Antes de que el escritor noruego Knut Hamsun ganara el Premio Nobel y se convirtiera en uno de los intelectuales más influyentes de Noruega, y de Europa después, su vida era del todo diferente. Knut Pedersen, como se llamó hasta cambiarse el apellido, había crecido en una minúscula ciudad llamada Hamsund, de la que habría de tomar el nombre, en honor a los malos años que allí vivió. En esa ciudad al norte de Noruega, lo cual ya es muy al norte, Hamsun vivía con un tío que lo obligaba a trabajar en la oficina de correos, y que le daba poco pan y mucho palo, logrando después de un tiempo que Hamsun finalmente se escapara para siempre, hacia las tierras del sur.
Entonces Hamsun, que no tenía profesión alguna, ni amigos en ninguna parte, se dedicó al vagabundaje, caminando arriba y abajo por ese enorme país y aceptando cualquier tarea pasajera que los dueños de una casa pudieran requerir. Hacía plomería, carpintería, arreglaba zapatos y después de ver a un ciego afinando un piano en una casa, ofreció también ese servicio, que no sabía hacer demasiado bien pero que como duraba varios días, le venía bien hacer durante el invierno, en que cuesta dormir en las plazas y en los parques y que en Noruega, como es de suponerse, dura la mayor parte del año. También trabajó de pintor, herrero, zapatero y profesor de primaria, trabajos que nunca le duraban demasiado. Mientras tanto, Hamsun se iba convirtiendo un ser huraño, solitario y un poco resentido, aunque nunca criminal.
Es por eso que años después, cuando ya era considerado el “espíritu” de su país, según uno de sus monarcas, sorprende encontrar a un Knut Hamsun al que no le queda rastro de ese errante vagabundo, dispuesto a hacer cualquier oficio por un poco de comida y algo parecido a un lecho. Siempre vestido con elegancia, siempre soberbio, y mucho peor que todo eso, completamente Nazi. Hamsun había visto a los ingleses devastar los pueblos noruegos el Oeste buscando posicionar sus ejércitos en preparación de la Primera Guerra Mundial, en la que, por descarte, apoyó a los alemanes. Pero esa idealización de Alemania lo llevó demasiado lejos, y durante la Segunda Guerra se convirtió en uno de los más activos partidarios de Hitler, y de la causa Nazi en Europa. En el año 43, le envió como regalo su medalla del Nobel a Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Hitler, y un año después se reunió con el mandamás, entrevista en la que, después de manifestar su admiración, le pidió que dejara en libertad a los presos noruegos, incluyendo a los judíos, cosa que Hitler por supuesto ni siquiera amagó hacer. Concluida la guerra, Hamsun fue demandado varias veces por haber causado graves daños a la sociedad noruega, pero como para entonces ya era un viejo senil confinado al sanatorio, sólo pagó una multa, y a hacer discursos y declaraciones que hubieran sorprendido al que lo hubiera conocido de joven, por irreconocible.
Sin embargo, ese vagabundo solitario y justo no había muerto del todo, pues permanecía, con distintos disfraces, en cada uno de sus libros, que son realmente conmovedores. El más famoso de ellos es Hambre, pero tal vez el más interesante en este sentido es la Trilogía del vagabundo, que consta de tres novelas en que se narran tres periplos por Noruega de ese Knut Pedersen que Hamsun solía ser, y que inspiraron a varios de los grandes escritores europeos, como Proust, Kafka y Joyce.
Nunca es fácil resolver el dilema de un escritor con una obra admirable y una vida condenable, y para muchos lectores los estragos de la segunda, por lo menos en este caso, primará siempre sobre los logros de la primera. Pero para otros no, y para estos queda el consuelo de que los buenos libros suelen vivir mucho, a veces siglos, más que la memoria de sus autores.
Knut Hamsun
Lun, 18/02/2013 - 00:00
Antes de que el escritor noruego Knut Hamsun ganara el Premio Nobel y se convirtiera en uno de los intelectuales más influyentes de Noruega, y de Europa después, su vida era del todo diferente. Knut