
Eliza Wille había conocido a Richard Wagner en 1843 en una cena en Dresde, quedó impresionada por la silueta del compositor, ágil pese a sus piernas cortas, su cabeza con la poderosa frente, sus perspicaces ojos, los enérgicos rasgos y la pequeña y bien dibujada boca. Wille, hija de un armador, era acaudalada y lo había invitado a pasar vacaciones en una antigua residencia en Suiza. Siete años después de conocerlo quería verlo de nuevo y halló que no había cambiado. Esa fue la segunda de las numerosas visitas que hizo Wagner a la bella propiedad, que tenía una vista privilegiada sobre el lago de Zúrich. Los Wille serían pronto testigos de un estreno memorable.
En una carta Wagner escrita a su amigo Uhlig contó que “estoy cautivado por la grandiosidad y belleza de mi asunto dramático,… toda mi visión del mundo ha hallado en él su expresión artística más acabada”. Hablaba de Las Walkyrias. Con un tiempo malo y lluvioso, un cielo permanentemente cubierto, desde el 1 de junio al 1 de julio de 1851 escribió en la pensión de Rinderknecht la primera versión del texto de la Walkyria. Durante un paseo matinal el poeta austríaco Hermann Rollet le preguntó cuál podría ser la melodía para “Las tempestades del invierno dieron el paso al gozo de la primavera”.
Wagner se detuvo un instante, entonó el pasaje y lo anotó en una agenda que cargaba de arriba para abajo, para que la inspiración no lo cogiese desprevenido. Escribió: “la idea musical viene dada la mayoría de las veces con la palabra, la música es la realización de algo ya hecho”.
Ese mismo día terminó el texto de La Walkyria. De vuelta a Zúrich, luego de jornadas extenuantes para crear su máxima obra quería unas vacaciones. Con cien táleros que Liszt le envió se puso en marcha otra vez a los Alpes suizos. Aunque Wagner procedía de tierras llanas, era un montañista temerario que atravesaba los glaciares sin importar la agitación, la fatiga y el peligro.

Cosima, la segunda esposa de Wagner, tenía 24 años menos que él y era hija ilegítima del compositor Franz Liszt.
Después de recorrer el valle de Aar hasta el algo Grimsel, tomó posada en el hospicio de Grimsel y a la mañana siguiente contrató los servicios como guía de montaña de un criado del albergue, que se revelaría como un compañero extremadamente rudo y desconsiderado. Efectivamente, hizo que Wagner subiera tras él jadeante, a paso rápido y sin descansar hasta el glacial superior del Aar, lo fastidió de tal modo en la ascensión al Siedelhorn (a 2.900 metros), que Wagner juró vengarse de él. Apenas había tenido tiempo de disfrutar de la amplia vista hasta el Mont Blanc y el Monte Rosa, cuando el criado ya había iniciado un descenso sumamente peligroso deslizándose por las laderas heladas, durante el cual Wagner evitó un despeñamiento dejándose caer de nalgas e hincando los talones en el hielo.
En Obergestelen se tomaron una jornada de descanso. Pero Wagner aún no estaba satisfecho. Al día siguiente, durante la ascensión al glacial de Gries, sobrepasó al guía con un paso tan rápido que lo dejó tirado y sin aliento. Estuvieron deambulando dos horas penosamente sobre las protuberancias del glaciar, e incluso el guía tuvo dificultades para encontrar el camino. Cuando llegaron al lago italiano deEl El músic que Formazza pagó al criado y los despidió.
Wagner supo más tarde que su vida había corrido verdadero peligro al lado de este inquietante compañero de excursión. De hecho, hacía pocos días que dos viajeros alemanes habían sufrido un accidente mortal en los glaciares cuando fueron guiados por el criado italiano que le sacó más de una cana a Wagner. Es más, en el pasado invierno, dicho criado, pagado por su amo le prendió fuego al albergue de Grimsel, luego de unos días fue detenido y condenado, pues pretendía cobrar la prima del seguro a su nombre.
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