
Elon Musk llegó a Washington como si llegara a Silicon Valley: confiado, disruptivo y seguro de que podía aplicar su visión empresarial a las complejidades del gobierno. Al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), creado por Donald Trump, Musk prometía recortar gastos y transformar el aparato estatal en una máquina ágil, funcional y eficiente.
Pero Washington no funciona como una start-up. Después de meses de tensiones con legisladores, resistencia interna, presiones legales y juegos de poder, Musk ha renunciado oficialmente. No es solo una noticia política: es una declaración del límite que incluso los hombres más ricos del planeta encuentran al enfrentarse con las viejas estructuras del poder público.
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Los números no cierran
Musk llegó con una meta ambiciosa: reducir dos billones de dólares del gasto público. El resultado fue mucho más modesto: apenas logró recortar 150 mil millones, impulsado por medidas controvertidas como el cierre de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y la eliminación de programas de diversidad, equidad e inclusión (DEI).
El problema mayor fue el choque con los propios republicanos, especialmente con el paquete legislativo conocido como “One Big Beautiful Bill”, que representaba un gasto público masivo que, según Musk, contradecía todo lo que él intentaba lograr. “No vine aquí para gastar más, sino para gastar menos”, declaró Musk al anunciar su salida.
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Tesla, SpaceX y el tiempo empresarial que se agota
Mientras Musk jugaba a la política, sus empresas sufrían. Tesla reportó una caída del 71% en sus ganancias, SpaceX enfrentaba retrasos en contratos clave, y los accionistas empezaban a presionar con fuerza para que Musk dejara la política y volviera a enfocarse en sus negocios. El mito del empresario capaz de “salvar al Estado” empezó a desvanecerse cuando los mercados financieros reaccionaron con desconfianza.
Así, lo que comenzó como un experimento ideológico terminó transformándose en un dilema personal: seguir jugando a ser zar de la eficiencia estatal o salvar los imperios que él mismo construyó.
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El choque inevitable
La Casa Blanca confirmó que el proceso de desvinculación de Musk ya está en marcha. Aunque tanto Musk como Trump insisten en que la relación entre ellos sigue siendo buena, el propio Musk admitió haber subestimado la dificultad de influir en la política estadounidense. Las estrategias que funcionaban en Tesla o SpaceX no eran trasladables a un mundo donde los intereses cruzados, las reglas históricas y la resistencia institucional pesan más que cualquier algoritmo.
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La renuncia de Elon Musk es más que el cierre de un capítulo político: es la evidencia de que el dinero y la fama no bastan para rediseñar un Estado. La política no es una hoja de Excel, y la democracia, con todos sus defectos, sigue resistiendo los intentos de ser dirigida como una empresa privada.
Musk vuelve a sus empresas, pero esta experiencia deja una advertencia clara: cuando te desvías tratando de arreglar lo que no te pertenece, lo propio empieza a desmoronarse.