Hay mucho de fascinante en la vida y palabras de Steve Jobs. En una columna anterior apuntaba algo sobre su serena mirada a la muerte, año tras año, admirando su postura budista ante ella. En las últimas semanas se han conocido algunos detalles de su enfermedad que muestran otra cara de la moneda y nos dejan pensando. Se ha publicado una biografía de Jobs pues “timing is everything”, la oportunidad lo es todo como dicen en el teatro norteamericano. Su autor ha completado el periplo de programas de entrevista discutiendo el libro. Pero los comentarios más detallados y científicos los he encontrado en el blog del cirujano oncólogo David Gorski, MD, PhD (www.sciencebasedmedicine.org). Recomiendo su lectura e intentaré en esta columna añadir mi granito de arena a la polémica pública sobre la enfermedad y muerte de Steve Jobs.
En 2003 se le hace, sin síntomas previos serios, una escanografía abdominal encontrando en la cabeza del páncreas, la parte más cercana al duodeno, un tumor. Es una neoplasia neuroendocrina, un insulinoma, infrecuente (sólo el 2% de los tumores pancreáticos es de este tipo) y de comportamiento relativamente benigno comparado con el letal adenocarcinoma de páncreas. Sus síntomas son variados e impredecibles con hipoglicemia, sudoración, pérdida de peso y otros problemas. Pero usualmente no sigue la historia del propiamente llamado cáncer de páncreas, el adenocarcinoma, con obstrucción, diseminación abdominal y muerte en uno o dos años. Por el contrario los pacientes con neoplasias neuroendocrinas pueden operarse y frecuentemente sobreviven por un tiempo prolongado. Si se operan, y ahí estuvo el dilema de Jobs.
Prefirió esperar, siguiendo heterodoxos tratamientos dietéticos, por 9 meses. Cuando se sometió a la recomendada cirugía no se podía resecar el tumor, que nos imaginamos había crecido, sin sacar todo el páncreas. Esta cirugía, la pancreatoduodenectomía de Whipple, es extensa y peligrosa. Cuando yo hacía residencia en patología quirúrgica en Estados Unidos revisábamos con ansiedad el plan diario a ver si nos tocaba examinar algún espécimen de esa cirugía porque son difíciles de procesar por su complejidad anatómica. A Steve Jobs no le fue bien después de ese procedimiento que había pospuesto por nueve meses.
En 2008 presentó complicaciones hormonales y nutricionales que exigieron otra cirugía. Y en 2009 se le hizo un transplante de hígado porque el tumor había hecho metástasis a ese órgano. Ya a esas alturas del juego la situación era peculiar: Jobs era un paciente a quien no se le había hecho la cirugía recomendada en el momento del diagnóstico, tras lo cual el tumor se le había diseminado a otro órgano y no son muchos los casos en esta situación. Por lo tanto no había un protocolo definido para esta situación. Jobs vivió sólo dos años tras su trasplante hepático cuando un paciente con un tumor neuroendocrino de páncreas (no el más letal adenocarcinoma, ojo) operado a tiempo puede vivir diez años o más.
No podemos dudar que Jobs era un hombre inteligente en el sentido de ser capaz de resolver problemas. El desarrollo del iPod, iPhone y iPad lo demuestran. ¿En qué se equivocó? En considerarse distinto. Alguien cercano dice que Steve quería encontrar una cura distinta a la quirúrgica y añade “lo que para los demás parece alternativo, para él era lo normal”. Desgraciadamente el tumor era igual a los otros tumores neuroendocrinos que han sido diagnosticado antes, no era diferente por el hecho de crecer en Steve Jobs.
Tampoco podemos pensar que al CEO de Apple le faltaba información. El jefe de cirugía para cáncer de Stanford, excelente escuela de medicina a las puertas del Valle de Silicón, Dr. Jeffrey Norton escribe en un artículo médico en 2006: “la cirugía es la única modalidad terapéutica para la cura” de un tumor neuroendocrino de páncreas. Curiosamente el Dr. Norton fue uno de los cirujanos que eventualmente operó a Jobs y muy éticamente no ha comentado nada del caso.
Lo que le faltó a Jobs fue sensatez, prudencia. Era inteligente, informado e insensato como muchas personas creativas. Cuando a uno se le ha hecho un diagnóstico médico debe reconocerse miembro de un grupo de hombres y mujeres que han vivido y están viviendo un proceso patológico similar. La enfermedad es verdaderamente el gran igualador de la humanidad. A uno le va a ocurrir lo que probablemente le ha pasado a muchos otros. Se deben tomar las decisiones que en la mayoría de los casos han demostrado ser las más prudentes. Esto es lo que hoy se llama medicina de evidencia: actuar basándonos en la mejor evidencia publicada sobre muchos otros casos anteriores de la misma enfermedad o en la misma situación. Nada particular hay en la enfermedad y la muerte. Vamos a experimentarlas como otros millones o billones de personas y debemos vivirlas con cierta humildad y prudencia.