La otra tigresa del Oriente

Mié, 16/03/2011 - 09:05
Es un oximorón decir que Estados Unidos es un país de inmigrantes. Lo que lo hace diferente de otros países de la misma naturaleza es que quien llegue aquí se tiene que integrar con la sociedad y
Es un oximorón decir que Estados Unidos es un país de inmigrantes. Lo que lo hace diferente de otros países de la misma naturaleza es que quien llegue aquí se tiene que integrar con la sociedad y hacer parte del “melting pot”, la olla donde todo se revuelve como el calentado. Todas las olas de inmigrantes se han fundido en la cultura americana en la segunda generación y la tercera generación es toda de gringuitos. El melting pot implica que se incorporen los valores de la cultura americana a la vida familiar. Sin embargo, culturas como las asiáticas y latinas conservan algunas de sus costumbres por generaciones. Los estudiantes de origen asiático -japoneses, chinos, coreanos, vietnamitas y hasta indios, son siempre los mejores de la clase, tanto en el colegio como en la universidad. Acá en Estados Unidos ha causado sensación un libro llamado Battle Hymn of the Tiger Mother (Himno de batalla de la mamá tigre) escrito por una profesora de Yale, Amy Chua, casada con otro profesor de la misma universidad, Jeb Rubenfeld (judío para más señas, no puede haber culturas más opuestas) y madre de dos hijas, Sophia de 18 años y Lulú de 15. El libro pretende ser una memoria “humorística” sobre como crían a los hijos los orientales en comparación con nosotros, los occidentales. En realidad el humor no se ve por ningún lado, sino todo lo contrario: el libro es un manual de tortura y angustia por la forma como esta tigresa del oriente abusa de sus hijas. Los estilos de educación, oriental y occidental, son  opuestos. En una encuesta hecha a 50 madres occidentales y 48 madres inmigrantes orientales, casi el 70 por ciento  de las nuestras sostienen que la presión para ser excelentes estudiantes no es buena para los niños. Cero por ciento de las chinas comparte esta opinión. La gran mayoría opinó que sus hijos tienen que ser los mejores estudiantes y que el éxito académico refleja la excelencia en la manera de educar a los hijos a lo oriental. Si los niños no son los mejores en el colegio es señal que hay un problema y que los padres no hacen bien su tarea. Otros estudios muestran que los padres orientales dedican diez veces más de tiempo que los occidentales a forzar a sus hijos a estudiar, a las buenas o a las malas. Las reglas de Amy Chua en la crianza de sus hijas son las siguientes: las niñas no pueden (y nunca lo hicieron) ir a jugar a casas de las amigas, o recibirlas en su casa; no pueden dormir en la casa de las amigas o invitarlas; no pueden participar en una obra de teatro en el colegio; no pueden quejarse por no poder hacerlo; no pueden ver televisión o jugar juegos de computador; no pueden tener una nota de menos de diez; tienen que ser las mejores alumnas de la clase, menos en educación física o teatro; no pueden tocar un instrumento que no sea piano o violín y tienen que tocar solo estos dos instrumentos y ser las mejores. Los padres orientales hacen cosas a sus hijos que para nosotros los occidentales son prohibidas, como decirles que son una basura por no tocar a la perfección una sonata de Beethoven; decirles “gordas grasientas” si ganan peso; hacerlas estudiar piano mínimo tres horas al día; castigarlas con no ir al baño si no tocan el instrumento en forma perfecta; negarles la comida y el agua por lo mismo.
Amy con su hija Lulu mientras violín, con la partitura pegada a la televisión.
Nosotros los occidentales, por el contrario, nunca insultamos a nuestros hijos, si tienen sobrepeso hablamos más bien de la salud, tratamos que los niños tengan amigos y una vida social, que aprendan a bailar y lo máximo (que no comparto) es el regalo de quince años de implantes en los senos. Amy Chua se muestra orgullosa de su manera de crianza aunque su marido no comparta sus acciones. Me imagino al pobre Jeb amilanado por la tigresa china con quien se casó. Según ella hay tres diferencias básicas en la crianza entre occidentales y orientales:
  • Los padres occidentales nos preocupamos por la autoestima de nuestros hijos. Los alabamos de manera constante, aunque el proyecto para la Feria de la Ciencia se desbarate camino al colegio. Si la nota es nueve en un examen los felicitamos, no los regañamos por no sacar diez. No los  llamamos estúpidos, ni les decimos que son una desgracia para la familia.  Consideramos la posibilidad de que el colegio o el profesor pueden ser responsables por los problemas con las notas. Los padres chinos, por el contrario,  cuando reciben un nueve les gritan a los hijos y les da una pataleta. La mamá se sienta con los hijos a estudiar a las buenas, y sobre todo a las malas, hasta que sacan diez. Los chinos creen que los niños tienen que ser “fuertes” para aguantar las consecuencias y mejorar como consecuencia del infierno a que están sometidos. Amy destruía las tarjetas de cumpleaños que le hacían sus hijas porque no eran perfectas, a su juicio.
