Alejandro Ángel Escobar nació en una época en que los ricos colombianos ya habían olvidado, si alguna vez lo supieron, cómo se regala la plata. Su padre, un empresario consolidado, se lo llevó muy pequeño, con el resto de la familia, a vivir a Nueva York, donde Ángel cursó parte de la primaria y el bachillerato mientras aprendía las artes del negocio de su padre. Cuando le llegó el momento de entrar a la universidad, Ángel escogió la de Cambridge, en Inglaterra, donde estudió economía, y donde entendió, como ya unos años antes lo había entendido también Lenin, aunque de modo distinto, que para hacer empresas en un país por completo carente de industria, había que industrializarlo primero, lo que aunque en Colombia suele querer decir establecer las leyes que posteriormente se podrán quebrar para hacer plata, en el caso de Ángel, con todo el peso de su educación anglosajona, tomó un tono más bien civilizado.
Por eso, al concluir sus estudios universitarios, Ángel regresó a Medellín, la ciudad que lo había visto marcharse siendo tan sólo un niño. Allí puso en marcha varios negocios distintos, en los cuales, como buen empresario de principios de siglo, él mismo empezó por ejercer todos los trabajos, desde mensajero hasta presidente. Pero lo más interesante de su actitud en esta época no fue el espíritu paisa con que trabajó día y noche para sacar los negocios adelante, sino el espíritu más bien de otra parte con que estudió la situación política y económica del país, de lo que concluyó que para hacer empresas más sólidas era necesario estudiar más, en vez de estudiar menos. Por eso, a graduado de Cambridge, sin necesidad de demostrarle nada a nadie en términos académicos, decidió estudiar derecho también, en la universidad Bolivariana primero, y en el Rosario después. Así, experto tanto en el aspecto financiero como en el aspecto normativo de la industria, se puso a trabajar, desempeñando cargos tanto empresariales como políticos, entre los cuales el ministerio de agricultura durante la presidencia de Laureano Gómez. Con un pie de cada lado, el “míster” Ángel, como le decían sus empleados, tenía bien sujetas las riendas del desarrollo nacional, y bien ajustados los estribos del éxito financiero.
En efecto, si su suplan no le hubiera funcionado, difícilmente hoy alguien estaría hablando de él. Los empresarios no pueden, como los poetas, darse el lujo de no ser exitosos y seguir siendo apreciados, porque su objetivo no es hacer algo que puede o no darles plata, sino hacer plata. Y Ángel hizo mucha. Es curioso, sin embargo, que pocos años antes de su muerte, tan temprana, haya decidido regalarla, costumbre poco usual en estos parajes en ese siglo y en éste también, tan poco usual, que sus biografías suelen anotar que antes de su muerte, Ángel se puso a “estudiar el funcionamiento de la Fundación Nobel y de la Rockefeller”, a ver si daba con la esquiva razón que motivaba a unos hombres a regalar la plata por la que habían trabajado toda su vida. Aparentemente, sin embargo, la aptitud académica de Ángel dio sus resultados, y en efecto parece haber encontrado la dicha razón, pues en su testamento quedó no sólo ordenado sino resuelto el modo en que la fundación Ángel Escobar habría de repartir, como lo sigue haciendo hoy, casi sesenta años después de su muerte, la fortuna de este paisa que antes de echarle varilla y soplete a los portones del Sésamo, a falta de clave, paró un poco y se sentó a pensar la situación.
Alejandro Ángel Escobar
Dom, 08/05/2011 - 00:00
Alejandro Ángel Escobar nació en una época en que los ricos colombianos ya habían olvidado, si alguna vez lo supieron, cómo se regala la plata. Su padre, un empresario consolidado, se lo llevó m