
Cristina Fernández de Kirchner es una de esas figuras que no admite medias tintas. En Argentina la aman o la odian, la recuerdan con gratitud o la culpan de haber sembrado división y corrupción. Pero más allá de las pasiones, su historia reciente está marcada por un hilo que no se rompe: la justicia.
Aunque hoy no ejerce cargos públicos, su presencia es imposible de ignorar. Fue vicepresidenta, presidenta, senadora, y todavía mueve el ajedrez político como pocos en la región. Las causas judiciales que la persiguen no son nuevas, pero sí profundas. La más grave: la llamada “causa Vialidad”, en la que fue condenada en primera instancia a seis años de prisión por defraudación al Estado. También están los casos Hotesur y Los Sauces, relacionados con presunto lavado de activos a través de empresas familiares.
Ella lo niega todo. Ha construido una narrativa en la que no es la protagonista de un escándalo, sino la víctima de un sistema de persecución que busca silenciar a quienes incomodan. Habla de jueces aliados con medios poderosos, de mafias judiciales, de un aparato que no busca justicia sino revancha. Y lo cierto es que, en América Latina, ese libreto tiene eco. Porque no hay país donde el poder judicial no esté en entredicho.
Pero también hay otra verdad: los indicios de corrupción son contundentes, los testimonios duros, los entramados oscuros. Y mientras algunos miran para otro lado, otros se aferran a la idea de que Cristina encarna algo más profundo que sus procesos judiciales: una forma de liderazgo que, aunque cuestionada, logró canalizar frustraciones, construir identidad política y representar a millones.
No es la única en este laberinto. En Latinoamérica, la línea entre persecución y justicia se ha desdibujado tantas veces que ya cuesta saber dónde empieza una y termina la otra. Lula, Fujimori, Correa, Macri… todos han estado en el centro de tormentas similares.
Pero quizás la pregunta no sea si Cristina es culpable o inocente. Tal vez lo más honesto sería preguntarnos por qué, en nuestra región, los líderes más poderosos terminan envueltos en procesos judiciales tan graves… y por qué los pueblos terminan atrapados entre la desconfianza y la resignación. Porque cuando la justicia se convierte en campo de batalla, pierde el país. Pierde la verdad. Y se abre un abismo que ningún líder, por carismático o perseguido que sea, puede tapar.