En estos tiempos difíciles el periodista no está informando sobre el hombre que mordió al perro y, en cambio, se está diluyendo en las opiniones que se expresan a cada instante en redes sociales. Lo peor es que así no solo está perdiendo él, sino la persona que lo lee.
Jamás hubo tan cruel ironía para este oficio. Entre más se expresa el periodista como el ser común que es, más se ahoga. Es así porque la gente no encuentra diferencia entre lo que está diciendo o tuiteando y lo que escriben al tiempo miles de personas.
El periodista está exponiendo sus afinidades políticas, preferencias personales, gustos y demás en redes sociales como si fuera proselitista y en Colombia se está declarando a favor o en contra de los uribistas, santistas, petristas, feministas o animalistas con una opinión efímera, en lugar de buscar el contexto y la verdad para, ahí sí, informarla.
La gente ve esto todos los días y siente el prejuicio del periodista, por lo que no cree en su equilibrio al tratar la información. El periodista sí que puede tener una agenda para anotar cosas importantes, pero no una agenda política hecha a sus pareceres.
Hace años, le pregunté a Ignacio Gómez, en papel de cofundador de la Fundación para la Libertad de Prensa, si Noticias Uno hacía oposición y recuerdo lo que me dijo tajantemente: oposición no es hacer honor a la verdad.
Trato de explicar todo esto en un ejemplo: ¿está el periodista que despotrica de las corridas de toros en capacidad de analizar una sentencia de la Corte en favor de la tauromaquia? Seguramente sí, pero quien lea su previa animadversión a esta práctica podrá dudar –con razón- de su equilibrio al tratar la información. Lo mismo pasa con todos los periodistas fanáticos de la política, el feminismo y hasta el fútbol.
Una cosa es la sinceridad y transparencia que debe tener el periodista hacia el público y otra muy distinta es unirse al vulgo digital que califica y descalifica sin pausa, sin filtro y sin misericordia.
La opinión publicada del periodista debería ser calificada. Cada minuto se cuentan en el mundo más de 481.000 tuits, se envían 38 millones de mensajes en Whatsapp, se ven 4.3 millones de videos en Youtube y se cuentan 973.000 inicios de sesión en Facebook, según visualcapitalist.com. ¿A la gente qué diablos le va a importar lo que piensa el periodista si lo que va a hacer en redes sociales es juzgar o decir que algo le pareció bien o mal? Para eso no se necesita estudiar.
Vale la pena participar en redes sociales, vale unirse a voces solidarias, parece natural opinar sobre un gol, o enternecerse con uno de tantos videos de mascotas, de esos que llamamos “virales”. No sucede lo mismo con la calificación de hechos inmediatos sin contemplar su trascendencia y el bien o el mal que puede generar en miles de “seguidores”.
En mi humilde opinión –vea pues el desparpajo-, hay otro problema con esto que está pasando. Años atrás, las columnas en un medio de comunicación eran dignas de reconocimiento, pero ahora pululan “columnistas” en los medios nativos digitales. En estos nuevos y bienvenidos espacios de información aparece un nuevo columnista porque sabe poner tildes y escribe aceptablemente sobre un tema, o bien porque ayuda a marcar unos clics a costa de lo que sea. Lo hemos visto: personas con columnas que difaman sin el mínimo reparo del medio de comunicación.
Esta opinión –que desde luego no suele pagarse- también va en desmérito del oficio porque al final de cuentas son meras impresiones sin un fin valioso para la sociedad. La noticia es que el hombre muerda al perro y no al revés, decían en la Universidad. Las columnas que son valiosas investigan, analizan, incomodan al poder y se hacen con esfuerzo de tiempo y hasta de tranquilidad. El quid es de fondo, no de forma.
Tampoco se trata de callar, ni más faltaba, sino de ser más consecuentes con nuestros reclamos. Los periodistas nos quejamos del oficio, de los malos salarios, de la censura y autocensura, pero nos falta también autocrítica. Lamentamos el descrédito del periodista y –qué pena- nos exponemos hasta con mala ortografía en redes sociales. Nos quejamos de la inferencia comercial y por unos pesos servimos en nuestras cuentas personales a las agencias de publicidad para promocionar productos sin siquiera avisarle a la audiencia.
Quizás sea necesaria una pausa antes de arremeter con trinos y opiniones a cada minuto y entender que es muy válida y bienvenida la participación del periodista en redes sociales, pero no con la exclusiva y continua publicación de percepciones. La opinión formada vale y la que es argumentada resulta necesaria. Si quiere ser figura y crear su marca personal como “influenciador” es otra cosa; si intenta informar será mejor periodista.
En Twitter: @javieraborda
Periodistas, a opinar menos e informar más
Jue, 25/10/2018 - 06:21
En estos tiempos difíciles el periodista no está informando sobre el hombre que mordió al perro y, en cambio, se está diluyendo en las opiniones que se expresan a cada instante en redes sociales.