El presidente Juan Manuel Santos se encuentra de viaje en Turquía y el Reino Unido. Cada vez que el Jefe del Estado sale del país arrecian las críticas en las redes sociales contra los periplos presidenciales. Hay quienes llevan estadísticas detalladas. Se dice que Santos va a romper el récord de Andrés Pastrana que viajó en cuatro años la mitad de lo que el Papa Juan Pablo II -conocido como el Papa Viajero- hizo en dieciocho años de pontificado.
Si en algo este gobierno ha sido exitoso es en su política internacional. A muchos no nos gusta Chávez, ni Correa y nos cae gorda la Kirchner. Desconfiamos de Ollanta y tenemos serias reservas sobre la calidad del liderazgo que ejerce Barack Obama. Pero las relaciones internacionales no son un asunto de gustos sino de estrategia. Los países no tienen principios sino intereses. Las relaciones internacionales tienen por objeto potenciar esos intereses y disminuir las amenazas. Mientras los venezolanos sigan eligiendo a Chávez, Colombia tiene que buscar cómo protege sus intereses y evita dejarle un espacio político internacional a la demagogia bolivariana. Mientras los ecuatorianos sigan creyendo que Correa es un mesías, pues Colombia tiene que lograr que nuestros queridos y confiables hermanos del sur nos colaboren en frenar la presencia de las Farc. El realismo y el pragmatismo son los pilares de la diplomacia. Por eso los grandes diplomáticos, Talleyrand, Metternich, Kissinger o Nixon han tenido la frialdad y el cálculo de anteponer los intereses nacionales a sus sentimientos personales.
El ombliguismo es una señal de subdesarrollo. La opinión pública en los países desarrollados es consciente que la prosperidad nacional depende de lo que sucede más allá de las fronteras. Tal vez el mejor ejemplo de la mundialización de los problemas sea el caso de la crisis financiera de Grecia, un pequeño país que tiene en vilo la estabilidad de la economía mundial. En un mundo global, los grandes negocios son competencias entre empresas nacionales donde la diplomacia juega un papel trascendental. Y las mayores amenazas para nuestra prosperidad no necesariamente están en Cartagena del Chairá. Santos es consciente de la importancia de la dimensión internacional en el futuro de Colombia. Juega bien sus cartas, nos representa con altura y seriedad en el extranjero. Eso trae negocios, abre oportunidades para inversión extranjera y pone a Colombia a sonar con temas distintos al narcotráfico o la guerrilla. De paso ayuda a que el presidente tome aire y mire nuestra realidad con una perspectiva más amplia. Los grandes temas nacionales que apasionan a los colombianos como la clasificación al mundial de fútbol, la chismografía política o el desenlace de las novelas y realities no requieren en permanencia la presencia del Jefe del Estado en el territorio nacional.
A los colombianos no quieren que su presidente viaje. Por eso les gustaba Álvaro Uribe que se sentía incómodo por fuera de las fronteras y podría vivir sin pasaporte. Uribe solo iba a las citas internacionales obligadas y ansiaba con retornar al consejo comunitario en San Juan Nepomuceno. Por ello la agenda internacional fue descuidada, los cancilleres jugaron un papel menor en el gabinete y el país terminó aislado en la comunidad internacional.