  • Los padres chinos consideran que los niños les deben todo y, en efecto, las mamás chinas como Chua se sacrifican pegadas a sus hijos y hacen programas de álgebra hasta que da la medianoche. El supuesto es que los niños chinos deben pasar el resto de sus vidas pagándoles a sus padres la devoción, obedeciéndoles y haciéndolos sentir orgullosos por sus logros en la vida. Jeb, su esposo, piensa, por el contrario, que los niños ni pidieron venir a este mundo ni eligen a sus padres. Si los padres los engendraron entonces los que les deben son los padres a los hijos y la manera de repagar de estos últimos es dedicándose a sus propios hijos cuando estos lleguen.
  • Los padres chinos creen saber que es lo mejor para sus hijos y no escuchan sus deseos o preferencias. Por eso es que las niñas chinas no pueden tener novio en el colegio, los hijos no pueden ir a los paseos y los padres imponen siempre su voluntad como la señora Chua.
  Amy Chuan con sus hijas Sophia y Lulú. Sophia siguió la orientación de su madre. A los diez años dio un concierto de piano en Carnegie Hall. Ha respondido en público a las críticas a su madre agradecida y orgullosa de la crianza que recibió. Sin embargo, hay que tener en cuenta que sólo tiene 18 años y apenas ahora se fue de la casa por primera vez, para ir a la universidad. Lulú, por el contrario, se rebeló a los trece años. Cuando tenía siete tenía que tocar una pieza de piano llamada “El burrito blanco” del compositor francés Jacques Ibert. La pieza es difícil porque la mano izquierda toca una melodía y un ritmo diferentes a los de la mano derecha. Cada mano va por su lado. Lulú no podía tocarla. Amy insistía y no la dejaba parar. A Lulú le dio una pataleta y rompió la partitura. Amy la volvió a pegar y la plastificó. Después puso la casa de muñecas en el carro y le dijo que se la iba a regalar a los pobres. La amenazó con no darle de comer, no más regalos de Navidad, no más cumpleaños y la llamó perezosa, cobarde y patética. Esta vez el pobre Jed trató de intervenir. Recibió el mismo tratamiento que Sophia y Lulú. Me imagino que también le quitaron ciertos privilegios en la alcoba matrimonial. Después Chua volvió a obligar a Lulú a sentarse en el piano a seguir con El Burrito. No la dejó tomar agua ni ir al baño. La casa se convirtió en un campo de batalla. Y de un momento a otro Lulú fue capaz de tocar la pieza. Días después la niña tocó “El Burrito Blanco” en un recital y todos los papás felicitaron a madre e hija. Nosotros los occidentales pensamos que eso que importa, un concierto más o menos. Los padres occidentales ponemos en primer plano la salud mental de nuestros hijos, su autoestima  y la necesidad de tener inteligencia social, para poder sobrevivir en este mundo. Algunos orientales que he conocido aquí me desesperan. En clase no hacen preguntas; nunca ponen en duda la autoridad del maestro o de su jefe, aunque  sepan que está equivocado; no toman iniciativas; hablan en voz tan baja que no se escucha; no tienen conversación ni don de mando; no pueden trabajar en equipo. En suma son ceros a la izquierda en términos sociales. No obstante, los orientales de la tercera generación están integrados y son seres normales. No dejo de sorprenderme cuando puedo hacer amistad con ellos. Entre los comentarios generados por el libro se ha dicho que Amy Chua, como abogada, debe saber que violan la Convención de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos que prohíbe la tortura y protege los derechos de los niños. Cualesquiera sean los méritos de su estilo de maternidad, debe temer que la llamen a responder ante la Corte Penal Internacional. Mas del 50 por ciento de los estudiantes de computación en Berkeley son de origen oriental. Sin embargo, las niñas asiáticas en los Estados Unidos entre 15 y 24 años tienen tasas de suicidio muy por encima del promedio. Mientras tanto, Larry Summers, destacado economista y ex presidente de Harvard, dice que los humanos pasamos una cuarta parte de nuestras vidas como niños y adolescentes y que tenemos derecho a ser felices en esa época. Mas aún, expresa que en Harvard “los estudiantes que sacan A se vuelven académicos, los que sacan B se gastan la vida para que sus hijos puedan entrar a su vez a la universidad, y los que sacan C son los que hacen plata, se sientan en el Consejo Directivo y hacen generosas donaciones a la universidad”. Y por último, Summers nos recuerda que tanto Bill Gates como Mark Zuckerberg nunca terminaron la universidad.
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