Esta semana, el mundo empezó a ver pequeñas pero alentadoras señales de que los esfuerzos coordinados para cambiar drásticamente el comportamiento humano —suspender rutinas diarias y quedarse en casa— están frenando la insidiosa propagación del nuevo coronavirus, que ha causado la muerte de decenas de miles de personas y ha enfermado a más de un millón en varios continentes.
Pero —una palabra que los epidemiólogos afirman que debe enfatizarse constantemente— aunque estos primeros indicios son prometedores, no deben ser interpretados como una señal de que todo estará bien en los primeros días del verano. Si bien el presidente Donald Trump publicó un tuit el 6 de abril mencionando que ya se veía una luz al final del túnel, las advertencias de los científicos y otros funcionarios del gobierno hablan de un túnel muy muy largo.
En la ciudad china de Wuhan, donde el coronavirus emergió públicamente en diciembre, el fin de un confinamiento de varios meses tiene a los residentes dando los primeros pasos hacia algo parecido a la normalidad. En Italia, donde la oleada viral ha ocasionado el fallecimiento de más de 17.000 personas, una tardía pero comprometida voluntad de mantenerse en casa ha reducido enormemente el índice de contagio.
En Estados Unidos, el número de muertos sigue creciendo a razón de más de mil por día. Los últimos días de esta pandemia han sido los más letales del país hasta el momento. Sin embargo, Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Contagiosas, afirmó el 8 de abril en Fox News que estaba empezando a ver “algunos destellos de esperanza” que le han hecho creer que podrían reducirse las proyecciones previas de 100.000 a 200.000 muertes vinculadas con el virus.
Incluso en la ciudad de Nueva York, que se ha convertido en un horrendo epicentro donde cientos de personas siguen falleciendo a diario, las autoridades mencionan una disminución de las hospitalizaciones como la prueba de que el distanciamiento social y otras modificaciones, como el freno a la economía y la vitalidad de la ciudad, están funcionando.
“Estamos aplanando la curva”, aseguró el gobernador de Nueva York Andrew Cuomo el 8 de abril, el mismo día en que el estado reportó más de 700 muertos. “Gracias a Dios, gracias a Dios, gracias a Dios”.
Sin duda, siguen sucediendo acontecimientos aterradores en muchos lugares de todo Estados Unidos, y los científicos y líderes políticos advierten que el panorama cambia a diario. En medio del optimismo moderado, han aparecido nuevos destellos de desgracia.
En el condado de Wayne, Míchigan, que incluye a Detroit, se anunciaron 192 muertes esta semana. En el condado de Mahoning, Ohio, el cual incluye a Youngstown, el número de muertos creció este 8 de abril de 19 a 28. En Illinois, funcionarios del estado reportaron 82 muertes adicionales, la mayoría en el área de Chicago. Cerca de San Luis, donde tanto los casos como los fallecimientos se han incrementado velozmente, la Guardia Nacional de Misuri estaba convirtiendo un hotel en una zona de tratamiento para pacientes que estará lista la próxima semana.
Sin embargo, afirmaron los expertos, hay algunas señales de alivio. La razón es bastante elemental, según Ashish Jha, director del Instituto de Salud Global de la Universidad de Harvard: “En un nivel muy simple, no puedes transmitirle el virus a alguien si no estás físicamente cerca de esa persona”.
Un análisis de datos anónimos de ubicación móvil realizado por The New York Times descubrió que la orden de quedarse en casa prácticamente detuvo los viajes de la mayoría de los estadounidenses para finales de marzo. Los datos indican que los estadounidenses en gran parte del noreste, el medio oeste y el occidente cumplieron las órdenes de las autoridades locales y estatales de quedarse en casa. Sin embargo, las demoras en la promulgación de esta orden en otras zonas, como algunas regiones del sureste, posiblemente disminuyeron el impacto de las medidas del distanciamiento social.
“Lo que hemos visto en el corto plazo es que las medidas muy estrictas, que tienen gran impacto social, han sido efectivas para reducir la tasa de crecimiento”, afirmó Joseph Lewnard, profesor adjunto de epidemiología de la Universidad de California en Berkeley.
“Por desgracia, el aplanamiento de la curva que estamos viendo en este momento no necesariamente muestra una imagen prometedora de la posibilidad de reabrir la sociedad para que vuelva a la normalidad previa a la epidemia”, afirmó.
Sin una vacuna, cualquier progreso es frágil y temporal. Las medidas de distanciamiento social no pueden continuar para siempre, y los investigadores afirman que si se relajan sin que se realicen pruebas de manera exhaustiva a la población o sin que se aísle a los nuevos pacientes, el número de infecciones y fallecidos probablemente vuelva a dispararse.
Lewnard y Jha afirmaron que podrían pasar meses antes de que los estadounidenses puedan estar en condiciones de regresar al estilo de vida sin restricciones de movimiento previo a la pandemia. Incluso llegado el momento, dijeron ambos, ese tipo de retorno sería mejor realizarlo por etapas, mientras el gobierno se mantiene alerta buscando posibles indicios de brotes.
