A Pitana lo insultaron hasta las monjas por su diablura.
Tan grande su error como el del vitrinero, que vía tutela pretende ganar, empatar o repetir el duelo, anulando el gol de Brasil en los estrados judiciales, lo que le produce urticaria a las entrañas del fútbol y la FIFA.
Oportunista como los periodistas que señalan y reprueban conductas mafiosas de los dirigentes, con favorecimientos arbitrales. Con ellos comparten, cenan y salen de pachanga. Son amigos del pecado y hasta compadres.
Decían nuestros padres que "quien a cuchillo mata a cuchillo muere." El destino de las quejas colombianas será el mismo de los reclamos constantes de los clubes en nuestro medio, afectados con los arbitrajes, que terminan en la basura, o en las gavetas de los incompetentes que fungen de investigadores.
El libre albedrío, hace daño en estos casos, porque asemeja a los árbitros con algunos jueces de la república, acostumbrados a juzgar, sin el mismo rasero, bajo el pretexto de la interpretación de reglas, leyes y normas.
Es más grave para ciertos jueces, un toque-toque a las nalgas ajenas de una dama, que un cuantioso desfalco.
El victimismo nuestro nos lleva siempre a justificarnos en los árbitros, maquillando errores de comportamiento futbolero. En ciertos sectores crispados y furiosos con Pitana, se dice incluso, y con mucha razón, que una velada pretensión de la Conmebol, siempre bajo sospecha, es favorecer a los grandes clubes o selecciones de Suramérica.
Ejemplos hay por montones. Pero en Colombia es lo mismo. En los litigios ganan los poderosos.
Los expertos en el reglamento, muchos de ellos pésimos árbitros, también confunden por su falta de uniformidad en el criterio.
No quiero justificar el error de Pitana, porque las reglas son para cumplirlas, tal como están escritas. Pero escándalos similares se han suscitado con los árbitros plegados a sus reglamentos, que no siempre son los de la FIFA o la Internacional Board. Todo esto afecta la confianza de los aficionados.
La interpretación, da vía libre a los abusos.