María del Rosario Concha

Psicóloga de la Universidad Javeriana, con estudios de especialización en educación, en práctica sistémica y terapia familiar sistémica del Kensington Consultation Centre Foundation, London (KCCF) - Sistemas Humanos.

María del Rosario Concha

El problema no es el problema

Mucho se habla hoy de educar niños, niñas y jóvenes con las habilidades y competencias necesarias para enfrentar los retos del siglo XXI, que implican entre otras cosas, desarrollar una mentalidad de crecimiento, flexible, que les permita enfrentar y resolver problemas de manera creativa e innovadora, con pensamiento crítico y con las habilidades socioemocionales para expresarse y comunicarse de manera empática y asertiva. Se habla también de la importancia de educar niños felices, conscientes y capaces de llevar a cabo todo aquello que se proponen, con confianza y esperanza.

¿Pero estamos los adultos aportando para que esto suceda de manera acorde con las necesidades de los niños en las diferentes etapas del desarrollo? ¿Qué oportunidades les estamos dando para que resuelvan por sí mismos los problemas propios de su edad, para que tomen decisiones y para que se hagan responsables de sus acciones?

Para responder a estas preguntas es necesario que revisemos nuestras creencias. ¿Qué entendemos por felicidad? ¿Qué pensamos acerca de la frustración? ¿Cómo actuamos frente a los problemas y frente a los conflictos? ¿Cómo vivimos los errores y las equivocaciones?

La felicidad no se construye en la ausencia de problemas, ni las habilidades y competencias se desarrollan sin esfuerzo, práctica, perseverancia y voluntad. Quien no se equivoca, no aprende, quien no enfrenta problemas y conflictos, no aprende a resolverlos, a experimentar el sentido de logro y a desarrollar la empatía.

Y esto aplica desde que los niños nacen. Todos los niños llegan al mundo intrínsecamente motivados por aprender, con una inmensa curiosidad, con una gran capacidad de asombro, de disfrute y con la convicción de que pueden lograr lo que se proponen. No es sino observar a un pequeño que está aprendiendo a caminar. ¿Cuántas veces se cae y cuántas se levanta? y sigue esforzándose hasta que lo logra. ¿Y qué hacemos los adultos? Lo impulsamos y apoyamos para que lo siga intentando, desde la plena convicción de que es capaz. Y en el proceso hay goce, satisfacción, sentido de logro, reconocimiento y un gran esfuerzo por parte del niño, que persevera, porque los logros son suyos, porque sabe que puede.

¿Qué ocurre entonces para que de esa experiencia de sentirse capaces y competentes, de ese “yo solito” transiten al “hazme tú”, a sentir que no pueden?

Los adultos tenemos una gran responsabilidad frente a esto. Muchas veces ante el “yo solito” respondemos con un “yo te ayudo” o un “déjame que yo lo hago por ti”. Y el mensaje que mandamos, sin darnos cuenta, es que consideramos que no es capaz.

La invitación es a que veamos los problemas y las dificultades que enfrentan los niños, niñas y jóvenes, como oportunidades para aprender, para desarrollar la creatividad, la solución de problemas, la iniciativa, la autonomía, la empatía y para fortalecer la confianza, la autoestima y el desarrollo socioemocional. 

Les comparto algunas ideas que pueden contribuir a hacer de los problemas una valiosa oportunidad:

Promueva que sus hijos hagan por sí mismos lo que están en capacidad de hacer, de manera segura: si hay algo que puede ser peligroso, cree el contexto de seguridad necesario, enséñele cómo hacerlo de manera segura, acompáñelo para que lo logre y explíquele las razones por las que es necesario su apoyo.

Reconozca y valore los logros: parta siempre del reconocimiento de las fortalezas y de lo que se logró y promueva que a partir de ahí se generen oportunidades de mejora y planes de acción. 

Promueva y valore el esfuerzo y la persistencia: lograr algo implica esfuerzo y dedicación. Transforme el discurso del “ser”, por el discurso del “hacer”. En lugar de felicitar a su hijo por un buen desempeño diciéndole que “es brillante”, reconozca y valore el esfuerzo que hizo para lograrlo.

Modele la solución de problemas: comparta historias de las que se siente orgulloso por haber dado solución creativa a un problema. Haga visibles las herramientas que utilizó, el esfuerzo que implicó y la manera como lo enfrentó.

Ayude a ver el problema desde diferentes perspectivas y a buscar soluciones diversas: puede haber diferentes soluciones para un mismo problema y el mismo problema puede ser visto desde diferentes ángulos. 

Promueva el reconocimiento de las herramientas con las que cada uno cuenta para aportar a la solución de un problema: haga visible las fortalezas que se tienen y trabaje de manera colaborativa para encontrar una solución.

Valore los errores y las equivocaciones como oportunidades para aprender: incentive la solución de problemas a partir de los errores. Comparta historias en las que usted se ha equivocado. Valore el proceso y sus tropiezos.

Promueva la empatía: invite siempre a que se mire la perspectiva del otro. Recuerde que siempre hay otra forma de ver las cosas. De esta manera es más fácil encontrar soluciones.

Promueva el sentido de corresponsabilidad: es importante ayudar a tomar consciencia de que siempre podemos hacer parte de la solución y de que, si vivimos en comunidad, somos corresponsables de lo que sucede. “Tenemos un problema, ¿qué ideas se te ocurren para poder solucionarlo?”, puede ser siempre un buen comienzo.

Ayudemos a nuestros niños a que sigan siendo su propio motor de aprendizaje, a que sigan aprendiendo a aprender, aprendiendo a hacer y aprendiendo a ser. El mundo de hoy los necesita activos y corresponsables de su propio crecimiento.

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María del Rosario Concha
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