Con ocasión de las manifestaciones de apoyo de diversos políticos colombianos, especialmente congresistas, a sus candidatos preferidos en las recientes elecciones presidenciales de los Estados Unidos, algunos comentaristas plantearon que tales expresiones eran un error de nuestra política exterior. Pero equivocación no hubo. El Gobierno Duque, como sus antecesores, ha honrado un principio básico de las relaciones internacionales: la no injerencia en los asuntos internos de otro Estado. Y no fue el ejecutivo el que opinó. Lo que hubo fue un ejercicio de la libertad de opinión, necesaria “para el bienestar intelectual de la humanidad”, como dijera uno de los grandes teóricos del liberalismo político, John Stuart Mill.
Tanto ese principio como la libertad de expresión y los demás derechos humanos han unido a Colombia y los Estados Unidos, cuya relación bilateral trasciende a los partidos políticos y a los vaivenes y coyunturas del momento.
Nuestra alianza cumple casi doscientos años y se ha construido a partir de la defensa y promoción de valores compartidos e intereses comunes. En efecto, el diálogo colombo-estadounidense inició desde el 8 de marzo de 1822, cuando el Presidente James Monroe y su Secretario de Estado, John Quincy Adams, anunciaron a su congreso que reconocerían a los nuevos Estados americanos, inaugurando así la doctrina Monroe (“América para los americanos”) –según el ex Canciller Julio Londoño, tanto Monroe como Adams habrían simpatizado con la causa colombiana gracias a los buenos oficios de Manuel Torres, el primer agente de Colombia en los Estados Unidos.
La relación Bogotá-Washington no se ha basado en el puro y simple realismo político. Nuestras naciones han sido forjadas a partir de los ideales de la ilustración. Desde los albores de nuestras respectivas gestas de independencia hasta hoy, hemos creído en la democracia liberal y el Estado de derecho; en que nuestros pueblos son superiores a sus gobiernos porque ellos los eligen y de ellos derivan su legitimidad; en la economía de mercado que defiende la propiedad privada y premia el talento, la creatividad y el trabajo; en la solidaridad y compasión que los individuos más privilegiados en una sociedad deben hacia los menos favorecidos; y, en el multilateralismo, esto es, en el respeto de las reglas del derecho internacional y en las instituciones regionales o globales que libre y soberanamente aceptamos.
A estos valores se suman nuestros intereses comunes. Colombia y los Estados Unidos han enfrentado durante décadas al problema mundial de las drogas ilícitas, y entienden como ningún otro país el daño que ese negocio y el terrorismo representan para la vida y la salud humanas, la democracia y la libertad, el medio ambiente y las instituciones. Estados Unidos ha cooperado con Colombia sin parangón en la guerra contra las drogas, al punto que comprometió recursos calculados, hasta 2016, en alrededor de 17 mil millones de dólares en asistencia militar, fortalecimiento institucional y empoderamiento social a través del Plan Colombia –aprobado por las administraciones Clinton y Pastrana, respaldado y profundizado por gobiernos y legisladores demócratas y republicanos, y gracias al cual el mandato de Álvaro Uribe avanzó sin precedentes en la erradicación de los narcocultivos que alimentan todas las violencias en Colombia.
Los Estados Unidos es el principal socio comercial de Colombia. Pese a que la balanza comercial es ligeramente deficitaria para Colombia (en lo que va corrido de 2020 -corte a septiembre-, Estados Unidos había exportado bienes y servicios equivalentes a 8.896 millones dólares a Colombia, mientras Colombia le había exportado 8.025 millones), entre ambos Estados existe un Tratado de Libre Comercio que ha abierto oportunidades de negocios para empresarios y trabajadores de ambos lados. Más de dos millones de colombianos viven en el país del norte y, aunque muchos menos estadounidenses habitan el nuestro, en 2019, según Migración Colombia, el 22% de los turistas que visitaron Colombia, la mayoría, vinieron de los Estados Unidos. Bogotá y Washington han estado juntas defendiendo la libertad de sus enemigos en no pocas ocasiones, como la Guerra de Corea, el derrocamiento de Sadam Hussein, la intervención humanitaria en Libia y la denuncia de la dictadura de Maduro, que ha provocado que millones de hermanos venezolanos abandonen su hogar y encuentren refugio en Colombia.
Como todas las relaciones, hemos tenido momentos difíciles, como en la época del 8.000. Pero la esencia es la de una alianza de largo aliento en la que los pueblos colombiano y americano son los protagonistas, no sus gobiernos de turno ni sus partidos políticos. Como bien lo expresó la Embajada de Estados Unidos en Bogotá el 24 de octubre: “Colombia no tiene mayor aliado que los Estados Unidos, y los Estados Unidos no tienen un socio y aliado mejor ni más capaz en la región”.
Encima. Por un Estado generoso en lo social, justo, comprometido con los derechos humanos y protector del medio ambiente.