Padilla: Ascenso de un héroe - Parte I

Ahora, cuando estamos a menos de dos años de celebrar el bicentenario de la Batalla Naval del Lago de Maracaibo y por ende del día de la Armada de Colombia, la que nos dio la Libertad logrando desnaturalizar  definitivamente a los españoles de nuestras tierras,  quiero relatar, sobre nuestro héroe, de su hazaña y de su caída, con el fin de incentivar la llamada “Conciencia Marítima”, ya que pareciera que solo los marinos y nautas supieran de qué se está hablando y de la importancia de los mares, recordando que tenemos costas en el Caribe y en el Pacífico colombiano. 

Tengo la obligación de señalar los libros: “El almirante Padilla” de Jesús C. Torres Almeyda, del cual consulté varias páginas; los 4 tomos de la “Historia General de Cartagena” de Eduardo Lemaitre, especialmente el tomo IV en el capítulo de los Primeros años de la Independencia y por último y no menos importante de nuestro respetable y erudito historiador CN (RA) Enrique Román Bazurto, en su extensa y valiosa obra, en particular “El Caribe, Mar de la Libertad”, donde cita: “Por mar llegó la independencia y el Caribe se convirtió en el Mar de la Libertad. La intrepidez de los buques que izaban la bandera colombiana fue conocida en casi todos los mares. Con la patente de corso, hostigaron constantemente a los buques españoles y poco a poco les fueron cortando sus líneas de comunicaciones marítimas con Costa Firme hasta llegar a obtener el absoluto control en el Caribe Sur, dejando incomunicados a los peninsulares que ya no pudieron recibir tropas de refuerzo, ni abastecimientos para sus nuevas expediciones. La batalla decisiva fue Maracaibo y el riohachero Padilla su héroe”.

La monstruosa infamia, que se cometió con nuestro héroe naval, está magníficamente escrita por el periodista Juan Gossaín, en la revista “Armada” edición 99 de diciembre de 2011, donde describe claramente sus orígenes, su carrera, su gloria y su tragedia, lo cual detallaré en el último de estos artículos.

Pero abordemos este escrito desde el principio; hacia 1536 el conquistador Nicolás de Federman fundó una factoría o pesquería de perlas con el nombre de “Nuestra Señora de los Remedios”. En 1545 la localidad se denominó Riohacha, topónimo tomado del rio que le circunda, con dependencia política de la Real Audiencia de Santo Domingo, anexándola a la provincia de Santa Marta.

En la isla de Santo Domingo había formado su hogar el negro Prudencio Padilla, al parecer oriundo de África. Su hijo Andrés Padilla se radicó en Riohacha, en donde estableció su taller en construcción de embarcaciones menores y canoas, al ser perito en la materia. Por eso le llamaban familiarmente “Maestro Andrés”. Contrajo matrimonio con Lucia López. El 19 de marzo de 1784, día de San José, en Camarones, antiguo caserío de Riohacha, capital de la Guajira, el hogar fue congratulado con el arribo del primogénito a quien bautizaron José Prudencio, en memoria del abuelo.   ….“o sea que el futuro almirante recibió en la misma cuna la leche materna de los nautas” (J. Gossaín)

Dice Abel Cruz Santos, quien escribió en la revista de la Armada (Dic 1973) el artículo “Maracaibo 1823”, que, siendo adolescente de 14 años de edad, José Prudencio Padilla, siente un irresistible llamado del mar y se escapa como polizón en un barco y le dieron trabajo como “muchacho de cámara”. Los “camareros”, imprescindibles en las Armadas de la época, adquirían rígida formación castrense; tenían a su cargo el aseo del barco y en los combates navales abastecen a los artilleros con la pólvora transportada de la santabárbara. Por cualquier falta se le ataba al mástil mayor donde los apaleaba el contramaestre. Dentro de ese agreste ambiente Padilla vivió su primera aventura marinera, habituándose a esa vida dura y temeraria.

