La elección presidencial invita a un período de reflexión personal íntima, una especie de retiro espiritual en donde el ciudadano consciente confronta, antes de definir el voto, sus simpatías o antipatías, temores, expectativas y preferencias frente a las propuestas de los candidatos. El examen no es completamente objetivo ya que pasa por una serie de filtros o pre-juicios, como son la vinculación a algún grupo político, la adhesión a ideologías, la simpatía o antipatía por alguno de los candidatos, o la influencia de los círculos cercanos y de los medios formales o informales de comunicación (televisión, prensa, redes sociales, publicidad y otros).
Faltando dos días para la elección, los ciudadanos responsables están analizando las opciones y tratando de llegar a una decisión racional sobre su voto; sin embargo, la mayoría de los electores se entera superficialmente sobre las propuestas y deciden, más con el corazón que con la cabeza, mientras que otro amplio sector no se involucra en el proceso político simplemente porque no le interesa. De acuerdo con el nivel de cultura política de cada país, el voto es más racional o más emotivo. En Colombia, el grupo decisorio mayoritario vota por sentimientos, y es influenciado por aquellos expertos en mover las pasiones para uno u otro lado, especialmente aquellos sentimientos de antipatía, de odio o de temor. ¿Cuáles son los temas que más preocupan a los colombianos y que están siendo aprovechados por las campañas para mover las masas?
La paz ha sido un factor decisivo en las últimas tres elecciones a partir de 1998, cuando Andrés Pastrana se impuso sobre Serpa al conocerse sus acercamientos con Tirofijo para buscar un diálogo. Ante el fracaso rotundo de El Caguán, Uribe ganó en los comicios de 2002, al proponer una lucha frontal contra las FARC y repitió en 2006 porque, según él, la “culebra estaba todavía viva” y se necesitaban otros cuatro años de enfrentamientos para eliminar al animal. En 2010 ganó Santos como continuidad del Gobierno anterior, en el propósito de culminar la guerra contra la insurgencia; inició los diálogos de La Habana y, en el 2014, se reeligió ofreciendo la culminación del proceso de paz. Ahora, en 2018, la paz continúa siendo un factor emotivo y racional del voto, en esta ocasión alrededor del posconflicto y del desarrollo de los acuerdos. El líder institucional del país —el presidente Santos en este caso— concentró la energía y la atención de la nación durante seis años en torno a las conversaciones y arreglos con las FARC, colocando el asunto como la prioridad máxima para los próximos tiempos, y como uno de los mayores temores, por lo cual la confrontación militar con grupos irregulares sigue gravitando alrededor del electorado como el factor más importante de orientación política hacia el futuro.
Otro de los grandes “sustos” del electorado es el posible cambio de modelo económico: en un país institucionalmente estable, ese no debería ser motivo de preocupación, pero sí lo es entre nosotros. Las tesis de Petro sobre la propiedad privada y los medios de producción, apelando a los sentimientos de algunos sectores en contra del establecimiento político y económico, hace pensar a muchos en la eventualidad de convertir a Colombia en lo que hoy es Venezuela, es decir, una dictadura populista de izquierda. En el otro lado del espectro, Duque y Vargas representan una propuesta de derecha porque apoyan la continuidad de la política y las instituciones democráticas, incluyendo la libertad de empresa, frente a la posibilidad de destruir el andamiaje capitalista.
Existen otros “sustos” donde la controversia es menor, así sean asuntos de mucho fondo, como —por ejemplo— el crecimiento del narcotráfico, el cáncer de la corrupción, la necesidad de alcanzar una mayor inclusión social para atacar la inequidad y la pobreza, la baja calidad de la educación, la cuestión agraria, la defensa del medio ambiente, la inmigración de venezolanos, el deterioro de la justicia, la inseguridad en las ciudades, los problemas de salud y las diferencias en asuntos morales. En estos temas cada candidato ha tomado posiciones, más tácticas que estratégicas, y resulta más difícil optar por una u otra propuesta.
Al final, los debates electorales se decantan y el voto se inclina a favor o en contra de los diferentes candidatos por motivos diversos, mas no por los programas de gobierno —que además casi nunca pueden cumplirse—. La mayoría de los asuntos de campaña se traslapan entre los diferentes contendores, y para el elector resulta muy complicado tomar su decisión considerando una enorme diversidad de problemas. La segunda vuelta es la recta final en la que se consolidarán dos bandos: uno a favor de cambios fuertes en el modelo económico y político, así como de respaldo a la política de paz con las FARC, y otro que mira con escepticismo el futuro del posconflicto con ese sector y defiende el statuo quo económico en lo que tiene que ver con las instituciones y el modelo de libre empresa. En este tramo final también juega mucho la personalidad y capacidad dialéctica de cada candidato, ya que se demuestra no solo su posición programática, sino además su capacidad de liderar la estrategia de la nación en los próximos cuatro años. Colombia ha sido un país de medianías con instituciones complejas, no esperemos cambios dramáticos, sino mayores o menores énfasis en las estrategias de gobierno.
Los sustos electorales de los colombianos
Vie, 25/05/2018 - 05:53
La elección presidencial invita a un período de reflexión personal íntima, una especie de retiro espiritual en donde el ciudadano consciente confronta, antes de definir el voto, sus simpatías o a