“Puedo imaginar que de mayo a junio podríamos ver que las cosas vuelven a abrirse en una proporción del 25 al 50 por ciento”, afirmó Jha. “Podríamos llegar al 70 u 80 por ciento para el verano, pero sin grandes concentraciones ni juegos de béisbol ni playas muy concurridas”.
“Tendremos que experimentar”.
Lo que Jha contempla para Estados Unidos en un par de meses es básicamente lo que está pasando en la ciudad de Wuhan justo ahora, en su mayor parte gracias a las medidas draconianas tomadas por el gobierno autoritario de China. Entre esas medidas, destaca la de remitir a las personas que solo presentan síntomas leves a emplazamientos masivos de cuarentena.
En diciembre, algunos médicos de los hospitales de Wuhan advirtieron sobre la presencia de una misteriosa enfermedad similar a la neumonía, pero fueron amonestados por “difundir rumores”. Al final, el gobierno chino tomó medidas, pero solo después de una demora considerable en empezar las acciones contra el virus y en alertar a la ciudadanía sobre la posibilidad de la transmisión entre humanos.
Wuhan, una ciudad con 11 millones de habitantes, estuvo en cuarentena, como también lo estuvo la circundante provincia de Hubei, con casi 60 millones de residentes. Prácticamente, los únicos focos de actividad humana se redujeron a los hospitales colapsados, donde hubo muy pocas pruebas de diagnóstico para la enorme cantidad de pacientes, quienes a su vez contagiaron a otros, incluyendo a trabajadores de la salud.
Por todo el país, la entrada en vigor de controles sociales característicos de la época de Mao limitó el movimiento de ciudadanos y frenó la economía hasta casi paralizarla por completo. Sin embargo, las medidas más severas se aplicaron en Wuhan, donde los enfermos y quienes posiblemente habían estado expuestos al virus fueron separados de sus familias y enviados a centros de cuarentena masivos y zonas de aislamiento.
“Lo más importante no era la cuarentena” dijo Xihong Lin, profesora de bioestadística de la Universidad de Harvard, quien recientemente participó en un artículo que analizó la respuesta del gobierno a la epidemia en Wuhan. “Lo más importante fue sacar la fuente de contagios del entramado social, para que los familiares estuvieran protegidos”.
Según las cifras oficiales, hasta el 8 de abril el coronavirus había enfermado a 81.865 personas y ocasionado el fallecimiento de 3.335 individuos en China, aunque el país ha recibido acusaciones de los funcionarios de inteligencia de Estados Unidos de no divulgar las verdaderas cifras de sus estadísticas epidémicas. Además, las medidas extremas del gobierno no fueron para nada perfectas. La mala gestión costó vidas y todavía no se ha determinado su impacto en la economía y la salud mental.
Desde Wuhan, el coronavirus se difundió con la mayor intensidad en Italia. Una vez más, las demoras en implementar un sistema efectivo de distanciamiento social tuvieron consecuencias mortales.
Para el 20 de febrero, cuando un hombre en la región italiana de Lombardía dio positivo por coronavirus, probablemente ya había infectado a muchos, incluyendo a la gente del hospital local. Tres días después, las autoridades sanitarias descubrieron un brote aparentemente sin relación.
La región del norte del país empezó a cerrar escuelas y museos, y a establecer toques de queda a los bares, mientras algunos políticos en Roma le aseguraban al mundo que Italia era seguro para visitar y que solo un porcentaje muy pequeño de italianos tenía el virus.
Eso cambió rápidamente. Si bien algunos altos funcionarios discutieron y titubearon, el virus se volvió incontrolable y cientos de casos se multiplicaron hasta llegar a miles. Para el 10 de marzo, cuando el gobierno impuso un cierre de emergencia en el país entero —una cuarentena sin precedentes para una democracia occidental—, oleadas de infectados inundaron el rebasado sistema sanitario del norte de Italia, lo que obligó a los médicos a tomar decisiones de vida o muerte sobre a qué pacientes debían intentar salvar y a cuáles les quitarían el equipo de respiración.
En general, los italianos se quedaron en sus casas, mientras las muertes se acumulaban diariamente por centenares. Para principios de abril, las medidas restrictivas parecían estar frenando el índice de contagio. El 7 de abril, las autoridades reportaron haber tenido el número más bajo de nuevas infecciones desde los primeros días de la cuarentena nacional.
Actualmente, el gobierno italiano está preparando una reapertura lenta y mesurada. Las escuelas tal vez permanezcan cerradas hasta septiembre y salir de casa podría condicionarse a las pruebas de diagnóstico.
Luego de Italia, el estado de Nueva York se convirtió en la siguiente zona conflictiva del coronavirus en el mundo: 6.268 personas han fallecido durante la pandemia, incluyendo 779 en un solo día de esta última semana. Si bien la mayoría de las muertes —más de 4000— han sucedido en la anormalmente silenciosa ciudad de Nueva York, se han reportado otros cientos en el sector suburbano de Westchester y en Long Island, y las autoridades afirman que podría haber otras personas muriendo en sus casas que no han sido contabilizadas como víctimas del virus.
