Su majestad, siga

Dom, 28/05/2017 - 03:37
“Este es un vehículo de dos ruedas, propulsado por un motor que acciona la rueda trasera mediante un mecanismo de cadena, correa o cardán”. Sí, señores, hablo de la motocicleta, vehículo de t
“Este es un vehículo de dos ruedas, propulsado por un motor que acciona la rueda trasera mediante un mecanismo de cadena, correa o cardán”. Sí, señores, hablo de la motocicleta, vehículo de transporte que hoy nos lleva a la desesperación porque es como dios: ruge en todas partes. Su origen se asocia a la bicicleta, cuando se le puso motor para construir lo que hoy es más cercano a un dolor de cabeza: la moto. La primera que pudo llamarse motocicleta la creó en 1868 Silvester Howard Roper, acondicionándole un motor a vapor a una bici. Por ser a vapor otros no compartieron ese origen y explicaron que los creadores fueron los alemanes Wilhelm Maybach y Gottlieb Daimler en 1885, porque fue con ruedas de madera y motor de combustión interna. El motor fue idea de un ingeniero inventor, un tal Nikolaus August Otto. Así comenzó este dolor de cabeza a recorrer el mundo, estos aparatos cada vez más sofisticados y veloces, unos para transitar la ciudad, otros para competencias deportivas, los más para trabajar tanto en la ciudad como en el campo. “Cambio burro por moto”. Muchos deben su sustento a este medio de transporte. Y los cementerios se han llenado con su aporte. Hasta este punto ha progresado la moto, generadora de aventuras extraordinarias, de héroes, pero también de unos cuantos asesinos. Si no me creen, ahí está el cine. O Wikipedia. Tengo la leve sospecha de que estamos inundados de motos, aunque la opinión oficial dice que “la taza de motorización en Colombia es baja”. Hasta 2016 había en Colombia 4.600.000 carros y 4.750.000 motos, más de una moto por carro. En una población rondando los 50 millones de patinchados. Imagínense. No olviden que la moto es símbolo de libertad, de rebeldía y de riesgo. Claro, cualquier cafre se sube a una de esas motos y se cree dueño del mundo, algo así como un dios a quien el aparato le permite meterse por donde la mayoría no cabe y llegar primero que los otros. Literalmente se meten donde no se puede. Se cruzan como bólidos sedientos de rojo (del semáforo o de la sangre), copan los andenes, parecen enjambre de moscardones en las vías. La prueba de su estupidez es que de cada 10 lesionados en accidentes 8 son conductores de motos o parrilleros. “Cambio moto accidentada por silla de ruedas.” ¿Quién les enseña a estos trogloditas que existen leyes de tránsito? “¡Su majestad, siga!” La falta de cultura ciudadana, sumada a la falta de inteligencia (la velocidad embrutece, no hay duda), hace de la calle un caos de movilidad donde, por lo general, pierde el peatón, sin aceras ni vías para vivir la ciudad. “¡Sálvese quien pueda!”
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