Mario Huertas

Analista de asuntos estratégicos y hemisféricos (Énfasis: Brasil y EE.UU.) Columnista de opinión, diario La Nación. Voluntario internacional para la promoción de nuevos liderazgos, Universal Wonderful Street Academy (UWSA), Jamestown-Accra. Colaborador del Goldstreet Business (Ghana). Profesor de Geopolítica y Geoestrategia. Infante de Marina, Armada República de Colombia (A.R.C).

Mario Huertas

El regreso del idiota

Retratado el perfecto idiota latinoamericano a través de un manual* cuyo contenido agrupa todos los lugares comunes que han definido en gran medida a los latinoamericanos, en 2007 sus autores volvieron a la carga con “El Regreso del idiota”. 

Lo que motivó esta segunda entrega fue la oleada de gobiernos populistas que desencadenó la inspiración chavista. A una década de la muerte de Chávez rescataremos la visión que tenían del comandante esta suerte de Mosqueteros.  

El estilo de Chávez era una mezcla de folclorismo y agresividad verbal que lo llevó, por ejemplo, a intentar darle un beso a la reina Isabel II o fingir un golpe a Putin como también ir a Naciones Unidas y decir que olía a azufre por la presencia de Mr. Danger (George W. Bush). En otras cosas, esto le valió para que el rey Don Juan Carlos, en la XVII Cumbre Iberoamericana, le dijera “¿por qué no te callas?”. 

Como buen idiota, Chávez vivía “intelectualmente” de los desechos radioactivos del marxismo latinoamericano sapientemente examinados por Carlos Rangel** en dos de sus obras.

En este sentido, el chavismo es una expresión antidemocrática cuyos orígenes se remontan a los contactos de Chávez con el líder guerrillero, Douglas Bravo, quien le enseñó que sin el apoyo de las Fuerzas Militares sería imposible todo tipo de revolución, lo que produjo el fallido golpe del 4 de febrero de 1992 contra el presidente Carlos Andrés Pérez. 

Así, de su relación con Norberto Ceresole quedó otra idea fija del chavismo y es que dicha revolución solo sería posible al amparo de tres elementos debidamente articulados: caudillo-ejército-pueblo y de un ribete totalmente atractivo para un segmento mayoritario de latinoamericanos: “socialismo del siglo XXI”.

Este fabricante de miseria se especializó en atacar al mercado no solo con declaraciones de altísimo contenido folclórico si no con medidas como el control de precios, los subsidios y las nacionalizaciones; medidas que rápidamente vieron sus efectos reflejados en índices de inflación, desempleo y devaluación.

A esto le agregó todo un decálogo con expresiones como ocupación, confiscación, expropiación, democratización y otros sofismas que tenían como blanco triturar la propiedad privada so pena de reivindicar la tan aclamada justicia social. 

Y como el socialismo es la antítesis de la democracia, Chávez logró concentrar todos los poderes. A 2004 tenía controlada la Asamblea Nacional como la rama judicial una vez se aprobó Ley Orgánica del Tribunal Supremo que elevó, de 20 a 32, el número de magistrados solo para coptarlo y sentar, de ahí en adelante, una jurisprudencia apéndice al Palacio de Miraflores. 

De tal suerte, la prensa rápidamente cayó en manos del dictador so pretexto de ser una empresa de basura. La Ley de Responsabilidad Social de Radio y Televisión puso bajo control de Chávez a todos los medios de comunicación. De igual manera, se promovieron ataques directos a las instalaciones de los medios antichavistas y se promovieron persecuciones directas a muchos periodistas.

Parte de su obsesión fue la idea de tener una nación en armas. El pretexto: el de siempre. Agitando la idea de una invasión a gran escala, Venezuela debía estar preparado para ello, de ahí que su gasto militar se dispara al igual el número de efectivos en pie de fuerza. Esto lo llevó a la creación de las Unidades de Defensa Popular, que eran algo similar a las células de vigilancia que dictaba el viejo recetario castrista. 

Con un liderazgo apegado a los férreos cánones de la ideología, la gerencia pública fue sepultada para que brillara el dogma político. Lo que originó el despilfarro y la ineficiencia de una bonanza petrolera que, en manos de un verdadero estadista, hubiese adelantado a Venezuela tres o cuatro décadas en la línea del tiempo. 

Otro de los pilares del chavismo fue el modelo educativo en el que la instrucción quedaba en un último plano para darle prioridad a los valores de la revolución y enaltecer la figura de Bolívar. Un Libertador distorsionado producto del revisionismo histórico para que fuera impúdicamente degradado al nivel de Chávez. 

Para promover su ideario, se servía de su programa “Aló presidente” en el que además de dar rienda suelta a toda su elocuencia, elegancia y sobrada cultura, el hombre de Barinas interactuaba con los ciudadanos de diferentes puntos de la geografía nacional para “dar solución inmediata” a sus problemas. Desvertebrando así los niveles de la administración pública federal y sus relaciones intergubernamentales. 

Como discípulo del castrismo, Chávez quiso exportar su revolución no a través de guerrillas (aunque las protegió) si no mediante un bolivarismo anacrónico, hermenéuticamente erróneo y de corte socialista.

Lamentablemente, Venezuela es un ejemplo más de los Petroestados*** y la mejor prueba de que el chavismo estaba del lado equivocado de la historia son los mismos resultados que hoy le acompañan.

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Mario Huertas
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