolo, por acción o por omisión, estaríamos propiciando que se cometan graves crímenes contra nuestro pueblo. Los colombianos tenemos que ser conscientes de que, consintiendo la entrega de un arma a un deschavetado, estamos siendo propiciadores de las graves consecuencias que acarreara nuestra negligencia y seriamos cómplices de un crimen. ¿Alguna confianza tenemos los colombianos hacía Juan Manuel Santos? Si digo que muy poca estaría siendo benigno. Ha sabido ser merecedor del desprecio de su gente por sus actos y sus palabras. Eso no es todo, mientras siga ocupando el cargo de Presidente de la República significa un peligro constante para nuestra democracia y un perjuicio inmenso a nuestra dignidad. Si se nos preguntase en las urnas si estaríamos dispuestos a otorgarle poderes especiales a Juan Manuel Santos, la respuesta sería un no rotundo. Por eso, aparte de encuestas falsas, no se nos consulta nada sino que, con la prepotencia habitual en los regímenes autoritarios con disfraz de democráticos, se inventan un acto legislativo en el circo del Congreso. Aquí surge la pregunta fundamental: ¿Nos quedaremos impávidos ante semejante atrocidad? No, esta vez no, y, de ahora en adelante, levantaremos la cabeza diciendo no con firmeza. Así el presidente y el Congreso estén hábilmente blindados para evitar el ser retirados de sus cargos, nos ingeniaremos maneras para exigir las revocatorias de cada uno de los irresponsables congresistas que voten a favor de darle poderes especiales a Juan Manuel Santos por propiciadores de las terribles consecuencias que se vendrían ante semejante locura. No, señores congresistas, no lo permitiremos y si, contra la voluntad del pueblo al que ustedes representan, se atreven a votar a favor de tales poderes, los veremos tambalearse de sus sillas. Así como los elegimos para que nos representen podremos retirarles dicha representación. Por no actuar de acuerdo con la justicia y no buscar el bien común que es su principal responsabilidad política ante la sociedad, el Congreso, si comete semejante desfachatez, no deberá seguir legislando.