Mario-Huertas
Mario-Huertas

Mientras ella factura, él escribe

Pongamos las cosas en orden, cuando me refiero a ella hablo obviamente de Shakira y al hablar de él, aludo a Mario Vargas Llosa. Luego, creo que ahora todo cuadra. 

Resulta que en España ha tenido lugar otra ruptura casi igual de sonada como 'BZRP Music Session #53', protagonizada esta vez por cuenta de Isabel Presyler y el Nobel peruano (2010).

De Shakira no me ocuparé porque ya lo hicieron millones de mujeres con sus “likes” que resultan todavía aún más elocuentes que la calidad del mismo himno que ha identificado y agrupado a millones de lobas (lo digo para ser fiel y literal con la letra de la canción). De tal suerte, he quedado blindado ante cualquier embestida proveniente de los ideólogos de género y, por supuesto, del shakirismo que, según me han contado, se autoproclama como una especie de movimiento social transnacional o algo así de bizarro como aquello de las políticas exteriores feministas. 

Bien, concentrado en mi feudo, vuelvo a uno de los míos: Vargas Llosa. No voy a negar que cuando Mario dijo: “Lo único que confirmo es que estoy separado” solté una sonora y estridente carcajada. Y de inmediato pensé: definitivamente este no es un héroe discreto. Marito, con sus casi 80 palos, no dejaba de sorprenderme. 

De inmediato me puse a la tarea de leer la prensa rosa y cada vez que lo hacía me divertía más, pues, mientras pensaba en Julia Urquidi (la Tía Julia) también me imaginaba a García Márquez hablando pestes del suceso con Merceditas y fraguando los términos de una hipotética llamada para consolar a Patricia por un nuevo capricho de la “pichula” de Mario; en últimas, por una travesura más del viejo malo. 

Y claro, mientras ella factura (entiéndase: Shakira, Isabel o cualesquiera) el escribidor hace lo suyo porque, a mi juicio, aquí está el verdadero “quid” del asunto. En virtud de todo esto, hemos asistido a dos maneras de enfrentar una separación, lo que el shakirismo ha exportado con altísimos niveles de popularidad y lo que Mario ha enseñado en estos tiempos recios. 

Obviamente, Vargas Llosa nunca sacaría los millones de “me gusta” por lo que ha escrito recientemente* y mucho menos por ingresar a la Academia Francesa con todas las implicaciones que ello ha supuesto. Un buen lector sabrá juzgarlas a su debida manera.  

Siguiendo con el tema rosa, no es que me haya alegrado del todo lo que pasó hace ocho años al interior de la familia Vargas Llosa, pero lo entiendo. De ahí que haya creído, en su momento, que Mario e Isabel podían conciliar dos mundos aparentemente diferentes pero en el fondo muy similares. Clara-mente, el asunto resultó ser un capítulo póstumo para la civilización del espectáculo.  

Pero, ahora que ya todo terminó y Mario ha regresado a la realidad de un escritor, encerrado solitariamente en su biblioteca, a fin de alimentar aún más sus cuadernos como don Rigoberto, resulta oportuno sugerir, muy irrespetuosamente, que esta cagada solo se reparará con cien años de soledad. 

A título personal,  el creador de “Don Panta” debe asumir con estoicismo el precio de morir rodeado únicamente de sus libros por haberse dejado tentar de lo imposible y haber creído en un paraíso en la otra esquina. 

Mario, Marito, Mario: ya sabemos que, como de costumbre, todo esto ha sido un enamoramiento de tu pichula y no del corazón. De esa pichula que ahora te sirve solo para hacer pipí. Pero, así y todo, ¡qué le vamos a hacer, esto es la vida! y tú no te has arrepentido de absolutamente nada. Sigue escribiendo que, mientras tanto, ella factura.  

*“La mirada quieta (de Pérez Galdós)”, “Un bárbaro en París. Textos sobre la cultura francesa” y “Los vientos” (cuento).

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