Con motivo de la muerte de su presidente Kim Jong Il llegó a ser noticia Corea del Norte, un país que solo habían mencionado los noticieros para señalar que tenía un programa nuclear al cual se oponen los Estados Unidos; el más desconocido del mundo.
Por eso si uno ve el título de este artículo esperaría encontrar un resumen de un viajero y sus apreciaciones sobre cómo es. Infortunadamente no es el caso, y se podría decir que incluso eso es algo que no es posible. Pero por lo mismo puede hacer más interesante tratar de pensar como es ese país.
Las imágenes trasmitidas no dejan dudas respecto a que lo gobierna un régimen totalitario del corte de la época estalinista en la URSS o de la China de Mao, con un gran culto a la personalidad y grandes despliegues en escenarios espectaculares para despertar el nacionalismo. El llanto y las muestras de dolor de los súbditos muestran hasta qué punto viven bajo una relación paternalista que o se impone por la fuerza o lava los cerebros de tal forma que el sufrimiento por la pérdida del líder se considera tragedia nacional. Igual los desfiles y las muestras de disciplina de las fuerzas armadas corresponden a la identificación del Estado con su fuerza, siendo esta el símbolo mismo del poder.
También se conoce -aunque poco y ya olvidado- su historial de tragedia política y humanitaria. En su momento, tal vez porque era la época más caliente de la Guerra Fría, se divulgó bastante de los horrores y de los millones de muertos que caracterizaron la creación no tanto ese país como ese gobierno en forma diferente de lo que antes era una nación ancestralmente de gran cultura.
Hoy empieza a tener relevancia su existencia por su entrada al club nuclear y algunas comparaciones nos deberían invitar a tratar de entender que pasa ‘allá adentro’.
Como lo fue Vietnam, corresponde a una Nación dividida en dos Estados, uno de sistema capitalista y este de sistema comunista. La división y la pretensión inicial de cada uno -igual que en Vietnam- es que eran representantes de lo que era una sola Nación. Y la comparación se extiende a que la confrontación llevó a la guerra entre ambas partes, apoyadas por cada una de las potencias que defendían los respectivos sistemas, y que en ambos casos un armisticio protocolizó la creación de dos entidades diferentes.
A pesar de que su aislamiento es por voluntad propia, una comparación podría ser con Cuba (aunque en ese caso porque los Estados Unidos lo impuso al mundo occidental) la cual logró no solo sobrevivir como Nación sino alcanzar las metas que ellos mismos se impusieron, al punto que hoy en día es la población con mejores niveles de cobertura en educación y salud de todo el hemisferio, en medicina una de las más avanzadas del mundo, con cero desnutrición y analfabetismo, y la sociedad más igualitaria del continente (la excepción que se hace del nivel de vida de algunos dirigentes no pesa en los indicadores).
También, fuera del sistema político, su población, sus recursos humanos y naturales, su ubicación, etc., hace que lo más parecido debiera ser Corea del Sur. Esta representa el mayor crecimiento y desarrollo de todos los países, lo cual sugeriría que contrariamente a lo que la propaganda dice Corea del Norte podría tener un nivel de desarrollo relativamente alto. Un artículo de Rudolf Hommes (en Como sacar el país adelante, de Oveja Negra) recuerda que en los años de 1960 a 1980 ellos crecieron su ingreso per cápita diez veces y luego del 80 al 2000 seis veces más (curiosamente lo recuerda para proponer que lo copiemos para ver si en veinte años nosotros logramos apenas doblar el nuestro) y por las muestras externas (desarrollar la tecnología nuclear sin asistencia externa, a la riqueza de sus paradas) no hay razón para creer que Corea del Norte no podría hacer algo parecido.
Lo sorprendente es que en este siglo de las comunicaciones y de la globalización exista un país sin intercambios o contacto alguno con el resto del planeta, del cual nada parece interesar al resto del mundo y poco o nada se sabe -excepto la falta de libertades públicas y el ‘peligro nuclear’ en las cuales se hace tanto énfasis-, ni cuándo muere su presidente (dictador o lo que sea), ni si su población tiene altos niveles de educación o de salud, ni si tiene acceso masivo a los consumos de electrodomésticos que hoy parecen ser los indicadores de bienestar del ser humano, ni siquiera si están suficientemente alimentados o no; que para nosotros es como si fuera comparable a algunas tribus del Amazonas o de Timor Oriental que se sabe que existen pero de las cuales nada se conoce ni se tiene contacto con ellas.