
Vivimos rodeados de noticias que antes nos habrían estremecido. Hoy, apenas nos detienen unos segundos.
Cada día aparece una nueva tragedia: una masacre en el Cauca, una bomba en Gaza, un niño bajo los escombros, otro escándalo de corrupción, otra mentira oficial, otra mujer asesinada. Y la reacción ya no es indignación. Es indiferencia. Es scroll.
Vivimos en la era del cansancio moral.
Un agotamiento profundo que no se nota en el cuerpo, sino en el alma.
Un desgaste silencioso que nos volvió inmunes al horror y a la injusticia.
Antes, una tragedia paralizaba. Hoy, apenas distrae.
Antes, un escándalo caía como un rayo. Hoy, ni siquiera enciende una conversación.
Hemos aprendido a vivir con todo… incluso con lo insoportable.
Y no es porque seamos insensibles. Es porque estamos desbordados.
La mente no puede procesar tanto dolor, tanta rabia, tanta mentira.
Entonces desconectamos. Nos anestesiamos. Seguimos.
Pero este silencio no es paz.
Es una fractura.
Un síntoma de una sociedad rota por dentro, que ya no confía, ya no cree, ya no espera.
La sobreinformación ha creado otra forma de vacío: ya no nos falta saber, nos falta sentir.
Nos falta pausa, nos falta duelo, nos falta silencio.
¿Qué significa vivir en un país donde una masacre más ya no altera nada?
¿Qué dice de nosotros que la muerte se vuelva paisaje, que el abuso se vuelva rutina, que la injusticia se vuelva ruido de fondo?
Tal vez es hora de hacernos una pregunta incómoda:
¿Cuánto más podemos soportar sin rompernos por dentro?
Porque el verdadero colapso no será político.
Será emocional.