Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Los surcoreanos quieren llegar al cielo

Cuenta la BBC esta semana que un grupo de estudiantes surcoreanos ha demandado al gobierno porque su examen de acceso a la universidad terminó 90 segundos antes de lo previsto. Los estudiantes piden una indemnización de 20 millones de wones (unos 15.400 dólares) cada uno, que es el equivalente a lo que cuesta un año de estudio para repetir el examen. La famosa prueba de acceso a la universidad, conocida como Suneung, es un maratón de ocho horas con exámenes consecutivos de varias asignaturas que presentan al mismo tiempo los estudiantes de todo Corea del Sur.

El objetivo, como ya he contado alguna vez en esta columna, es ingresar a la universidad; y no a cualquier universidad. De lo que se trata es de subir al “cielo”. Es decir, de ingresar en una de las tres más prestigiosas. “SKY” es el acrónimo que forman la primera letra del nombre de cada una de ellas: la Nacional, la de Corea y la Yonsei. Es tal el prestigio de estos tres centros universitarios que llegan a definir el estatus social de los coreanos, determinando su futuro profesional y cómo serán tratados luego por la sociedad de ese país.

Esto hace a Corea del Sur una sociedad implacable, incansable y de una constante competitividad, examinándose unos a otros con ojos fulminantemente críticos, como dice Andrew Eungi Kim, catedrático de Sociología en la Universidad de Corea. La autoestima tiende a definirse estrictamente por el acceso a esos centros elitistas y a los empleos muy bien remunerados en los grandes grupos empresariales como LG, Hyundai o Samsung. La presión por hacerlo bien en el colegio empieza en el cuatro curso y se convierte en la única preocupación de sus vidas para cuando llegan a séptimo año. 

La otra cara de la moneda, por supuesto, es el fracaso y, consecuentemente, los altos índices de suicidio por esta causa. Los coreanos son reacios a buscar ayuda en caso de depresión. “Tememos que nos vean como locos”, comentaba Ha Kyooseob, psiquiatra en la facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Seúl y presidente de la Asociación Coreana para la Prevención del Suicidio. “Esta es la cara oculta de nuestro rápido desarrollo”.  .

La obsesión surcoreana por llegar a metas cada vez más altas ha hecho de Corea del Sur un país milagro. Los economistas internacionales con frecuencia describen al país como el ejemplo individual más impresionante de lo que un mercado libre, un gobierno democrático y el esfuerzo en el trabajo pueden hacer para transformar una pequeña provincia atrasada en un portento económico. Cuando la península de Corea fue dividida en dos en 1948, el territorio al norte del paralelo 38 era el más rico: allí estaban las mejores tierras, la industria más desarrollada, había las mayores fuentes de riqueza.

Hoy la otra Corea, Corea del Norte, es un erial, un territorio devastado por la dinastía de los Kim, que ha superado períodos de hambruna como el derivado de la suspensión de ayuda tras la caída de la Unión Soviética, hambruna que por cierto dejó millones de muertos. El Norte sobrevivió gracias, entre otras cosas, a la generosidad de Corea del Sur, el undécimo país más rico del mundo y la cuarta economía de Asia. 

Por eso no se crea, sin embargo, que en Seúl, capital y sede del gobierno surcoreano, se ve con tan buenos ojos como puede pensarse la unificación entre los dos países. Los surcoreanos han prestado gran atención al precio pagado en la unificación alemana. La carga proporcional que tendría que soportar Corea del Sur sería dos veces y media mayor que la que hizo frente la República Federal de Alemania cuando absorbió a la antigua República Democrática de Alemania. 

Según algunos informes en tal sentido, la factura supondría más de dos billones de dólares, que tendría que pagarse en treinta años, que los impuestos deberían incrementarse durante seis décadas y que el diez por ciento del Producto Interno Bruto surcoreano habría de invertirse en Corea del Norte durante largo tiempo.

Para un surcoreano medio, que se sacrifica estudiando y superándose como se cuenta arriba, la meta ideal de la unificación patria resulta muy bonita…, pero después de que haya muerto.

Por cierto, durante la última campaña electoral para la presidencia de Colombia le oí decir a Gustavo Petro que para su gusto el país como ejemplo a imitar por Colombia era Corea del Sur. ¿Imaginan las demandas que supondrían aquí solamente sus retrasos e incomparecencias en actos oficiales? Señor, que los surcoreanos demandan por 90 segundos que te hace perder el Estado. Definitivamente Gustavo Petro es un chiste con banda presidencial.

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Juan Restrepo
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