Invito a leer este vertiginoso (y pecaminoso) diálogo de un pecador con un predicador:
• ¿Se ha preguntado alguna vez usted, estimado predicador, para qué viene uno a la vida?
- Por supuesto. Para dar mayor gloria a Dios.
• ¿Qué es dar gloria a Dios?
- Hacer todo cuanto lleve a la majestad de su Santo Nombre.
• ¿Qué podría entenderse al respecto?
- Contribuir a que el nombre de Dios esté siempre por encima de la ordinariez de la humanidad.
• ¿Por qué habla de la ordinariez de la humanidad, si a esta la creó Dios?
- Me refiero a la que peca y ofende al santo nombre del Señor.
• Entendiendo por pecado…
- Entendiendo por pecado todo aquello que lesione a los demás y a los deseos de Dios.
• ¿De qué deseos habla?
- De los mejores: que no haya guerras, hambre, dolor, tristeza, pobreza, daño a la naturaleza, injusticia en las relaciones de unos con otros, que los humanos seamos felices. En fin, ¡muchos!
• Si Dios no quiere la tristeza y el dolor, ¿por qué cree usted que existen desde siempre?
- La pregunta, querido amigo, no es por qué existen, sino para qué.
• No entiendo.
- El dolor, la tristeza, el sufrimiento existen desde cuando la humanidad dio la espalda al amor y el entendimiento divinos, o sea, desde el pecado original del pueblo escogido, lo que precipitó todos los males del hombre.
• ¿En qué consistió ese pecado?
- Como le dije, en desobedecer la voluntad del Creador.
• ¿Así de mayúsculo fue el disgusto de Dios con los primeros humanos que, por su caída, condenó a la humanidad de todas las épocas a padecer terribles dolencias, sufrimientos inenarrables, tragedias sin fin? ¿Es razonable sostener que Dios es infinitamente misericordioso y bueno pese a que, por culpa de unos pocos hace miles de años, condenó al dolor y a la muerte eterna a todos los humanos de todos los tiempos? ¿Me dirá usted que yo sería justo si condeno a todos los descendientes de mi hija a sufrir lo indecible porque mi hija no hizo lo que yo quería?
- Los designios de Dios son inescrutables, mi querido amigo.
• Pero algún sentido tendrán esos dolores y padecimientos, tanta vivencia horrible año tras año, desde hace miles de años. ¿Qué sentido tiene todo eso?
- Desde cuando Jesús vino a la Tierra, enviado por el Padre, esas penalidades adquirieron una nueva significación: la de ser corredentores con Jesús, el ciudadano judío Hijo de Dios.
• Me lo aclara, Su Reverencia.
- El Señor quiso enviar a su Primogénito al mundo que habitamos usted y yo para que su muerte en la Cruz nos salvara de la muerte eterna. Además, el dolor y el sufrimiento a los que usted alude le ayudan a Jesús a perfeccionar y continuar la redención del mundo.
• ¿Entonces debemos aceptar que Dios aprecia los padecimientos humanos, los valora, los quiere, como si fuera un sádico, porque le dan más gloria a Jesús y hace méritos para salvarnos de la condenación eterna?
- Así es.
• ¿Y eso quién lo dice, de dónde sale, qué autoridad lo sustenta, cuál es la fuente infalible de tan trascendental aseveración?
- Lo afirma el Nuevo Testamento y lo reafirman iglesias, concilios y asambleas, estudiosos y autores, teólogos e historiadores sagrados, encíclicas y cartas apostólicas, etc.
• Así las cosas, ¿qué le pasaría a quien no lo cree?
- Padecerá la condenación eterna. Así de simple.
• ¿Simple? Yo lo veo muy complejo, imposible de aceptar.
- Estás condenado desde ya al fuego eterno, hermano mío.
• ¿Sí hay motivos para ello?
- Tú lo has dicho.
• Todo lo que usted me ha respondido parece inventado por alguien.
- Si la Inquisición existiera, irías a la hoguera y yo te acompañaría, con todo mi amor, pero hasta antes de que la enciendan…
• ¡Dios le pague, caballero! Y yo lo acompañaría a su predicación si lo que usted dice está en línea con la razón humana…
INFLEXIÓN. “Pienso que quienes confían sin más en la autoridad como prueba de una cosa cualquiera, y no tratan de decir alguna razón válida, proceden de forma ridícula […] Yo deseo que se me permita plantear cuestiones libremente, así como responder sin ningún tipo de adoración, pues esto es lo que verdaderamente conviene a quienes buscan la verdad de las cosas” (Vincenzio Galilei, músico, padre de Galileo).