Manuel Elkin Patarroyo

Voces del desierto, ¡aquí nadie escucha!

“El virus todavía está ganando”, es el título con que William Haseltine (científico norteamericano experto en enfermedades infecciosas), se refiere al Covid, en un magnífico y esclarecedor artículo aparecido el pasado 19 de junio en el rotativo colombiano El Tiempo. 

En él, saca a colación su propia experiencia personal, colocándola en primer plano. Tras pasar por múltiples vacunaciones y un tratamiento con anticuerpos monoclonales, precedido de una clausura (confinamiento) prácticamente monástica; asistió a un acto social que congregó a un centenar de personas.

Cuatro días después, manifestaba inequívocos síntomas de fiebre, tos y decaimiento. Habiendo sido diagnosticado positivo al Covid19, se vio forzado a guardar cama, debido a su extrema debilidad.

Similar fue lo que recientemente pude experimentar en primera persona, tras haber recibido la segunda dosis de Pfizer. Corría agosto del pasado año cuando cumplía veinte días de este pinchazo. Conforme a los principios básicos de la inmunología,  mis defensas contra el virus debían estar en el nivel más alto.

Pero, de forma absolutamente imprevista, sufrí un episodio similar al autor del artículo referido, que durante una semana me redujo al lecho. La situación relatada por Haseltine, se replicaba en mí; mientras pensaba -erróneamente- que, tras recibir esa segunda dosis de Pfizer y habiendo anteriormente desarrollado la enfermedad, había quedado inmunizado. ¡Pero, no!.

Ocurrió también hace apenas 15 días mientras permanecía en Leticia (Amazonas). ¡Fue la de Troya! Intensisimos e insoportables dolores musculares y articulares, cefaleas, reiterados vómitos y un imparable fenómeno de diarreas explosivas.

Tan perceptible era mi estado que mis colaboradores se vieron forzados a contactar con mi hijo Manuel Alfonso (médico experto en vacunas) y a mi hermana Gloria (pediatra experta en administración hospitalaria), quienes se movilizaron de inmediato. Por el aislamiento de nuestra sede rodeada de árboles y jardines, y con objeto de no contaminar a nadie, preferimos aguantar en el Amazonas; sometiéndome a los estrictos cuidados de mi hijo.

Deshidratación, hipotensión, taquicardia, etc… Mi estado parecía imparable y mi situación resultaba inaguantable. Fue cuando tras tres días de permanencia en nuestra Estación Experimental, cuando de madrugada (a las dos de la mañana) mi vástago tomó la decisión de internarme en el hospital San Rafael de Leticia. No tengo palabras para agradecer la ayuda impagable y cuidados que me brindaron los médicos de este centro: Gracias, ¡sinceramente gracias!, porque me salvaron la vida.

Pero si descubro mi experiencia personal y la sumo a la del infectólogo norteamericano William Haseltine, ocurrida cada una en diferentes lugares y tiempos, es para insistir una vez más en que la batalla contra este enemigo, apenas ha comenzado. 

Llevo más de 40 años intentando explicar a Colombia y al mundo que debido a la mutabilidad de estos agentes patógenos, más que desarrollar una vacuna hay que diseñar una metodología lógica, racional, rápida, efectiva, reproducible y barata para producir cualquier tipo de vacuna. Hoy tenemos (junio 24) una nueva cepa altamente infectiva la BA-2.12.1, subvariante de la Omicrón, resistente a los anticuerpos inducidos por infecciones previas y las vacunas. Y en algunas quedan solo un par de mutaciones para que den un salto a la letalidad, concluye Haseltine.

Ese propósito, sólo puede lograrse mediante síntesis química -como hemos venido demostrando y publicando científicamente- determinando unas reglas físicas, químicas y matemáticas para diseñar de forma rápida y eficaz nuevas vacunas, pero… ¡Aquí nadie escucha!.

Esto tiene su lógica. ¡Perversa, pero lógica!. Tras anunciar nuestra primera vacuna sintética contra la malaria y mi negativa a venderles la patente, las mayores multinacionales farmacéuticas desplegaron contra nosotros todo su poder de maquinación. Con mucho dinero de por medio (como Judas, ¡siempre hay gente que se vende!), comenzaron una campaña de desprestigio mediático y académico contra mi persona y nuestra institución.

Cambiar de paradigma, suponía modificar conceptual y metodológicamente la forma de producir vacunas. Y en eso éramos pioneros, y consecuentemente maestros.

Esta campaña aún no se ha detenido -sino que se ha extendido- y ha hecho y sigue haciendo mucho daño.

La mayoría de gente no lee revistas científicas, pero sí atienden a los medios de comunicación y a las redes sociales, cuyos periodistas o protagonistas reproducen especialmente aquello que les cuentan los opinadores de turno (basados en intereses políticos y económicos de sus empresas), quienes escudriñan los más remotos fragmentos, buscando siempre negarnos e incluso criminalizarnos. Un indocumentado bis a bis. Como reza el dicho: “gota a gota el agua va horadando una piedra, hasta que por fin la rompe”. Esto fue lo que nos ocurrió.