Para regresar a Riohacha desertó en uno de los puertos de los llamados “siete mares”, embarcándose casualmente en un mercante de línea que se dirigía a costas americanas. Un buen día de 1803 aparece nuestro personaje en Riohacha. Había cumplido 19 años y su apariencia física había cambiado mucho. De estatura descomunal, ancho de espaldas, atlético y romántico. Ese mismo año abandonó la aldea enrolándose en la Real Marina Española a bordo del navío de guerra, el “San Juan Nepomuceno”, navío de línea de 74 cañones. 

Al llegar el navío a las costas peninsulares, se le autoriza el uniforme azul, que lo caracteriza como un marino hecho y derecho, no obstante su joven edad. En Cádiz, poco tiempo después, obtiene su primer grado: Mozo de cámara de la marina real.

Sus superiores empiezan a tomarlo en cuenta, por su coraje, disciplina y resistencia física. A pesar de su piel obscura, se le otorga un merecido ascenso: Contramaestre de Navío. “Para que ustedes sepan, y pregonar a los cuatro vientos, Padilla fue el primer marino originario de América que llegó a ser Contramaestre en la Armada del imperio español” (J. Gossaín)

Con ese grado, participa en una de las epopeyas militares mas memorables de la historia humana: la batalla de Trafalgar, al norte del estrecho de Gibraltar, el 21 de octubre de 1805.  Cuando la escuadra inglesa, comandada por el almirante Sir Horacio Nelson, se enfrenta a las coligadas fuerzas franco-españolas, el comandante del “San Juan”, al mando del capitán Cosme Damián Churruca, da la orden de fuego a los barcos españoles, se inicia la acción. A poco, el “Victory”, el mejor de los barcos ingleses es incendiado. En revancha, el español “Trinidad”, hundido. Se desarbola al “Temeraire” inglés por un certero cañonazo del “San Juan”. El español, fue uno de los últimos barcos en capitular. Su capitán, herido de muerte, prohibió a sus oficiales rendirse y ordenó continuar la lucha. Su segundo comandanteFrancisco de Moyúa, también acabó muerto. Finalmente, al alcanzar los 158 muertos y 250 heridos a bordo, el oficial al mando ordenó entregarse; y entre los prisioneros, el joven Padilla. Su cautiverio en la base de Gibraltar, en barco habilitado de cárcel, se prolonga por tres años, cuando ingleses y españoles firman la paz y los rehenes liberados.

Al ponerse en contacto con gente de habla inglesa, un nuevo panorama intelectual se ofrece a la joven mentalidad del granadino. Se opera entonces la rápida transformación del marino cautivo en revolucionario audaz. Comprende que debe ponerse al servicio por la Libertad de su patria y sojuzga todo lo que ya sabe como lobo de mar.

A fines de 1808, regresa Padilla a Cartagena, como Contramaestre del Apostadero. Españoles y criollos no disimulan su perplejidad al observar que un empleo de esta categoría se le haya confiado a un nativo.

Cuando estalla en Cartagena, y repercute en Mompós, el movimiento revolucionario de 1810, entiende Padilla que ha llegado la hora, tan esperada. Y el 11 de noviembre de 1811, cuando declara abiertamente la insurgencia, abandona el Arsenal y el empleo de contramaestre. Adquiere una goleta -La Ejecutivo- y se dedica a entrenar a la tripulación. Hace con ella un patrullaje en el Caribe. En su primer encuentro con una goleta española la vence. Regresa a Cartagena con 160 prisioneros, entre ellos el comandante. En reconocimiento a esa acción se le concede el grado que merece: Alférez de Fragata de la Marina Republicana.

La Escuadra española aparece en Cartagena en 1815. La ciudad resiste hasta última hora. Padilla paga prisión en las bóvedas. Logra escapar y con “La Ejecutivo”, averiada, parte a Jamaica, en busca del libertador Bolívar, a quien el curazoleño Luis Brion presta eficaz ayuda con gentes y dinero. Allí recluta voluntarios para la expedición. Bolívar propone y así se acepta, que la campaña debe empezar por Venezuela. Pero como Jamaica es neutral, la empresa, contando con el apoyo de Petión, el hombre fuerte de Haití, sale de los cayos al mando de Padilla.

Continuará…

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