En la antigüedad no existía una industria de la belleza, así que cada quien elaboraba sus cosméticos de manera artesanal, o simplemente utilizaban lo que tenían a mano. Lo cierto es que hoy día estos elementos ancestrales se siguen utilizando y con suerte forman parte de muchas de las cremas, lociones y jabones que utilizamos cotidianamente.
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El aprecio por la belleza es innato en el hombre y entre sus primeros rituales, siempre estuvo la honra de la misma, a través de puentes que unían el cuerpo y el espíritu.
En el bienestar ancestral, la belleza se asociaba con la salud, y ésta última significaba comprender que somos seres espirituales que residen en cuerpos físicos, y que nuestra piel, siendo el órgano más grande del cuerpo, revela mucho acerca de nuestras emociones, psicología y creencias.
Para nuestros ancestros, la piel y la belleza externa eran una representación holográfica de nuestro mundo más íntimo, por lo que ceremonialmente buscaban honrar el Yo Interno con productos que cuidase tanto el cuerpo interno como el externo, con lo cual desarrollaron una manera sustentada y holística de tratar la belleza.
Nuestros ancestros elaboraban sus fórmulas de belleza con hierbas, flores, cortezas y otras materias vegetales con reconocidas propiedades para equilibrar los chakras, limpiar y proteger la energía, creando espacios sagrados para la adivinación, la sanación y otras formas de trabajo ritual.
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La selección de los ingredientes vegetales se enraizaba en la espiritualidad de la Tierra, y su preparación incluía prácticas espirituales en fechas específicas donde se preparaban los espacios, se física y energéticamente a quien efectuaba la preparación y se invitaban aliados espirituales, manteniéndose atentos a posibles mensajes. A través de éstos procesos, se creaba una frecuencia vibratoria (hoy día la física cuántica reconoce que todo contiene una vibración específica -la materia, el sonido, e incluso las emociones) que luego se transfería a los productos.
