Petición de un periodista a Camilo Jiménez

Jue, 08/12/2011 - 23:50
Yo soy uno de sus estudiantes, Camilo. Si no de manera literal, sí cultural: como ellos, no sé hacer un resumen. Y véame: vivo de escribir.

Yo soy uno de sus estudiantes, Camilo. Si no de manera literal, sí cultural: como ellos, no sé hacer un resumen. Y véame: vivo de escribir.

Le cuento mi historia. Cuando salí del colegio no sabía cuál era la diferencia entre un adjetivo, un sustantivo y un verbo. Solo hasta cuando tomé clases de inglés entendí la diferencia. De hecho, solo estando en la universidad aprendí las bases de un ensayo o de una reseña. Hoy en día no sé escribir sin la ayuda de Word: sin esta herramienta, un texto mío sería un chorrerro de errores de ortografía aberrante. Lo poco que sé de ortografía, lo aprendí gracias a Word y a los innumerables intentos de literatura periodística o académica que escribo a diario. Me cuesta mucho trabajo escribir sin una conexión de Internet. Estoy tan mal instruido como –y soy igual o peor reseñista que– sus estudiantes. Y véame: vivo del periodismo.

Me someto a la penosa tarea de contarle mi historia para darle a entender una cosa, estimado editor: no se trata de que Internet –y los celulares, y los videos, y Twitter– nos impida instruirnos.

Se trata de que, primero, la educación en Colombia es desigual, deficiente y mediocre. Y también de que pasamos por un momento de incertidumbre y transición en la historia. Sabemos que las formas de comunicación e instrucción han cambiado para siempre. Y tal vez la escritura haya dejado de ser una prioridad. Quizás saber escribir un resumen ya no sea necesario, ni importante. Para usted puede sonar básico, querido Camilo: a mí, en cambio, me da lo mismo. ¿Para qué escribo un resumen si puedo encontrar uno en Internet?

Yo soy un nativo de la red, como sus estudiantes. Y no me parece que ésta sea la culpable de mi infalible impotencia para escribir o pensar. Culpo, por el contrario, a Colombia. Y a su paupérrima educación. Porque, de hecho, lo poco que tengo en esta cabeza es gracias a Internet: a poder leerlo a usted con solo un click, a poder leer el New York Times todos los días, a poder informarme en el bus camino a la escuela, a poder ver todas las temporadas de Seinfeld gratis, una tras otra.

No es culpa del Internet, créame. Como todo, está lleno de problemas: es caótico y nos distrae. Concentrarse con la señal de Internet prendida es muy difícil. Pero no imposible. Y los que nacimos con una cuenta de correo lo vamos a ir aprendiendo, le juro. Yo, como su sobrino, leo mucho: todo el día. Leo en Internet. Pocas son las cosas que me quedan, sí. Pocas son las cosas que recuerdo al otro día. Pero algunas permanecen. Y ahí vamos. (Mientras escribo esto, tengo dos conversaciones por chat y Youtube, Facebook y Twitter activados).

Entiendo su indignación: es frustrante trabajar con gente incapaz de leerse un libro entero. Hasta da risa ver los comentarios de su columna, que llaman a la “refleccion”. Yo lo entiendo: es exasperante ver un espacio antes de una coma o una hache en frente del verbo ir. A mí también me pasa: cada vez que chateo con mis amigos sufro.

Pero hay algo que me hace seguir chateando con ellos: los tipos son unas lumbreras: saben de cine, de fotografía, de arte, de moda, de tecnología. Tal vez la gente de mi generación no sepa escribir, pero sabe diseñar, y pensar, y ver. Es gente curiosa, ecléctica. Yo le aseguro que Mark Zuckerberg no sabe escribir un resumen; pero vea lo que se inventó.

Puede que el Internet perjudique la calidad de nuestras futuras revistas, como usted dice. Pero, ¿qué revistas, querido profesor? ¿Qué libros? Resignarse porque las viejas formas de comunicación están en vía de extinción me parece facilista. Aprovechemos las nuevas.

El Internet no acabó con la literatura y el periodismo de largo aliento. Byliner o Longreads son páginas que lo demuestran. Pero sí le dio un sacudón. No obstante, creo que podemos vivir sin ellas. No sea determinista: con el Internet también se puede educar. Hay gobiernos que lo saben y están enseñándole a la gente –niños y adultos– cómo leer en Internet, cómo entender las nuevas comunicaciones. Y nuestro gobierno lo va a tener que saber en algún momento. Entiendo la nostalgia por los libros, y por los objetos, y por las viejas formas de instrucción. Pero no nos podemos quedar ahí. Y usted, además, tiene que pagar la renta.

Entonces le quiero pedir que no se vaya. Le quiero pedir, respetado editor, que investigue sobre nuevas formas de educación vía Internet. Su blog es un comienzo. Sigamos. Yo creo que las aptitudes que tienen sus estudiantes son valiosas. Tal vez no para la literatura como usted la aprendió. Pero sí para una nueva literatura: una que, de golpe, venga con un video, con diseño; una que el lector incluso pueda modificar.

Si no es con usted, no es con nadie. No se puede ir, profesor. No nos deje ahogar en la ignorancia. Inventémonos, juntos, nuevas formas de instrucción. Aprendamos a leer en Internet. Quién quita que el gobierno algún día también nos ayude.

*Leer carta de Camilo Jiménez

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