Aunque apelan -falsamente- a la libertad de expresión y la disparidad entre opiniones, -precisamente a nosotros- ¡nadie nos escucha!.

Pero la verdad es tozuda. Ya va casi un bienio desde que explicamos en una entrevista con la periodista Salud Hernández, que la inmunidad inducida por las vacunas actuales era exclusivamente contra la cepa China de Wuhan y que duraría como máximo entre tres y cuatro meses.

Por afirmar esto basándonos en el conocimiento cinético de las infecciones virales, -como sucede con la influenza- nos llovieron millones -sí, millones- de cuestionamientos, insultos, amenazas y estigmatizaciones en las redes sociales y algunos periódicos.

Hoy oficialmente, este gobierno y los otros reconocen que el SARS Cov-2 se repite en intervalos muy de 4 a 6 meses, como anota Haseltine. ¿Cuál es entonces la inmunidad de larga duración? si actualmente se requieren 3, 4, 5 dosis y quién sabe cuántas más en el futuro. Por ser un virus nuevo, la mutabilidad se da de forma más rápida y frecuente y como escribe Haseltine, las vacunas actuales reducen su impacto en apenas un 15%. Aunque en su caso y el mío no funcionaron.

Por eso, Willian Haseltine, miembro del Consejo del Instituto de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EE.UU. (órgano rector de los estudios sobre enfermedades infecciosas), propone crear un programa intensivo, para financiar investigación básica dirigida al desarrollo de medicamentos y nuevas vacunas. 

En Colombia se lo propusimos al gobierno, pero nuestra oferta aprobada científicamente fue retirada por no lograr un acuerdo con las actuales directivas de la Universidad Nacional de Colombia, sobre la propiedad de la patente. En lugar de hablar de utilidad social, hablaron exclusivamente de lucro. Nadie entendió, nadie quiso escuchar. Hace ya muchos años -desde que, en lugar de venderla, donamos nuestra vacuna a la OMS para beneficio de la humanidad- que las multinacionales nos sentenciaron “a muerte”, y desde entonces, no han parado contra nosotros, lo hacen muy sutilmente. 

A diferencia de las casi 300 vacunas, la mayoría biológicas y aún en ensayos clínicos, que usan en su composición todo el virus muerto o mutado o la proteína principal producida por ingeniería genética o el genoma del propio virus insertado en otros patógenos similares; y las novedosas -que utilizan el RNA mensajero- inyectadas en nuestras células musculares, así se inmunice o no el sujeto; nuestra metodología química -desarrollada durante más de cuatro décadas- es sustancialmente muy diferente.

Partimos del conocimiento químico hasta llegar al nivel atómico de las moléculas del virus o del parásito, seleccionando sólo aquellos fragmentos que usan para sus invasiones. Estos son claves en toda la molécula, ya que con ellos  infecta las células donde va a reproducirse la enfermedad. Tras 42 años estudiando e investigando estos fenómenos de esa manera, hemos desarrollado metodologías químicas, físicas y matemáticas que nos permiten reconocerlas, con altísima certeza a una velocidad increíble, avanzando enormemente en el desarrollo de vacunas.

Eso que científicos de otras partes del mundo admiran y que incluso muchos de nuestros detractores nos han copiado, aquí se ignora. ¡Aquí nadie escucha!

Luego identificamos los aminoácidos, componentes de la proteína, mediante los cuales se pega a las células y los reemplazamos por otros. En el caso del SARS Cov-2, buscamos entre casi medio millón de genomas del virus estudiados, con cuáles aminoácidos los virus no han mutado durante este tiempo, y los cambiamos por otros parecidos con cargas eléctricas opuestas, para impedir que se puedan establecer lazos o anclas con las células a infectar. Parece difícil de entender -aunque no lo creo- pero  sí ha sido prácticamente imposible de aceptar. 

Así hemos producido la primera vacuna contra las múltiples variantes del SARS Cov-2 (α, β, γ, δ, μ, ε y actualmente Ómicron) produciendo químicamente esos fragmentos modificados -induciendo en ellas “mutaciones sobre cada mutación” y ensayándolas en monitos “Aotus” amazónicos -con sistema inmune muy similar al humano- lograno producir anticuerpos específicos contra todas y cada una de las variables conocidas.

Pero nadie se detiene a leer o escuchar el contenido real y sustancial de nuestro artículo publicado en Frontiers in Immunology -una de las revistas científicas internacionales con mayor impacto en la inmunología- bajo el título: “SM-COLSARSPROT: Highly Immunogenic Supramutational Synthetic Peptides Covering the World’s Population”.

En menos de un mes, ha sido visitado por más de 2.200 científicos de todo el mundo, una tercera parte de Colombia. Hemos tocado en las puertas de los grandes inversionistas, pero aunque oyen, parece que ¡nadie escucha!.

Queda por citar el párrafo final del fabuloso libro del Premio Nobel de Literatura de 1957 Albert Camus ‘La Peste’, puesto que estamos y estuvimos en las mismas condiciones: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que ésta alegría, está siempre amenazada. Que él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que -para desgracia y enseñanza de los hombres- despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.

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Manuel Elkin Patarroyo
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