Objetivos militares los enemigos de la paz

Sáb, 07/12/2013 - 16:38
Entre el viernes y el domingo que acaba de pasar, las FARC asesinaron en brutal ataque terrorista con carro bomba a 8 personas en Inzá, e hirieron a más de 70 porque era día de mercado. El miércol
Entre el viernes y el domingo que acaba de pasar, las FARC asesinaron en brutal ataque terrorista con carro bomba a 8 personas en Inzá, e hirieron a más de 70 porque era día de mercado. El miércoles habían lanzado dentro de un camión de la marina, en Tumaco, una granada que dejó heridos a once jóvenes infantes; el martes bloquearon la vía a Santa Rosa de Osos con camiones cargados de explosivos, y ese mismo día quemaron dos camiones en Yarumal. Esta es una mínima relación del accionar de las FARC durante la última semana, y para completar en plena Bogotá, Avenida Circunvalar, los ocupantes de decenas de vehículos fueron asaltados en un retén ilegal. La frecuencia de tales hechos nos remontan al pasado escabroso del antes del 2002, cuando –los amnésicos no lo recuerdan- vivíamos presos en nuestras casas y ciudades para no ser víctimas de pescas milagrosas, explosiones, secuestros, extorsiones y asesinatos como los que enlutaron mi familia y la de millares de compatriotas. Después de esa era, vino un período de paz que nos ilusionó a todos, pero regresó el despelote y la violencia nos hizo clamar nuevamente por la paz. Entonces para no ser ex presidente, el presidente Santos se inventó una paz propia que nos pretende vender como la paz anhelada, sinónimo de tranquilidad, de ejercicio de derechos y de libertades de trabajo, pensamiento, locomoción y expresión. Sin embargo la paz de Santos, o farcopaz, es muy distinta a la paz que ansiamos, aunque suenen y se escriban igual. La paz de Santos es un demonio disfrazado de blanco y un engaño histórico a la Colombia cándida, extasiada por el nuevo Hamelín que repite: “La paz está primero”, “la paz es una sola”, “esta paz es desarrollo” y en aras de su farcopaz, afelpa las exigencias y órdenes de las FARC, ordena recular a su ministro de Agricultura y minimiza los muertos, secuestros, planes de magnicidio, asaltos y bombas, con que alardean nuestros futuros honorables congresistas. La farcopaz está muy distante de ser la paz que anhelamos, aunque disfrace sus verdaderos intereses y trate de confundir con su nombre. La paz es una sola y es identificable. La paz se hace entre pares, no en fuerza, ni en riqueza, sino en intenciones reales, transparente, sin engañar, subyugar, imponer, ni coaccionar, donde prime el respeto por las diferencias y por los derechos ajenos, derechos y libertades reguladas para la convivencia, lo que implica conductas y normas para que los derechos y libertades no se violenten, acción, reacción, infracción y castigo. Jamás impunidad. Hay una paz de vencedores, que por ganar en contienda, imponen su criterio a la fuerza, esclavizan y subordinan a los vencidos, esa es la paz que nos darán las FARC Hay una paz de vencidos, en la cual los derrotados se humillan y aceptan la superioridad del vencedor y sus arbitrarias condiciones para sobrevivir; esta es la paz que nos ofrece Santos, como si hubiéramos perdido la guerra, y que se firmará, cueste lo que cueste: paz con violencia, aún en el instante del brindis entre Santos y Timochenko, paz con impunidad, paz con premio para los criminales, paz que subordina las fuerzas armadas a los asesinos. La última tesis de Santos, sobre que la ley no puede ser obstáculo para la paz, es un exabrupto moral, aunque nuestra ley haya sido comprada, vendida y venalizada por jueces y magistrados. La farcopaz es el sainete para la reelección. Una vez Santos la consiga, -si la consigue- las FARC perderán su encanto y desaparecerán de las prioridades de la agenda. Las FARC lo saben, pero el juego les conviene, como les convino en el pasado. La farcopaz exacerbó el cretinismo de quienes piensan que hay que creerle a las FARC cuando aseguran ser ajenos al narcotráfico y al secuestro, y que es necesario que no paguen un solo día de cárcel, ni entreguen su armas, - Qué tal que las entreguen sin firmar el acuerdo, qué bobería. - les respaldó Santos. La farcopaz exacerbó el cinismo de quienes hablan de paz a bordo de un catamarán, disfrutando sol, playa, ron y tabaco cubano, mientras sus presuntos subordinados (que no les obedecen) asesinan y compran toneladas de armas, algunas incautadas el 5 de junio en el Cauca y el 30 de septiembre en el Meta, y mientras que la Unidad de Justicia y Paz radica la 5.075 investigación de reclutamiento forzado de menores por las FARC para la guerra. La farcopaz trocó la mesura que debe guardar el presidente, y fue inusualmente agresivo contra quienes disentimos del proceso, calificándonos de “buitres” el 26 de octubre desde Viotá –primera zona de despeje del país, y primera donde se conformaron autodefensas-, y de “enemigos de la paz” desde Santa Marta el pasado 11 de noviembre. Esa violencia presidencial contra sus opositores ocasionaron que mi columna “Me declaro enemigo de la paz” donde señalé irreconciliables diferencias entre la farcopaz y la paz, fuera objeto de amenazas y palos, no solo desde los lectores de la revista Kienyke, sino por Twitter y por teléfono. Santos puso lápida a sus “buitres” y “enemigos de la paz”, y nos dejó en la mira de sus aliados de las FARC. En Colombia no existe delito de opinión y los alcances del señalamiento presidencial son incalculables y peligrosos. En dicha columna me sumé a los millones de colombianos que queremos la paz sin secuestros, sin grupos armados que merodeen el temor campesino, sin retenes, sin crímenes aleves, ni extorsiones, no la farcopaz para un sector de las FARC, no la paz de los mentecatos que creen que farcopaz y paz son sinónimos. Me ratifico en el contenido de aquella columna y me declaro, nuevamente, enemigo de la paz. @mariojpacheco
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