Los demócratas en Colombia tiene que celebrar que un candidato como Gustavo Petro pueda hoy competir seriamente por la alcaldía de Bogotá, el segundo cargo más importante del país. Que un exguerrillero reinsertado se bata limpiamente en una jornada electoral de esta magnitud, y con posibilidades, es digno de reconocimiento, en un escenario en donde la intolerancia de hace algunos años eliminó físicamente a quienes habían pasado por la insurrección armada y decidieron apostarle a las reglas de juego democráticas al renunciar a la violencia como camino para acceder al poder.
Izquierdistas, centristas y demócratas se alegran de que a Petro le vaya bien. Que pueda ejercer libremente su derecho a disentir, su libertad para hacer oposición y lo han apoyado en sus aspiraciones a la Cámara y al Senado porque en todo caso es un excelente parlamentario. Lo han defendido de quienes lo quieren estigmatizar eternamente por su pasado violento y le han defendido sus derechos políticos como amnistiado. Lo han apoyado en sus causas contra la extrema derecha y los enemigos agazapados de la paz y lo seguirán impulsando como promesa porque sus intenciones han convencido y cada vez es más la simpatía que despierta. Petro es sin lugar a duda el ejemplo vivo de que la combinación de las formas de lucha fue un experimento suicida y de que un buen tribuno puede llegar lejos en esta defectuosa democracia.
Pero aún así en Bogotá no se ha podido consolidar como un fenómeno electoral. Los ciudadanos quieren que siga por ese camino y se prepare para más adelante porque aún le falta mucha democracia por aprender. Porque muchos también lo han sufrido. Petro es un hombre de profundas convicciones democráticas pero de arraigadas prácticas autoritarias. Se le admira su capacidad de denuncia pero se le teme a su facilidad para denigrar de quien se le atraviese. No tiene problemas para sindicar irresponsablemente a sus pares y dentro del Polo, para descalificar a Angelino Garzón y a dirigentes de izquierda; para arrogarse como suyas las denuncias sobre la corrupción en Bogotá que con valentía destapó Carlos Fernando Galán y para acotejar con inexactitudes los escándalos mediáticos en beneficio, no de la verdad sino de su ego. ¿Dónde quedaron sus vehementes defensas de Hugo Chávez para replicar el proyecto bolivariano? ¿Por qué ya no se ufana de haber hospedado a Chávez en su apartamento en Bogotá cuando éste hacía sus primeros pinitos? ¿Por qué no volvió a arremeter contra el opositor venezolano Carmona –asilado en Colombia-, como un dictador fascista etc.? Anda muy habilidoso y calladito en relación con la papa caliente de Venezuela.
Petro es audaz, inteligente y valiente. Pero es sectario, caudillista y rencoroso. No tiene la bonhomía que se le ve a un Antonio Navarro ni la capacidad negociadora de un Camilo González, no goza del temperamento conciliador de un Lucho Garzón, ni del brillo intelectual de un Carlos Gaviria. Es aguerrido y enérgico pero al mismo tiempo es implacable aún con sus propios camaradas. No tiene la consecuencia de un Jorge Robledo y si le toca, pasa fácilmente de justificar las causas objetivas de la lucha armada a una postura contra el terrorismo de las Farc. Hoy cuando Chávez no vende, no tiene problema en negarlo tres veces antes de que cante el gallo. Su sonrisa, que Antonio Caballero caricaturiza porque lo conoce, no es cálida y más bien refleja algo de amargura. Petro tiene el temperamento frio y calculador que le impide ese grado de humanismo que predica.
Petro, más allá de lo que significa como alternativa futura si mejora sus defectos políticos y crece personalmente, se hace el de las gafas en lo que tiene que ver con quien lo rodea. Le ha sacado jugo al combate de los carruseles de la contratación, pero se le ve en campaña con los mismos del Polo que eligieron a Samuel. La misma gente que cree que cada cuarto de hora de la izquierda hay que aprovecharlo hasta terminar peor de lo que le criticaban a la derecha. Hoy los electores de Samuel saben que con Peñalosa pierden terreno y por debajo de cuerda le están metiendo la ficha a la candidatura de Petro. Por ejemplo, alguien se ha preguntado dónde está jugando esa pléyade de samperistas que cercó a Samuel. ¿Dónde están anapistas y dussanistas que dominaron la administración que termina? ¿Alguien se imagina que los herederos de Samuel Moreno encabezados por Clara López de Romero, van a dejar que Peñalosa gane en Bogotá? No; ellos saben que lo único que garantiza que el Polo no tenga un entierro de tercera es que Petro gane, apoyado por Catalina Velazco, la secretaria de hábitat de Samuel, por Abel Rodríguez, el viceministro samperista y ex secretario de educación con líos de corrupción, los dussanistas como Boris montes de Occa, el senador Jorge Guevara y el concejal Celio Nieves o Chucho Bernal, emproblemado, Carlos Ossa, de la administración Moreno, Carlos Simancas, Guillermo Asprilla, para solo mencionar unos samuelistas del Polo o Polistas de Samuel.
Por eso el 40% del electorado bogotano se decidirá de aquí al domingo con Peñalosa porque ese 20% que simpatiza por Gina y ese 25% indeciso le tienen pánico a arriesgarse a repetir la fórmula del Polo, con disfraz, ahora agravada por el autoritarismo.