
Una serie de potentes explosiones, humo negro elevándose al cielo y bases militares reducidas a cenizas. Así se vivió uno de los episodios más contundentes en el conflicto entre Ucrania y Rusia, luego de que el 1 de junio, Kiev ejecutara un ataque sin precedentes contra la aviación estratégica rusa, dejando a su paso un saldo demoledor.
El operativo, conocido como “Telaraña”, fue llevado a cabo por el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU) y se convirtió rápidamente en tendencia global. ¿La razón? Al menos cinco bases aéreas rusas fueron blanco de drones ucranianos que lograron infiltrar el corazón del poder aéreo del Kremlin, atacando directamente en las regiones de Riazán, Múrmansk, Irkutsk e Ivánovo.
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Según fuentes ucranianas, habrían sido destruidos o seriamente dañados al menos 41 aviones estratégicos, entre ellos modelos como los A-50, Tu-95 y Tu-22M3, claves para la capacidad ofensiva de Rusia. Las pérdidas económicas superarían los 2.000 millones de dólares.
Las imágenes difundidas desde territorio ruso son elocuentes: hangares calcinados, aeronaves destrozadas y pistas convertidas en escombros. Un golpe visual y simbólico que pone a temblar a Moscú y que fue recibido con júbilo en las calles de Ucrania.
Este ataque, sin embargo, no es solo militar. Se da en vísperas de un nuevo intento de negociación entre ambos países en Estambul, lo que aumenta la tensión política y deja al presidente Vladimir Putin en una posición incómoda en la mesa diplomática.
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Mientras tanto, la comunidad internacional sigue de cerca los acontecimientos. El ataque plantea nuevos interrogantes sobre el rumbo del conflicto y sus posibles implicaciones. Las imágenes difundidas, captadas tras los bombardeos, documentan uno de los episodios más significativos hasta ahora en el frente aéreo y marcan un momento clave en el desarrollo de la guerra.