Jacques-Louis David

Mar, 28/12/2010 - 23:59
Tanto la vida como la obra de Jacques-Louis David fueron en gran medida el producto de su amor y profunda admiración por los clásicos.

Su pintura, en efecto, marca un regreso a los modelos griego
Tanto la vida como la obra de Jacques-Louis David fueron en gran medida el producto de su amor y profunda admiración por los clásicos. Su pintura, en efecto, marca un regreso a los modelos griegos y romanos antiguos tan significativo, que se toma como el inicio del período neoclásico de arte, que habría de durar alrededor de sesenta años, hasta el advenimiento del Romanticismo. David retomó el enfoque antiguo en el realismo de la representación, de los cuerpos humanos y de sus proporciones, de los paisajes y de la luz, dejando atrás los artificios metafóricos del claroscuro barroco y rococó. Pero al igual que en el arte clásico, a David poco le interesaba el realismo en cuanto a la escena en su totalidad, con la que en cambio buscaba siempre el símbolo. Esa doble intención le permitía un juego muy versátil, pues lograba representar escenas inverosímiles con un grado de realismo sorprendente. Ejemplo de eso es su Muerte de Sócrates, en que el filósofo, en su lecho de muerte, discute con sus amigos y discípulos. En el borde de la cama está Platón, ya muy viejo, del que todas las fuentes aseguran que no estuvo presente en la escena. Pero a David no le importa ser históricamente preciso, sino simbolizar con el cuadro una idea, o en este caso un valor, que es el del hombre que condenado a muerte logra sin embargo encontrar la energía para propagar su filosofía. Pero su amor por los clásicos también determinó las decisiones de su vida, cruciales para un pintor que vivió de cerca la Revolución francesa y sus guerras civiles posteriores. Según varios, el hecho de que David, tan cómodo en la corte del Rey, apoyara la Revolución con tanto ahínco se debe en gran parte a su deseo de ver surgir la República, modelo de gobierno por excelencia de la Grecia antigua. La decisión, de hecho no fue la mejor, y David pasó las últimas décadas de su vida entre el estrellato y la cárcel, según quien fuera la facción al mando. Su obra de ese período se vuelve más políticamente comprometida, y en ella figura, por ejemplo, el famosísimo Marat en la bañadera, manifiesto político en cuanto reivindicación de un personaje crucial para la Revolución, y manifiesto artístico en cuando propone un realismo de una crudeza nunca antes vista en la alta pintura. Así es que a pesar de una vida política tan agitada y muchas veces tan errada, David logró desarrollar su obra sin mayores obstáculos, produciendo a la vez las insignias más significativas de la lucha de los franceses, y las obras maestras de la corriente más importante del temprano siglo XX.
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