Para ser sincero, pensaba que mis sueños de juventud de ver esta sociedad superarse en la dignidad y en la justicia estaban frustrados para siempre. Durante años sentí el dolor de derrotas cada vez más duras y contundentes, más definitivas, una tras otra, y vi cómo se agigantaban el cinismo y la ramplonería, vi derrumbarse valores en los que la gente decente puede crecer y superarse, en los que las gentes humildes pueden elevar sus vidas. Había perdido la esperanza de que delante de los ojos de mi generación llegara el turno y la oportunidad a los valores éticos de la democracia y la justicia en los que creo y por los que lucho desde joven. Me sostuvo de pie a lo largo de años la testarudez pero reconozco que en condiciones del ánima que ya casi a estas alturas de la vida parecía marchita. Aquella debacle había empezado en 1984 cuando las armas apuntaron a los corazones de nuestra legión de luchadores por la decencia, la solidaridad, la libertad, la igualdad, la democracia. Entonces cayó Lara. Y había terminado cinco años después, en 1989, cuando cayó Galán. En el intermedio las balas habían pegado o rozado a varios de nosotros que si quedamos vivos, no fue suficiente para recuperar las fortalezas perdidas. Nos hundimos en el fondo del mar. El golpe fue terrible sobre nuestras líneas y sobre nuestras propias condiciones personales. Desde entonces, cuando mordimos el polvo de la derrota, vimos venirse el mundo encima de nosotros y de esta nación. Los derrotados no fuimos solo el puñado de compañeros de Lara y Galán sino todos los colombianos a los que les cayeron encima las plagas de la ramplonería, de la matonería, de la disolución social, del derrumbe institucional. El “Proceso 8000” y la “Parapolítica” son solo dos escenarios que referencian más de veinte años de decadencia nacional a partir de aquellas derrotas, veinte años de envilecimiento de corrupción de atropellos de indignidad. Los muertos las cárceles la miseria las trampas, hablan por sí solos. Mataron a Lara y a Galán y al tiempo mataron a líderes de la izquierda colombiana que encarnaban con ellos las fuerzas de la reconstrucción de la política en la razón y en el compromiso social, sin discriminación ni exclusión. A Pardo Leal, a Jaramillo, a Pizarro. Y sobre semejante tragedia florecieron fuerzas criminales que se apoderaron de este país, bandidos adueñados de todo y por todas partes, empezando por la política o mejor dicho, empezando por el poder político, poder de miedo y grima aprisionado en las garras de mandamases hechos en las pestilencias del dinero de crápulas y bajo el amparo de pistoleros despiadados, capos políticos amparados por mafiosos y genocidas, que posan de próceres y hasta de redentores. Lo cierto es que en los últimos 22 años no hemos hecho sino caer como pesos muertos al abismo del atraso económico y social y de la degradación ética. No doy cifras ni nombres ni planteo situaciones del país y sus regiones porque esta no es denuncia sino reflexión, lo digo desde mi más íntima convicción para mí y para quienes me quieran oír, desde las certezas que me nacen de haber recorrido a Colombia sin parar durante todos estos años, de haber hablado sin interrupción con la gente de todas las regiones y condiciones y de haberme mantenido activo sin pausa adentro del basurero de la política colombiana.
Pero lo bueno es que quiero decir algo para mí emocionante. Ayudo en el proyecto político de Sergio Fajardo desde cuando anunció su deseo de ser gobernador de Antioquia meses atrás y mi percepción íntima de las cosas de mi país y de mi sociedad se transforma desde entonces para acá, cada día con mayor fuerza y certeza. Ahora sé que las esperanzas que abrigamos desde jóvenes y que creíamos desfallecidas no están perdidas, sino que renacen con vigor que a mí mismo me sorprende. He presenciado la calidad de este proceso, la calidad de sus protagonistas, de sus ideales y sus condiciones de lucha y sus motivaciones y su carácter, los he observado de cerca, desde la entraña misma de los acontecimientos. Entonces ahora sé que mi generación verá florecer sus sueños y sus ilusiones con el impulso de este compatriota y el entusiasmo de quienes le acompañan y dan fuerza. Son hombres y mujeres que tienen la energía, la inteligencia, los valores, la disciplina suficientes para comprender y transformar la realidad nefasta de esta nación y voltearla del otro lado, del lado de la bondad y la grandeza. Ya sé que quienes nos sentíamos perdidos veremos renacer los sueños que habíamos extraviado en los meandros de la historia horrenda que hemos padecido a lo largo de decenios. Primero será Antioquia...y ya verán...