La forma como murió Luis Colmenares, estudiante de la Universidad de los Andes, sigue rodeada de misterios. Aunque sí parece evidente que la versión inicial no es cierta. Como lo señalaba su madre, era demasiado alegre para suicidarse, y si se confirma que fue asesinado, aquellos involucrados pudieron llegar a pensar que se había logrado lo imposible: un crimen perfecto. Y mientras este terrible capítulo busca la verdad, muchos hechos graves ponen en cuestionamiento varias realidades nacionales.
En primer lugar, lo que está sucediendo en esta sociedad colombiana. Este episodio que nos ha dolido a todos, no sucedió en los barrios subnormales de un pequeño municipio de Colombia, ni entre pandillas de jóvenes marginados, sin oportunidades, que acuden a la violencia como último mecanismo de supervivencia. Se dio en la capital del país, con el mayor nivel de desarrollo de Colombia, en el norte de la ciudad donde vive la gente con buenos ingresos, y entre estudiantes de la mejor universidad del país. Algunas de las personas involucradas andaban con guardaespaldas, o sea que sus familias ocupaban posiciones de responsabilidad o tenían recursos para tener protección adicional. ¿Por qué en esta sociedad tan segmentada, personas privilegiadas caen en semejante situación, mienten, ocultan hechos, probablemente con el apoyo de familiares? ¿Qué pasó con la educación que se les dio? ¿Rumba sin valores? ¿Es esa la élite que se está formando en el país?
En segundo lugar, que clase de sistema judicial tenemos en Colombia. Si no hubiera sido por la actuación de sus padres, jamás se habría sabido que no era un suicidio. En medio del profundo dolor de perder un hijo, esta familia ha vivido durante un año la pesadilla de buscar la verdad, un martirio que no se le desea a nadie, pero que será compensado con la verdad y con el reconocimiento de que con su insistencia le están haciendo un gran favor al país: demostrar las grandes falencias de nuestra sociedad y sobre todo de nuestra justicia. ¿Cómo es posible que ya no se pueda confiar en los resultados de las autopsias cuando suceden casos como el de Luis? Ya esto es lo último que se puede esperar. ¿Será que hasta allí llegó el tráfico de influencias o la ineptitud del sistema? Realmente no se sabe cuál de las dos posibilidades es la peor. ¿Cómo casi se archiva semejante caso?
En tercer lugar, el papel de los adultos. Se dijo en la prensa que Luis había permanecido muchas horas en el carro de uno de los asistentes a la fiesta antes de que su cadáver apareciera en el caño. Pero además, que ese carro había sido vendido tres días después de estos hechos. Dada la juventud de los posibles protagonistas, nada de esto podía suceder sin que sus padres, o algunas personas mayores, intervinieran. Ojalá nadie tuviera que verse enfrentado con el dilema de proteger a sus hijos o denunciarlos; es lo peor que le puede suceder a unos padres. Ojalá que al final, no se descubra que los padres de algunos de los responsables ayudaron a esconder la verdad porque la vergüenza sería aún mayor.
Finalmente, el poder de los que más tienen. En este país acostumbrado al tráfico de influencias, ojalá no se descubra que los involucrados las utilizaron para tratar de lograr el crimen perfecto. Un abrazo fraternal a la madre y al padre de Luis, con nuestro agradecimiento porque el amor por su hijo le está abriendo los ojos a esta sociedad.
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