Cuando las Farc —Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia— nacen, hace cincuenta años, este país estaba asentado sobre una población básicamente rural, entre el 60% y 65% de la población vivía en el campo. Por supuesto el café, primer producto de exportación, señalaba esa condición de monocultivo. La crítica especializada acusaba la dependencia que sufríamos de tal producto de exportación y generador de la mayoría de las divisas en dólares. La caficultura se concentraba en medianas y pequeñas propiedades. También se tenía como factor de atraso al latifundio, extensas propiedades de tierra improductiva o de baja producción ganadera. De ahí que el objetivo revolucionario de las Farc apuntaba a romper esas estructuras agrarias, más convencidas las élites del Partido Comunista y de las Farc de ese planteamiento, cuando la revolución cubana de Fidel Castro, 1959, lo primero que hizo fue expropiar los ingenios azucareros y modificar la tenencia de la tierra por medio de cooperativas y formas estatales de intervención, con modalidades de trabajo romántico como el trabajo voluntario en la zafra azucarera, actividad que realizaban los estudiantes, los militantes del Movimiento 26 de Julio, los obreros de la ciudad y los visitantes de la isla que de esa manera demostraban su solidaridad. “Huracán sobre el azúcar”, gritaron Sartre y Simone de Bauvoir cuando tomaron el machete por unos minutos.
Estamos en el año 2012 y Colombia tiene una composición invertida: casi el 70% de la población es urbana, el café ya no es el principal producto de exportación y en el campo se desarrolla un tipo de empresariado nuevo. Hoy el tema no son el latifundio y el minifundio, sino cómo producir alimentos y materias primas de manera competitiva e industrial. Inclusive el Ministro de Agricultura debate el tema de la entrega de tierras a campesinos pobres, pero articulados a formas modernas de producción. El mito de la propiedad de la tierra ya no está en el centro de la discusión, porque la tierra “no se come”, lo que sirve es el usufructo. Sin embargo la agenda del proceso de paz con las Farc contiene y sostiene prelación por lo agrario. ¿Por qué ese enfoque que parece atrasado se impone en la agenda, cuando la dirigencia fariana es en su mayoría de formación y extracción urbana y la mentalidad de Tirofijo no tiene vigencia? ¿Acaso por respeto a su memoria campesinista y rural o porque buena parte de los combatientes de base son de origen campesino?
Las Farc de hoy no tienen programa de reforma agraria ni su meta principal es cambiar la tenencia de la tierra. El problema de la tierra ocupa el primer lugar, sin embargo, en el acuerdo temático Farc- Gobierno del Presidente Santos. Más aún: ninguno de los puntos de la agenda hace alusión al proletariado, a la clase obrera y, por supuesto, nada atañe a la pequeña burguesía intelectual, universitaria ni profesional. Las Farc lo que buscan está debajo del humus vegetal, está debajo de la tierra: el oro y otros productos minerales. De hecho las Farc controlan buena parte de la minería informal o ilegal, tienen inversiones en este campo de la economía nacional, van remplazando la coca que es delito, por un producto legal bien cotizado en los mercados de commodities, según la economía comercial globalizada. La minería es el objetivo estratégico de las Farc una vez alcancen su inclusión en la sociedad política colombiana. Para eso tienen ganada la experiencia en las zonas de minería actuales, algunas de las cuales se disputan con las bacrim. El vademécum de la paz que se pactó tampoco menciona las minas cercanas a las grandes ciudades, lo chircales para la fabricación de ladrillos ni las areneras. Son el ripio de la minería. La agenda, no obstante, tiene la careta del jefe campesino de hace cincuenta años. Las Farc van tras la medalla de oro en esta olimpíada por la paz. Nada de medallas de hojalata. Ni siquiera de plomo.
Más allá de las Farc agraristas
Mié, 19/09/2012 - 00:32
Cuando las Farc —Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia— nacen, hace cincuenta años, este país estaba asentado sobre una población básicamente rural, entre el 60% y 65% de la población v