“A mi no me dangondnee” puede ser la frase con la que reaccione cualquier niño caribeño o colombiano cuando alguien pretenda tocar su pantalón a la altura de sus genitales. Y esa frase, a manera de censura social o sanción moral, lejos de cualquier folclorismo, es lo menos que puede derivarse de la reprochable conducta del virtuoso cantante vallenato Silvestre Dangond cuando traspasó los límites con un menor de edad en una de sus reciente presentaciones.
Sus fanáticos han salido en su defensa. Dicen que ya Silvestre pidió excusas públicamente; que fue un acto sin ninguna pretensión morbosa; que sus indiscutibles cualidades artísticas no se pueden empañar por un hecho cargado de inocencia y “picardía” tan habitual en ese universo socio-cultural de la vieja provincia de Padilla. Incluso, se abusa del concepto de “cultura”, aquella trama viviente, conflictiva y en permanente transformación de valores, definiciones, señas, modelos de comportamiento, técnicas y saberes de un evidente valor afectivo, cognitivo y normativo, para blindarlo ante la crítica.
Si le preguntáramos a Max Weber, ese clásico de la Sociología, probablemente aceptaría el significado “picarón” que Silvestre le atribuye a su acción. Pero la motivación de ese hecho no alcanza para salvarlo de sus consecuencias morales y hasta penales. Silvestre y sus colegas deben entender de una vez por todas que su calidad de artistas les confiere un rol público que implica unas exigencias éticas por encima de cualquiera de los mortales. Deben enterarse que la música como fenómeno universal los convierte inevitablemente en referente para la sociedad. Deben saber que la revolución comunicacional que hoy nos invade convierte en un hecho público y global hasta sus actuaciones más privadas. Pero sobre todo, debe quedar claro que los niños y las niñas son la principal prioridad de toda sociedad democrática. Su dignidad, su respeto y sus derechos constituyen un imperativo moral para todo ciudadano, pero en especial para aquellos que cumplen un papel destacado en la vida pública.
En el pasado hemos sido demasiado condescendientes y “comprensivos” con muchos personajes de la farándula criolla. Moviéndose en una especie de “zona gris” la pasarela colombiana ha visto desfilar, lamentablemente en muchas ocasiones, a cantantes, modelos, reinas, actores y actrices junto con mafiosos y traquetos. Aún se escuchan los cantos vallenatos apologéticos de prósperos marimberos. Hace poco nos avergonzamos con la admiración expresada, por cantantes reconocidos, a paramilitares y delincuentes en parrandas y fiestas populares. Ello, en detrimento de la belleza literaria y musical de los cantos de Rafael Escalona o de Leandro Díaz.
Corro el riesgo de ganarme enemistades con mis amigos vallenatos. Entenderán que no hago parte de las cruzadas moralistas desatadas desde el antiplano cundiboyacense, pero que es deseable que nuestros artistas sean también ciudadanos ejemplares. Y que primero están los niños. Hagamos que este episodio nos deje esas lecciones aprendidas, sin fanatismos ni chovinismos trasnochados. Mejor dicho: “Que ninguno nos ningunee” para usar un folclorismo muy común en Valledupar cuando se solicita respeto.
Silvestre: No nos Dangondnee !!
Mar, 11/01/2011 - 09:59
“A mi no me dangondnee” puede ser la frase con la que reaccione cualquier niño caribeño o colombiano cuando alguien pretenda tocar su pantalón a la altura de sus genitales. Y esa frase, a man