Normalmente, los trabajadores de la Oficina del Médico Forense de Nueva York llegan en pocas horas a recolectar un cuerpo. Ahora, la espera puede ser de hasta 24 horas, según Edwin Raymond, un policía que trabaja en el norte de Brooklyn y que ha respondido a nueve llamadas del 911 relacionadas con cadáveres en seis días.
A medida que las muertes se han incrementado, las sirenas de las ambulancias se han convertido en la banda sonora de la ciudad, afirmó Raymond. “Es increíble esta cosa: de una tos a una fiebre a ser declarado muerto, todo en cuestión de una semana”.
Según los expertos, entre las posibles razones de las elevadas cifras están la alta densidad de población y el largo tiempo transcurrido antes de que se dieran las órdenes de confinamiento en casa. “Ya tenían una mala mano de cartas, para empezar”, le dijo George Rutherford, profesor de epidemiología de la Universidad de California en San Francisco, a un reportero que lo contactó desde la ciudad de Nueva York.
El 8 de abril, durante su rueda de prensa diaria, Cuomo no minimizó en absoluto la magnitud del horror de las muertes, en un momento en el que incluso los rituales básicos del luto han sido trastocados. Por eso dijo tener “emociones encontradas” respecto a las noticias de que el número de hospitalizaciones se había reducido en los últimos días y que esto indicaba que las medidas de distanciamiento social, al menos por ahora, estaban aplanando el arco ascendente de las infecciones.
“Si dejamos de hacer lo que estamos haciendo, veremos que esa curva cambiará”, afirmó Cuomo.
En otras partes del país, donde las comunidades están en plena lucha o esperando su momento pandémico, las autoridades gubernamentales están enfatizando la necesidad del distanciamiento social mostrando estadísticas que son a la vez perturbadoras y reconfortantes.
En el estado de Washington, donde en febrero el virus asoló un hogar de ancianos en Kirkland y dejó un saldo de 37 muertos, la tasa de propagación ha empezado a estabilizarse y ha dado algo de consuelo saber que el número de decesos no se está elevando tan rápidamente como en otros estados.
Durante el fin de semana, el gobernador Jay Inslee reportó que el estado estaba devolviendo algunos respiradores proporcionados por el gobierno federal. El 8 de abril, anunció que un hospital militar de campaña que el gobierno federal había construido al lado del CenturyLink Field en Seattle iba a ser desmantelado porque habían disminuido las preocupaciones sobre la capacidad de los hospitales.
“Estos soldados cambiaron sus vidas por completo para ayudar a los habitantes de Washington cuando más los necesitábamos”, dijo Inslee. “Ahora, parece que otros estados los necesitan más que nosotros”.
Se pueden encontrar más evidencias del impacto del distanciamiento social en California, donde muchos condados se apresuraron a imponer órdenes de confinamiento y los científicos han reducido sus proyecciones de fatalidades. Actualmente, el estado está prestando cientos de respiradores a otros lugares que los necesitan.
El 7 de abril, el gobernador Gavin Newsom incluso habló de una “sensación de optimismo” porque el estado ha mantenido su tasa de infecciones por debajo de los niveles que ejercerían presión en los hospitales.
Para moderar ese optimismo, basta con echar un vistazo a los números en California —17.000 casos de coronavirus y al menos 440 muertes—, así como a los pronósticos de las autoridades del estado de que las oleadas de infección continuarán. Mark Ghaly, secretario de la Agencia de Salud y Servicios Humanos de California, afirmó que el punto máximo de los contagios en el estado podría llegar a finales de mayo.
Con tantas incertidumbres sobre la trayectoria que podría seguir el coronavirus —en gran medida porque se han aplicado muy pocas pruebas reales de diagnóstico—, las autoridades de la ciudad y del estado se han aferrado a los aparentes buenos resultados del distanciamiento social como una manera de infundir esperanzas y motivar a sus comunidades a mantenerse firmes.
En Detroit, que ha reportado más de 5.800 casos y 250 decesos, los hospitales no han podido lidiar con el número de enfermos, hasta el punto de que un centro de convenciones tuvo que ser convertido en un hospital de campaña. Se ha puesto en cuarentena a cientos de servidores públicos y miles de trabajadores de la salud han dado positivo por coronavirus. El miedo palpita por las calles vacías de la ciudad.
Sin embargo, el alcalde Mike Duggan reportó este 7 de abril lo que él llama “el primer rayo de luz”: indicios de que el distanciamiento social está frenando la tasa de letalidad de la ciudad.
Las palabras de Duggan recordaron los mensajes de Winston Churchill, tanto por su franqueza como por su seguridad.
“Vamos a perder a muchos de nuestros vecinos en los próximos días”, afirmó el alcalde de Detroit. “La situación va a empeorar antes de mejorar. Pero podremos superar esto si seguimos haciendo lo que estamos haciendo”.
Por: Dan Barry