Descansar tiene sus ventajas y si es frente al mar estas ventajas son mayores. Imaginen alguien que no ha salido de la selva en muchos años, para quien los días transcurren idénticos, sin dominicales, ni festivos. Una persona que pocas oportunidades ha tenido de relajarse pues vive atormentada por los zancudos, las culebras o las bombas. Alguien que come lo que sea, sin darse gusticos burgueses como un helados o una torta de chocolate, y para quien el baño diario se reduce a un chapuzón en las aguas heladas o revueltas de un río. En fin, una vida un tanto miserable a la que se llega fácil, pero de la que es muy difícil salir.
Esa persona puede ser un joven campesino que desesperado por la pobreza del campo encuentra en la guerrilla un modo de vida. Puede ser también un intelectual o un sindicalista desilusionado del sistema que opta por la vía armada para intentar construir la utopía del socialismo. No importa si se es lo uno o lo otro, ambos terminan igualados por la cotidianidad de la guerra y arrastrados a una vida de violencia que es necesario justificar de cualquier manera para que no pierda sentido.
Para estas personas, hombres o mujeres de las Farc, las cosas están empezando a cambiar. Algunos ya salieron de la selva por obra y gracia del proceso de paz; fueron recogidos y transportados a un país indudablemente hermoso y especialmente acogedor para los revolucionarios como es Cuba. Ahora están en condiciones bien distintas a las de la manigua colombiana.
Aún bajo la presión de la responsabilidad de la negociación, esas personas, con el paso de los días van entrando en “modo de vacaciones” y a la fuerza, les gusten o no los mojitos o el son cubano o la buena comida, empiezan a sentirse en un espíritu distinto al del camuflado y la milicia. Sus rostros se distensionan y hasta logran sonreír un poco. Caminan ligeros, sin las pesada armas de combate, visten ropa caribeña y gozan de una que otra canita al aire sin el peligro de caer en una emboscada del ejército. Si algún mosquito aparece a molestar, nunca será tan terrible como el pito o la leichmaniasis de la Amazonía.
Para algunos y algunas estas condiciones vacacionales ya duran dos años, veinticuatro preciosos meses de liviandad en los que han saboreado la buena vida y han recuperado seguramente mucho del gusto por las condiciones que brinda vivir en paz.
Nada como unas buenas vacaciones para ablandar el alma, para amolecer la violencia, para sentir la libertad. Y eso es lo que, en mi sentir, se ha ganado en medio de lo difícil que ha sido el proceso en La Habana. Mientras en el Caguán a pesar del despeje de cinco municipios se mantuvo el rigor de la vida en milicia, en Cuba la representación de las Farc viste de civil, viven como civiles y eso es una vacación en medio de la guerra a la que están acostumbrados.
Tal vez estas condiciones amables, expliquen de alguna manera la sensatez que se empieza a vislumbrar en ellos, o los resquicios de humanidad que van dejando resurgir en sus expresiones. Algo que la dureza de la guerra obliga a sepultar bajo esa coraza implacable de guerreros.
Ojalá la prometida devolución del General Alzate y de otros militares no se frustre esta semana y nos tengamos que devolver a la guerra sin fin del último medio siglo. Lo que se necesita no es acabar las vacaciones de los dirigentes de las Farc en Cuba, sino ampliarlas e involucrar a toda la guerrillerada en una vacación permanente, para que se acaba por fin ese infame oficio que es la guerra.
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Unas buenas vacaciones
Lun, 24/11/2014 - 14:59
Descansar tiene sus ventajas y si es frente al mar estas ventajas son mayores. Imaginen alguien que no ha salido de la selva en muchos años, para quien los días transcurren idénticos, sin dominical