En la fría noche del viernes 26 de marzo de 2020, en el Vaticano, el papa Francisco leyó una formidable homilía, llena de teología y realismo, impactado porque “desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas”. Y añadía: “Nos encontramos asustados y perdidos [...] Nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa [...] y nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados”.
Afirmaba esto último al comparar la emergencia que hoy vive el planeta con el relato evangélico que presenta a Jesús cómodamente dormido en la proa de la barca en que navega con sus discípulos. “Él dormía tranquilo, confiado en el Padre”, señala el pontífice, mientras aquellos gritaban de terror por la furia de los vientos y las olas del mar, y lo despiertan para que los libre de perecer. “Es difícil entender la actitud de Jesús”, anota el papa. Sí y no: sí, pues no iba solo; no, pues era Dios, según la fe cristiana, y tenía todas las de ganar, para acotarlo en términos coloquiales. “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”, los increpa, recuerda Francisco, dado que le decían con toda franqueza: “¿No te importa que perezcamos?”. Sin embargo, “una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados”.
Pese a que el jefe de la iglesia católica también trata cosas maravillosas en su homilía, referidas a otras dimensiones, buena parte de sus palabras me dejó diversas inquietudes como sujeto de fe a cero grados y como periodista y comunicador. Inquietudes no tan amenazantes, comparadas con las de los discípulos, a merced de olas y vientos, pero lo suficientemente claras para no ignorarlas. Aquí van algunas:
• El romano pontífice dijo que “a Jesús le importamos más que a nadie”. La verdad es que no entiendo en qué consiste lo de que le importamos más que a nadie. ¿De cuáles realidades, no suposiciones, lo deduce el papa? ¿Cuáles hechos de la historia conducen a proclamarlo con la libertad con que procede? ¿Cómo se prueba, se evidencia, se reconoce, se sustenta aplicado, por ejemplo, a momentos como los actuales?
• El obispo de Roma, dirigiéndose a Jesús, también sostuvo: “Tú amas nuestro mundo más que nosotros”. Es una declaración muy comprometedora, papa Francisco, pero tampoco comprendo de dónde sale. Quizás de textos píos o de la bondad mental de muchos a lo largo de los siglos. ¿O de qué hechos echa mano para sostenerlo? ¿De la muerte de Jesús, vejado en la cruz, para demostrar su amor por la humanidad? No lo veo razonable, ni lógico, ni del caso. Como tampoco que el Creador haya condenado a la humanidad de todos los tiempos a muertes horribles e inenarrables, a enfermedades dolorosas, debido a que Adán comió la manzana que Eva puso ante sus ojos (fue lo que me enseñaron los escolapios españoles en el colegio Calasanz de Medellín, por lo que me da pánico comer manzanas…).
• El papa igualmente expresó: “Señor, nos diriges una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti”. Me es imposible descifrar, desde la razón corriente, de qué trata “ir” hacia Jesús y confiar en él. ¿Qué significará, en el mundo descreído actual, ir hacia el Señor de los cristianos? ¿Qué querrá decir confiar en él? ¿Que evitará que los humanos muramos por millones en las catástrofes futuras, en cada epidemia que se presente hacia adelante, en cada guerra que desaten los odios y las ambiciones, en tantas situaciones incontrolables? ¿Despertará y cesarán las olas y los vientos? Lo único que tengo claro es una fe religiosa en Off y una razón humana en On.
• Si, como reiteró el jefe de la iglesia católica, “en la Cruz de Cristo hemos sido salvados”, y si “con Dios la vida nunca muere”, ¿qué podremos interpretar por haber sido “salvados”? ¿Salvados de qué? ¿De la muerte? ¿Del dolor? ¿De la tristeza? ¡Pero si la realidad muestra lo contrario a diario! Además, una inteligencia con visión terrestre se pregunta: ¿qué se entiende por aquello de que “con Dios la vida nunca muere”? ¿Nunca? ¿A cuál vida se refiere usted, Santidad?
Es que, en general, los predicadores cristianos de todos los grados y tiempos han sido y siguen siendo más teológicos que dialécticos; más retóricos que pragmáticos; más brumosos que luminosos; más ingenuos que ingeniosos; más irritantes que excitantes al hablar a un mundo cada vez más escéptico y desconfiado de los mensajes etéreos. A esos predicadores les hace falta, creo yo, un lenguaje persuasivo, atrayente, cercano, sugestivo, verosímil, esperanzador, si bien se origina en el misterio. Porque todo lo que afirman nace en él, aunque confundan el misterio con lo misterioso.
INFLEXIÓN. Recordé esta reflexión de Zacharías Werner en su drama Los hijos del valle: “Difíciles son de conducir las voluntades de los hombres, ante quienes rara vez triunfa la mejor inteligencia”.