El intercambio epistolar es muy saludable en las relaciones. Por un lado, nos deja saber que hay alguien interesado en uno; por otro, permite decir cosas que no comprometen pero que insinúan intenciones; y finalmente, al ser personales, las cartas (como las columnas de opinión) solo representan el pensamiento de quien las escribe.
Estos son los elementos que está aprovechando de buena manera el nuevo comandante de las Farc , Timoleón Jiménez, alias Timochenko. Escribir no hace daño, al menos mientras ocupa su mente sobre un computador redactando extensas misivas, no está fraguando un ataque, ni emitiendo órdenes sobre toma de pueblos, retención de secuestrados o siembra de minas. Como beneficio adicional, al escribir el señor Timochenko se está dando permiso a si mismo para analizar su vida, su historia, sus deseos, sus creencias y, en este proceso de reflexión, es posible que afloren sentimientos de paz que algún día prosperen y nos lleven a una negociación cierta con esta guerrilla anacrónica.
He leído con interés las tres cartas que Timoleón Jiménez ha escrito en los escasos meses como dirigente de las Farc. Dos al presidente Santos y una a Medófilo Medina, en respuesta a una que el historiador había dirigido a Alfonso Cano y que no alcanzó –o no quiso, nunca lo sabremos– responder. Las dos dirigidas a Santos, como ya lo han dicho otras personas, sorprenden por su particular estilo, salpicado de referencias religiosas, que deja entrever su lado humano, aunque por supuesto sin apartarse de la lógica guerrillera. La segunda avanza un poco más y sugiere retomar el diálogo del Caguán, abriendo un margen de esperanza a negociaciones, que sin repetir los errores pasados, nos permitan soñar con esa esquiva condición de país sin conflicto.
Otra cosa es la larga respuesta al profesor Medina, donde Timoleón se toma el trabajo de contraargumentar punto por punto las observaciones del historiador. En esta comunicación hay mucha tela de donde cortar y daría para un largo debate sobre cada uno de sus puntos, pero me voy a referir a uno solo del que fui testigo directa y tengo elementos para debatirle su argumento.
Dice Timoleón que “…quedaba patente la verdadera intención oficial, lo único que nos reservaba era el derecho a la rendición sin condiciones. El gobierno era consciente de que si no lo lograba, al menos ganaba el tiempo que necesitaba para readecuar a las fuerzas armadas para la guerra de exterminio.”
Estas son las licencias que se pueden dar las comunicaciones epistolares, decir mentiras. Yo era Senadora de la República en ese momento; como miembro de la Comisión de Paz y de la Primera Constitucional viajé al Caguán en dos ocasiones y participé en una reunión de un día entero con Marulanda y su más cercano círculo en una hacienda de Cartagena del Chairá. Además seguí con fervor los diálogos y las propuestas que se desarrollaban en las mesas, no solo entre el gobierno y las Farc, sino con la sociedad civil, los partidos políticos, los sindicatos, los delegados extranjeros y todo aquel que quisiera sentarse a hablar con la guerrilla.
Particularmente fui protagonista de un momento definitivo: la votación en primer debate en la Comisión Primera del Senado de las amplias facultades que se le otorgarían al Gobierno para avanzar en el proceso, incluida la posibilidad de darle asiento en el Congreso a representantes de la guerrilla, sin mediar ninguna elección popular.
La votación final de esta iniciativa no estaba fácil, faltaban dos votos y esos dos votos podían ser el mío y el de Jesús Piñacué. Yo había salido en un viaje oficial a buscar recursos con la Unión Europea para el Medio Ambiente y Piñacué no quería apoyar a un gobierno que todavía no le cumplía plenamente a su comunidad. A mí me localizaron en España, a través del Embajador Ardila y me suplicaron que regresara, dejando tirada la gira, cosa que hice convencida que era más importante mi aporte a la paz que a cualquier otra iniciativa. Con Piñacué no se qué habrán acordado para convencerlo de la importancia de apoyar al Gobierno en esta votación.
Esto lo traigo a colación para mostrar que Timochenko no se apega a la verdad al decir que el Gobierno les tenía reservada sólo una rendición incondicional. Muy por el contrario, señor comandante guerrillero, el presidente Pastrana, a quien Colombia le ha cobrado con creces su voluntad de paz, se la jugó toda por ese proceso y en ello lo acompañamos muchas personas, que como yo creíamos honestamente en la paz.