¿Qué será de la clase media joven bogotana? Los engranajes de nuestros sistemas políticos y económicos llevan años mostrando deterioro. La semana pasada estuve en el reencuentro de los primeros diez años desde que egresamos del colegio, y el evento me dejó profundas reflexiones sobre los desafíos de esta generación de jóvenes de clase media que nacimos en el descuartizado distrito capital. Se trata de una columna personal, no por llevar nombre propio, sino por encontrar su justificación en la experiencia compartida con un gran número de bogotanos.
Jóvenes es un decir. Me rehúso a pensar que bordear los 30 años es sinónimo de madurez. No lo es desde una perspectiva laboral, pues los empleos disponibles son de muy baja calidad y el poder adquisitivo de nuestros salarios no compite con los primeros que devengaron nuestros padres. Hablando con algunos compañeros, llegamos a la conclusión de que buena parte de la promoción no podría garantizarles a sus hijos acceso al mismo colegio en el que estudiamos. Es demoledor, porque la realidad ha implicado reformar los planes de vida, los sueños y metas que le dan ilusión al futuro de la juventud. No importa si recibimos una educación con estándares superiores a la de la generación anterior, existe una sensación generalizada de estancamiento.
Aunque parezca una obviedad, el éxito se escapa hacia el exterior, donde queridos compañeros y compañeras tienen acceso a las mejores oportunidades académicas, profesionales y personales. Varios se fueron a los Estados Unidos con un dólar que costaba 1900 COP en enero de 2014, mientras que otros llegaron a Europa con un euro a 2500 COP. Para quienes no recuerden dicha época, antes de entrar a la universidad compré, con ayuda de mi familia, un excelente computador por poco más de dos millones de pesos, y actualmente la misma marca los ofrece por diez. Pasó de cuatro salarios mínimos a casi nueve. ¡Qué barbaridad!, estas divisas han rondado los 4000 COP y 5000 COP este año. El beneficio para algunos exportadores colombianos es enorme, pero representa un escollo para acceder a la educación superior en el extranjero, más que por un sueño colonial, por asumir los retos de la aventura.
El problema que describo corresponde al de una clase media privilegiada, porque el concepto —más allá de la definición del Dane— abarca variopintas realidades. Sin embargo, a todos los jóvenes de esta generación olvidada nos ha tocado soportar el fuerte coletazo de la apertura económica, los tratados de libre comercio, la polarización política de 2016, la pandemia de COVID-19, las protestas de 2021… en fin, cuando nos graduamos en 2013 Colombia era muy distinta, parecía una locomotora a toda marcha. Hoy, se ha terminado de estropear su motor y esperamos con anhelo que llegue su reemplazo. Espero que no tenga ínfulas de outsider, respete profundamente la democracia y no se haya ganado su candidatura al Congreso en un paquete de Doritos con sabor a «lista cerrada». Ya saben a cuáles dos presidentes me refiero.
Por supuesto que no es fácil aceptar la realidad. A nuestros padres les cuesta reconocer las dificultades que atravesamos, quizás, porque eran hijos de una generación marcada por La Violencia, la dictadura de Rojas Pinilla, el Frente Nacional, el narcotráfico y el desplazamiento de los abuelos. Unos descienden de nariñenses y otros pocos de Dolores, sin embargo, quienes rondan los 50 y 60 años han construido cierto patrimonio que les brinda seguridad y estabilidad, así como una importante experiencia profesional que les garantiza el acceso a merecidos privilegios. Con todo, pagar créditos e impuestos es cada vez más difícil para ellos, ¡imagínense para los que vienen detrás! La sacudida nos coge en etapas distintas, con escudos y espadas más o menos efectivas.
Nietzsche decía que «A veces la gente no quiere oír la verdad porque no quieren que sus ilusiones sean destruidas». El sujeto de la frase, no obstante, se refiere también a los que tenían sueños sobre el destino de sus hijos.
El discurso de la resiliencia ha calado muy fuerte. Casi nadie se queja en voz alta, pese a que estas conclusiones se hallen a flor de piel. Debemos aprender a expresar nuestras frustraciones, pues la solución a los problemas se encuentra en tomarse en serio el derecho a participar y deliberar sobre el bien común. «Lo que no nos mata, nos hace más fuertes». Así pues, jóvenes de 20 y 30 años, tomemos posesión de una idea de Colombia por fuera del roman.ticismo. Es nuestro momento de exigir con voz fuerte y democrática un mejor mundo para vivir
Esta ciudad no es una prisión, es un organismo conformado por proyectos e intereses. Como puede pasar con cualquier ser vivo, se enferma y tiene condiciones preexistentes excluidas del plan de salud. El cerebro del organismo es la Administración distrital. No importa quien ocupe el cargo de burgomaestre, ya que la historia y habitantes de la urbe resalta el valor de la Administración como institución, no como persona, pese a que, frecuentemente, algunos exalcaldes presidenciales lo olviden a causa de su personalismo bananero. ¡El ego! ¡El ego! «¡Primero yo, aunque me escude en el prójimo!».
Es por este motivo que los cambios de alcalde no hacen las veces de trasplante cerebral. Por el contrario, los conjuntos de personas que la dirigen corresponden más bien a las ideas y actitudes que predominan en diferentes momentos y facetas de la vida de este organismo. El carácter de la ciudad no cambia con las personalidades de sus dirigentes, pero sus actitudes sí que tienen implicaciones en el éxito de sus habitantes.
Invito a los jóvenes de clase media a que nos expresemos en contra de la polarización de los extremos, tanto de izquierda como de derecha. Nos han puesto contra la pared en las elecciones que se han celebrado desde el proceso de paz de la Habana y ahora se disfrazan de gerentes y cineastas. La ciudad necesita que las actitudes de nuestro alcalde sean conciliadoras y comprensivas con nuestra propia travesía, pero ni el populismo ni la tecnocracia son remedios democráticos. Dejémonos de vainas… Ojalá que Carlos Fernando Galán quede en primera vuelta. ¿Qué tan rico nos va a quedar el ajiaco el domingo?