
En Bogotá, desde hace décadas circula la idea de que los capitalinos se dividen entre “cachacos” y “rolos”. Los primeros, según la tradición popular, serían descendientes de varias generaciones de bogotanos “puros”, hijos y nietos nacidos en la capital. Los segundos, en cambio, serían hijos de migrantes que llegaron en las numerosas oleadas que transformaron a la ciudad en el siglo XX.
Sin embargo, como explica el historiador Felipe Arias, esta es más una invención de los imaginarios sociales que una verdad histórica. “Es un ridículo invento de una sociedad que busca cómo diferenciarse de sus pares”, aseguró en una serie de reflexiones publicadas en redes sociales.
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Los primeros rastros del término
Arias encontró referencias tempranas en el periódico El Cachaco de Bogotá (1833-1834), editado por Florentino González y Lorenzo María Lleras, ambos futuros cofundadores del Partido Liberal. Según los textos revisados, en la Nueva Granada el término cachaco se usó despectivamente para referirse a jóvenes mal vestidos, asociados a los santanderistas que se rebelaron contra la dictadura de Rafael Urdaneta.
No obstante, el periódico buscó resignificar el término, dándole una connotación positiva. Así, hacia mediados del siglo XIX, un cachaco ya era visto como un hombre elegante y distinguido, especialmente entre los jóvenes abogados e intelectuales liberales, en contraposición a los “guaches”, artesanos que apoyaban la dictadura de José María Melo.
El cambio cultural y la influencia inglesa
El concepto de cachaco también se relaciona con los procesos de modernización que vivió Bogotá en las décadas de 1920 y 1930. La clase alta capitalina comenzó a imitar costumbres y estilos de vida europeos, en particular de los ingleses, con quienes Colombia había establecido relaciones comerciales desde el siglo XIX.
De allí surgieron cambios en vestimenta, hábitos y cultura. Se reemplazó el chocolate por el té, se practicaron deportes como el polo y se popularizaron los trajes de corte inglés y las gabardinas. En este contexto, el entonces alcalde Jorge Eliécer Gaitán prohibió en 1936 a los empleados oficiales el uso de ruanas y alpargatas, buscando imponer una imagen más “civilizada” de la capital.
Según la profesora Yully González, la palabra cachaco podría provenir de la expresión inglesa cachet coat (abrigo de marca o de calidad), que terminó transformándose en la pronunciación local. Así, “ser cachaco” equivalía a ser elegante y distinguido.
Entre elogio y burla
El periodista Daniel Samper Pizano, en su texto Anatomía del cachaco, advertía que en Bogotá el término se usaba de forma elogiosa, mientras que en la costa tenía un matiz despectivo. “Como sustantivo, significa en el primer caso al heredero de las mejores tradiciones de la capital y, en el segundo, al fatuo habitante del interior”, escribió.
Arias, sin embargo, insiste en que estas lecturas no son del todo correctas. Para él, quienes reivindicaron el término fueron miembros de las élites intelectuales y políticas que construyeron la identidad nacional del siglo XIX. De esa manera, el cachaco se convirtió en un modelo cultural: un criollo que miraba hacia Europa y encarnaba un ideal de modernidad.
Así, lo “bogotano puro” nunca existió. Lo que sí existe es una identidad compleja, hecha de matices y transformaciones, donde palabras como cachaco y rolo cuentan más de las tensiones sociales y culturales que de genealogías familiares.