¿Qué tal Monica Bellucci con ese vestidito corto en la fiesta de Irréversible? Qué bien le queda la seda a esa mujer, como a pocas. Yo podría morirme. Stop. Rewind. Play. Vuelvo a morirme. Qué cosa tan fuerte, es un animal. Esos labios de haber pasado toda la mañana chupando paletas, las pestañas, las tetas que quiero creer que son naturales, los ojos, el pelo negro... ¿Y qué tal esa violación tan diabólica? En mi corazón, ese hombre es más malo que Andrei Chikatilo, ese hombre es el mismísimo. Y no me voy a reservar el hecho de que he visto muchas más veces la escena de la violación que la película.
¿Y qué tal Monica Bellucci dándose un balazo en la boca en The Private Lives of Pippa Lee? Stop. Rewind. Play. Stop. Rewind. Play. Stop. Rewind. Play. ¿Y cuando la revientan a golpes en Malèna?
¡Ay, no más! ¿Qué es esta necesidad de verla muerta y ultrajada? A la Bellucci háganle pasito, con amorrrr.
Si mis referencias fueran menos siniestras, quizá pensaría en el vestido blanco abierto en la espalda hasta la raya del culo que tiene en Astérix & Obélix: Mission Cléopâtre. O en el beso en la boca que le da a Keanu Reeves en The Matrix Reloaded, que más bien se lo debería haber dado a Carrie-Anne Moss, que estaba ahí parada mirando.
Estoy esperando una escena en que Vincent Gallo se come a Monica Bellucci saliendo de Delhi en el Darjeeling Limited. Quiero verla con el pelo sucio, contra una pared oxidada, con una mano de Gallo en la boca para que no grite y la otra espichándole una teta. La quiero con la pestañina corrida, pero sin la cara hinchada. Pantalones cargo mostaza (hasta las rodillas), una camiseta de tiritas blanca y calzones y brassiere negros.
Monica Bellucci es la reina absoluta, más allá que muy allá. Me gustan otras actrices, pero a ninguna la considero la bomba que es la Bellucci. Marisa Tomei y Natasha Lyonne no se dan ni un beso en Slums of Beverly Hills pero deberían. Hay tetas, dildos y vibradores, pero a esa película le queda faltando el beso lesbo-incestuoso. Le hubiera venido muy bien. Amo a Natasha Lyonne en But I’m a Cheerleader, porque es la lesbiana perfecta que no sabe que es lesbiana. Tiene cara de yo no fui, pero ella sí fue, no me cabe ninguna duda.
En Before the Devil Knows You’re Dead y The Wrestler no me quedaron ganas de ver a Marisa Tomei sin calzones. No se los quita, y yo tampoco se los hubiera quitado. Es apenas suficiente. Tomei, este mujerón que ya casi es cincuentona me fascina porque tiene la piel tiesa y brillante, las pienas firmes y el vientre plano. Me encanta porque me la imagino madura y segura de sí misma. Las arrugas en los ojos, los dientes de conejo y sus tetas chiquitas de pezones parados son perfectas. En The Wrestler es una stripper con un piercing en cada pezón, y yo me puedo quedar en pause mirándole los pezones tiesos durante tres minutos. Es regia. Yo quisiera ser alta y esbelta, me pondría un sastre de hombre de lino azul con una camisa blanca y me comería a Marisa Tomei contra la barra de un bar.
Ahora, si tuviera que elegir entre la Tomei y Scarlett Johansson, me quedo con la Tomei de llavero y me metó en un closet con la Johansson. Qué grosería las tetas de Scarlett Johansson, qué grosería esos escotes, qué grosería esas curvas y qué grosería esa boca, hinchada de por vida, como una fresa. Me fascina esa mujer. Me encontré una editorial de la revista Flaunt en la que sale la Johansson con las tetas forradas en una tela negra como si le doliera, y Dita Von Teese en pelota, con una fusta en la mano. Están vestidas jugando roles de butch y femme cada una. La Johansson está haciendo cara de culo y tiene un cigarrillo colgándole de la boca. Qué fotos tan espectaculares. Hay que verlas. Hay que imprimirlas (o recortarlas). Hay que pegarlas en la pared del cuarto, y que sea lo último que se vea antes de apagar la luz.
Con esta obsesión ridícula sería ideal verla con otra mujer, pero la escena en Vicky Cristina Barcelona en que Scarlett Johansson y Penélope Cruz se dan un beso en la boca no hace nada por mí. No me produce ninguna sensación, soy absolutamente indiferente a ella porque para mí esa dupla sólo alimenta el estereotipo que existe sobre las lesbianas. Estas dos diosas son un culto a la perfección, juntas son irreales, no me emocionan. Y para empeorar, el cliché de la luz roja en el cuarto oscuro no colabora.
Una escena lesbiana que sí me emociona y me obsesiona y de la que no me voy a olvidar nunca está en el noveno episodio de la segunda temporada de The L Word, un capítulo que se llama Late, Later, Latent. Sarah Shahi es iraní, pero bien podría ser dominicana o mexicana. Es una bestia, es un peligro. Es muy, muy sexy, y tiene cara como de inteligente, mira como si estuviera concentrada. Mia Kirshner, en cambio, es blanca, blanquísima, como un vampiro. Tiene el pelo negro, negrísimo y los ojos como entre verde, azul y gris. Es una muñeca, categoría hada. Una tiene lo que le falta a la otra. Son increíbles juntas porque son opuestas.
Carmen (Sarah Shahi) y Jenny (Mia Kirshner) se están dando una ducha, sólo se ven sombras detrás de la puerta de vidrio. Jenny sale porque tiene que mear, sólo se ven sus pies blancos, casi verdes, caminando hacia el inodoro. Jenny se sienta y entonces Carmen sale de la ducha, sólo se ven sus pies canela.
“Yo también tengo que hacer pipí,” dice Carmen.
“Termino en un segundo.” Le contesta Jenny.
Carmen se sienta encima de Jenny, y quedan cara a cara.
“¿Qué haces?” Dice Jenny, que no entiende nunca nada.
“Quiero que separes las piernas.” Ordena Carmen.
Y entonces Carmen empieza a mear, encima de Jenny, que todavia sigue meando. “Mmmmm...” Jenny no se la cree.
Psssssss... Psssssss...
Sobre las tetas de Hollywood
Lun, 27/12/2010 - 02:00
¿Qué tal Monica Bellucci con ese vestidito corto en la fiesta de Irréversible? Qué bien le queda la seda a esa mujer, como a pocas. Yo podría morirme. Stop. Rewind. Play. Vuelvo