Pánico Virtual

Mar, 30/05/2017 - 01:58
La comunicación virtual es fantástica, rápida y abierta a múltiples enfoques. En el mundo de las redes sociales cabe todo, desde los estudios científicos, hasta los chistes y las cadenas religios
La comunicación virtual es fantástica, rápida y abierta a múltiples enfoques. En el mundo de las redes sociales cabe todo, desde los estudios científicos, hasta los chistes y las cadenas religiosas. El ciberespacio ha sido aliado de movimientos sociales y rebeliones, ha desnudado dictaduras, pero también ha servido para engañar y manipular. Se soporta en una convicción que recogen las almas ingenuas, lo que sale allí tiene algo de verdad y por lo tanto se reenvía a nuestros contactos. Como casi todo el mundo hago parte de grupos cerrados de comunicación virtual, el familiar, el de compañeras de colegio, aquellos de afinidades profesionales o los de simples amistades. Todos esos grupos aportan alguna información valiosa, tal vez la más valiosa sea saber de esas personas que nos importan y con quienes no mantenemos contacto directo. Pero se convierten en un fastidio muchas veces gracias a que son vehículos de desinformación. Hasta me aguantaría que me manden fotos de Dios y la Virgen Santísima, pero me molesta especialmente la vocación de aves de mal agüero que asumen algunos de sus integrantes. Son como niños o niñas que gozan llegando de primeros con la mala noticia, dizque para ponernos en alerta sobre una modalidad de atraco, una posible tragedia, un crimen, el contagio de una enfermedad o algo por el estilo. Se podría denominar la ciber paranoia, ese sentimiento trágico que nos llega cada instante con un whatsapp o un post en el face o en cualquier otro medio virtual. Y no basta que llegue uno, al instante muchos más reenvían la misma información, en esa competencia por ver quién es primero en eso de la trasmisión de la adversidad. Si llegamos a tomarnos en serio, si quiera la mitad de lo que por las redes sociales nos llega, quedamos de catre, enfermos, pero de susto, sin ganas de salir a ninguna parte, ni contestar el celular, ni abrir los correos, ni dejar el carro en el parqueadero del supermercado. Si le hacemos caso a todas las recomendaciones, terminaríamos sin comer arroz, porque es plástico, ni tomar bebidas azucaradas, ni, ni, ni. ¡Es el mundo de las catástrofes! Volviendo a mis redes sociales, debo reconocer que pertenecemos a una generación que llegó tarde a lo virtual y por lo tanto vivimos descrestadas. Muchos de mis contactos en los grupos de amigas o de familia, son personas tan ingenuas que se creen buena parte de lo que les llega y sin dudarlo lo reenvían. Con esto hacen más mal que bien, pero no hay forma de convencerlas de que no sigan haciéndolo. El principal problema para esta ingenuidad es que la mayoría de los mensajes no tienen fecha de caducidad y por lo tanto circulan una y otra vez, hasta que alguien que no los había leído vuelve a darles impulso para que sigan circulando. El segundo problema es que en muy raras ocasiones aparece una persona responsable por haber inicialmente enviado la comunicación. Son mensajes anónimos en los cuales hay miles de equivocaciones o tergiversaciones. Así ha pasado con textos que le atribuyen a García Marquez o la Borges sin tener ni la más mínima relación con ellos. Pero eso no es problema, alguien se lo cree, le parecen “divinos” y les dan el toquecito mágico de reenviar. Esta semana ha sido especialmente dramática para Cali, que es la ciudad donde me muevo en el mundo real y uno de mis espacios virtuales. Me han llegado informaciones sobre todo tipo de atracos y tragedias, hasta el punto en que ya da miedo salir. Mis contactos han tratado de convencerme y estás ellos mismos convencidos de todo lo malo que está pasando, sin preocuparse de comprobar si es verdad. www.margaritalondono.com http://blogs.elespectador.com/sisifus
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