Mi relato simplista solo permitirá entender que el mundo también para como cuando el ser humano, consiente de sus problemas de supervivencia, decide poner un alto a su vida y reconstruirse. Así, tal cual, sucede con la humanidad hiperglobalizada, mientras la naturaleza, forzándose a detenerse en medio del caos para lograr un respiro, nosotros, los humanos, los dichosos “homo sapiens” decidimos seguir adelante sin entenderla. El egoísmo terrícola nos gana.
Por demasiados años hemos sido quizá, la herramienta mas útil o inútil para destruir, cambiar, reformar, y redireccionar lo escrito por muchos y negado por varios; el futuro. Nos entregaron la riqueza natural, pero decidimos cambiarla por la propia, por lo nuestro; nada que el homo sapiens, quien se cree homo deus, pueda hacer. Y pensar que, por cientos de años, o por miles y millones, hemos sido un fruto más de esta condición natural, un simple peón dentro de un tablero de ajedrez amplio y extenso como la amazonia. Intentamos preservar el paraíso, pero lo transformamos a nuestra visión más completa: el consumismo civilizador. Y ni peones terminaremos siendo.
Sin embargo, no quisiera desviarme de lo que aqueja a una sociedad que aprendió a entretenerse antes que a pensar. La evolución se logro por unos pocos antes que por una mayoría. Los individualismos de ciertos personajes nos hicieron cambiar la dinámica social y la posición en la cual no encontrábamos en el mundo; unos fueron peones otros rey y reina. Y lo peor y mejor, les creímos. Pues nos hicieron una vida cada vez más fácil de llevar y, ¿quien no se resistiría a tenerla?
Pues bien, hoy más hundidos que nunca por el sentido individual que nos llevo a una evolución por áreas, por momentos, por centros y periferias, nos hace entender que tanto pensar, nos llevo a segregarnos. Aún siendo los mismos homos sapiens -todos dentro de la misma bolsa- nos excluimos de dicha condición. Nos hemos diferenciado tanto, que ya no reconocemos a el otro como el yo en sí. Y llevar esto a un piso más arriba, nos hace perder la moral. O tan solo tomen la información que tenemos sobre lo que vivimos y dense cuenta de que la personificación de unos pocos como salvadores, nos condicionan la conducción de una vida cada vez dependiente; desafortunadamente nunca decidimos por nosotros mismos.
Y aunque el titulo de esta columna no pareciera decir mucho, si quisiera explicarles que mi analogía recae en el intento de sentido lógico por entender que, el entretenimiento también para. Y es momento de hacerlo, sin equivocación alguna, ni el opio del pueblo, mal llamado, ni la distracción a los problemas sociales, mal entendido; es un partido de fútbol como la vida misma y este también para.
Para, por el sentido casi abrumante de que nos ha tocado elegir -nada más difícil de la condición humana que la elección- haciéndonos ver que, es la libertad y el sufragio, el bien y derecho público más liberal y sobredimensionado de las repúblicas democráticas y no democráticas. Pero ¿realmente elegimos?
El día que el fútbol paró es el aire de cambio necesario para volver a pensar si somos tan sapiens como pensamos o si hemos vivido en la dimensión deus como demostramos. No sabemos con certeza si elegimos o nos hacen elegir, la razón única para poder volver a tomar aire es teniendo la decisión no condicionada de elegir de nuevo lo natural. Poner al peón de nuevo en la amazonia. Es así, donde con determinismo, volvemos al juego.